Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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24 de marzo de 1816: el Congreso de Tucumán inicia sus sesiones

En la memoria colectiva se recuerda el 24 de marzo por el golpe de Estado de 1976, del que se cumplen ahora cuatro décadas. Pasa inadvertido así que hubo “otro” 24 de marzo, glorioso, que sucedió en Tucumán hace exactamente doscientos años. Ricardo De Titto / Especial para La Nueva.
La sesiones se realizaron en la casona alquilada por Francisca Bazán de Laguna, luego conocida como Casita de Tucumán.

Desde distintos rincones de las Provincias Unidas habían ido llegando, tras pesados viajes, los diputados. Desde Cuyo, los mendocinos, puntanos y sanjuaninos que influenciaba San Martín de modo directo; desde Buenos Aires, la mayoría porque había entre ellos diputados porteños como también otros que residían en la antigua capital virreinal pero representaban, por ejemplo, provincias del Alto Perú; desde Córdoba la delegación que incluía a varios diputados recelosos de los porteños y favorables a entenderse con Artigas (como Del Corro y Cabrera); desde Jujuy, hombres como Teodoro Sánchez de Bustamante, vocero de las necesidades militares de la hora, o José Gorriti, hombre de confianza de Martín Güemes.

Está entre ellos Juan Martín de Pueyrredón, diputado por San Luis, que el mismo Congreso, poco después designará Director Supremo y, como no podía ser de otro modo, el infaltable Juan José Paso casi el único patriota que participó de todos los gobiernos y convenciones desde que fue secretario de la Primera Junta y hasta la época de Rosas, del que fue asesor.

Los reunidos aquella mañana del 24 de marzo de 1816 no fueron todos los diputados electos; algunos se sumarán en los días siguientes. Pero la presión de San Martín para que las sesiones comenzaran tuvo éxito. Finalmente, en aquella casona de amplio salón y patio generoso, alquilado a Francisca Bazán de Laguna y que pasará a la historia como la “Casita de Tucumán” se reunirán las “provincias unidas”. Hubo allí treinta y tres congresales: dieciocho de ellos, abogados o doctores en leyes; once, religiosos −nueve sacerdotes, dos frailes− y cuatro militares. Las provincias representadas fueron catorce, once de la actual Argentina y tres de la actual Bolivia.

Estuvieron ausentes aquellas reunidas en la Liga de los Pueblos Libres lideradas por José Artigas, hecho que produjo un raro contrasentido histórico. ¿Cuál es esa ironía de la historia? Que del Congreso de Tucumán, de la declaración de la Independencia aprobada el 9 de julio y, también, de la fallida Constitución que aprobó ese mismo Congreso en 1819, participaron representantes de Mizque, Charcas y Chichas (de la actual Bolivia) mientras que Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y las Misiones –además de la Provincia Oriental (el actual Uruguay)− jamás lo reconocieron, o sea, aún hoy están, de algún modo, “al margen” de aquel suceso histórico. Desde ya, no deseo que los litoraleños se enojen con esta observación de rigor histórico. Es obvio que luego –en los textos de la Constitución de 1853− reconocerán al Congreso de Tucumán como un antecedente histórico común a unitarios y federales. Pero el hecho no deja de ser peculiar porque ayuda a pensar que la “Argentina” no estaba aún conformada y que aquella designación de “Provincias Unidas del Río de la Plata” (o Provincia Unidas “en” o “de” Sudamérica) que adoptó el Congreso era bien ajustado a una realidad todavía en completo desarrollo.

La guerra, la república

La instalación del Congreso a finales de marzo, la inmediata elección del director supremo Pueyrredón el 3 de mayo y la declaración de la Independencia el 9 de julio fueron actos osados. Europa vivía una ola reaccionaria contra los movimientos republicanos herederos de la Revolución Francesa: Napoleón es derrotado y la Santa Alianza continental –el zar de Rusia, el imperio de Austria y el reino de Prusia−, tras el llamado “Congresod e Viena” (1814-1815) favorecen la restauración monárquica en Francia y España. Con ese respaldo Fernando VII anula de un saque la reformas liberales adoptadas durante su cautiverio y se lanza a la reconquista de la América sublevada preparando una armada colosal que, en principio, parecía destinada al Río de la Plata pero, finalmente, toma curso hacia Venezuela. En 1816, como dijo Belgrano al mismo Congreso, la cuestión era “monarquizarlo todo” y ese fue, justamente, el espíritu predominante entre los congresales de Tucumán.

Pero ese plan de instalar una especie de monarquía “moderada” o constitucional, al estilo inglés, chocó con un pequeño problema para ejecutarse: los ejércitos locales estaban en armas y en guerra abierta contra dos monarquías. San Martín preparaba el Ejército de los Andes para tomar por asalto Chile y liberarlo, tras la derrota del primer grito libertario santiguino. En el flanco norte, el Alto Perú resistía con heroicismo con sus “republiquetas” mal armadas: en la primavera de 1816, entre miles de otras pérdidas, mueren varios de sus líderes como Manuel Padilla –esposo de Juana Azurduy−, Ildefonso de las Muñecas e Ignacio Warnes. Por su lado, en el frente oriental, las huestes bravas pero sin disciplina ni organización militar lideradas por Artigas, hacían frente a la amenaza brasileña: en enero de 1817 el mariscal portugués Carlos Federico Lecor toma Montevideo, asume como gobernador e incorpora la “provincia cisplatina” (de “más acá” del Plata) al Imperio del Brasil.

La guerra en tres frentes, al norte y el oeste con los realistas borbónicos y al este con los realistas de la Casa de Braganza no dio tregua y, a pesar de las voluntades monárquicas de los congresales, la necesidad de luchar desde principios republicanos se impuso por sí misma. En adelante, este territorio tendrá el extraño privilegio mundial, junto con los Estados Unidos de Norteamérica, de ser las únicas dos regiones del mundo que, liberadas de la opresión colonial y de los regímenes monárquicos, iniciaron una construcción republicana que jamás retornó a formas realistas.

El federalismo

En el plano interno, el Congreso de las Provincias Unidas, su ejército comandado por Belgrano y su directorio encabezado por Pueyrredón, declaró la guerra sin cuartel contra otro proceso del que aborrecía: el federalismo. Salvo muy contadas excepciones los congresales eran coherentes: si adherían a formas moderadas de monarquía (mono=uno), debían sostener, por lógica, un gobierno “unitario” y centralizado. Pero desde la Revolución de Mayo que se hizo en nombre de recuperar la “soberanía de los pueblos”, las provincias (o “patrias” o “países”), identificadas por lo general con las regiones en las que funcionaba un cabildo, había una elite local y un mínimo de burocracia administrativa y militar, reclamaron el mismo derecho. Paraguay obró, por ejemplo, siguiendo casi textualmente lo que había escrito la Primera Junta, la Junta Grande. Y hasta “copió” las resoluciones de la Asamblea del Año XIII y las medidas que este Congreso tomó en el orden religioso respecto de España (no aceptar su jerarquía y sus “mandones”) la adoptó en el mismo tenor… pero respecto de Buenos Aires.

Los “pueblos” reclamaron sus derechos a elegir sus propios gobiernos y dejar de ser dominados por “delegados” o “tenencias de gobernación” ya fuera de Buenos Aires u otras capitales. Entre Ríos, en 1814, Santa Fe y Córdoba en 1815, lo mismo Corrientes y, después, también La Rioja –respecto de Córdoba−, Santiago y Catamarca –respecto de Tucumán− y Jujuy en relación a Salta clamaron por su derecho a la autonomía. El ejemplo de Artigas y su “Liga de los Pueblos Libres” era como una “mancha” que se extendía y el Congreso de Tucumán, con resoluciones draconianas –órdenes de fusilamientos incluidas− se ocupó de contener al “federalismo”. Fue infructuoso, a la par del modelo republicano creció el “sistema” federal: la Constitución unitaria resultó rechazada y las provincias, en 1820, desconocieron al gobierno “nacional” –directorial, unitario−, y se dieron sus propios gobiernos autónomos, varios de ellos, como en Entre Ríos y Tucumán, adoptando el nombre de “repúblicas”.

El 24 de marzo de 1816 este camino comenzó a dibujarse con trazo más firme. Sí, lleno de escollos, con guerras internacionales en curso y guerras civiles que consumirán aún cuatro décadas, desde 1820 y hasta la definitiva organización nacional en 1860. Es claro que el triunfo frente a las invasiones inglesas y el Grito de Mayo son mojones fundamentales en la construcción republicana, pero el puntapié inicial dado en Tucumán en 1816 es un hito decisivo, si no el fundamental, de ese complejo recorrido.