Bahía Blanca | Domingo, 06 de julio

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De la Primera Junta al Primer Triunvirato

Tras la instalación de la Primera Junta, el 25 de mayo de 1810, la cuestión militar, lógicamente, adquirió una especial importancia. El 7 de noviembre se obtiene el primer triunfo ante las fuerzas realistas y exactamente un año después, el 7 de noviembre de 1811, se concentra el poder en el Primer Triunvirato.

Ricardo De Titto

Especial para “La Nueva.”

La Primera Junta organizó expediciones para difundir la Revolución. A fin de tener la situación bajo control y de hacerlos funcionales a los nuevos objetivos, la Junta dispuso reorganizar los cuerpos militares y realizó una requisa de las armas que estaban en manos de particulares. Belgrano marchó hacia el Paraguay y Antonio González Balcarce hacia el Alto Perú donde, el 7 de noviembre, se obtuvo el significativo triunfo de Suipacha, primero de las armas patriotas.

Esta victoria se logró tras el desfavorable combate de Cotagaita del 27 de octubre, que había obligado a las fuerzas revolucionarias a replegarse en dirección a Tupiza. El 5 de los realistas marcharon, con tropas reforzadas con contingentes de “marinos veteranos, muchos vecinos de la ciudad, los artilleros de Cuzco, fusilería de Oruro y algunos de La Paz” entre los cuales estaban los Granaderos de la provincia de La Plata provenientes de Charcas y llegó a armar una fuerza de 1.200 hombres.

González Balcarce, un oficial militar de carrera, dispuso desalojar el pueblo, y tomó posición a orillas del río Suipacha donde se reforzó con otros doscientos hombres provenientes de Jujuy con dos piezas de artillería y buena provisión de municiones. El bando español suponía que el ejército auxiliar estaba desmoralizado y no sabía que, incluso, la paga de los sueldos se había puesto al día.

La batalla se libró con superioridad numérica para los españolistas que presentaron ochocientos hombres con cuatro cañones contra seiscientos patriotas con dos cañones.

Tras simular una retirada Balcarce ordenó un ataque: La batalla duró media hora y los revolucionarios, en poco más de media hora, obtuvieron una rápida victoria: la inesperada presencia de cientos de indígenas en las serranías cercanas -que fueron a ver la pelea- hicieron pensar a los jefes españoles que eran la retaguardia de los patriotas. Los enemigos abandonaron el campo precipitadamente y de modo desordenado abandonando la artillería. Fueron tomados 150 prisioneros realistas. La batalla reunió a los 275 hombres provenientes de Buenos Aires con gente reclutada en Salta, Jujuy, Orán, Tarija y Chichas conformando una fuerza con gran presencia de personas de la región. El 9 de noviembre, Castelli ordenó al capitán Martín Miguel de Güemes que partiera hacia Cinti al mando de 150 tarijeños montados para capturar a los comandantes militares y evitar que se fugaran hacia el Gran Chaco. Güemes, poco después y ya en Potosí, fue despojado de su rango militar por desavenencias con Castelli y enviado de regreso a Salta, mientras que sus tropas fueron incorporadas al Ejército del Norte. Ciertas investigaciones históricas dan el crédito de las acertadas acciones de Suipacha a Güemes, pero su nombre no figura en el parte de batalla.

La revolución, en Potosí

Las medidas tomadas por el ejército durante su estadía fueron draconianas sostenida con firmeza y una verdadera guerra de proclamas en la que Castelli trató de ganar para la causa patriótica a los aborígenes altoperuanos, como lo atestiguan las palabras que les dirigió el 5 de febrero de 1811: “Es tiempo, de que penséis en vosotros mismos, desconfiando de las falsas y seductivas esperanzas, con que creen asegurar vuestra servidumbre. No es otro el espíritu del virrey del Perú. [...] Jamás dudéis, que mi principal objeto es libertaros de su opresión, mejorar vuestra suerte, adelantar vuestros recursos, desterrar lejos de vosotros la miseria, y haceros felices en vuestra patria. Para conseguir este fin, tengo el apoyo de todas las provincias del Río de la Plata, y sobre todo de un numeroso ejército, superior en virtudes y valor a ese tropel de soldados mercenarios y cobardes, con que intentan sofocar el clamor de vuestros derechos los jefes y mandatarios del virreinato del Perú”.

Tras disponer el fusilamiento de los principales jefes realistas José de Córdoba, Vicente Nieto y Francisco de Paula Sanz, Castelli y Balcarce lograron que todo el Alto Perú se pronunciara por la revolución mientras Pueyrredón tomaba las ricas cajas de los caudales del Potosí. Esta primera ofensiva, sin embargo, resultó efímera y culminó con el “Desastre de Huaqui” -en el actual departamento boliviano de La Paz-, el 20 de junio de 1811, un combate librado en la zona fronteriza entre los virreinatos del Río de la Plata y del Perú que permitió a los realistas recuperar todo el Alto Perú, región que sostendrán más de una década como su último bastión sudamericano. Se sostiene que esa grave derrota fue consecuencia de un error político: Castelli había firmado un armisticio con el jefe español José Manuel Goyeneche en mayo de 1811 que se juzgó como una ingenuidad de su parte.

“No hay espadas, ni dónde comprarlas”

Entretanto, a fines de 1811, Belgrano era nombrado jefe del Regimiento de Patricios y enviado por el gobierno a proteger las costas del Paraná de un eventual desembarco español organizado por Javier de Elío desde Montevideo.

Los problemas eran múltiples, comenzando por la falta de pertrechos, medicamentos y vestuario. En una comunicación con Buenos Aires, Belgrano se lamentaba porque “los oficiales no tienen ni espada”, y recibió como respuesta: “El Estado no tiene en el día ni espada ni sable disponible, ni tampoco donde comprarla”.

Los asuntos a resolver no se reducían al ámbito castrense. Lo más notable es la hostilidad de las poblaciones. Al respecto, el general comunica al gobierno sus percepciones: “Ni en mi camino del Rosario ni en aquel triste pueblo, ni en la provincia de Córdoba y su capital, ni en las ciudades de Santiago, Tucumán y Jujuy, he observado aquel entusiasmo que se manifestaba en los pueblos que recorrí cuando mi primera expedición al Paraguay; por el contrario, quejas, lamentos, frialdad, total indiferencia, y diré más: odio mortal, que casi estoy por asegurar que preferirían a Goyeneche cuando no fuese más que por variar de situación y ver si mejoraban. Créame usted: el ejército no está en país amigo; se nos trata como a verdaderos enemigos; pero qué mucho ¡si han dicho que ya se acabó la hospitalidad para los porteños y que los han de exprimir hasta chuparles la sangre!”.

La tarea no era sencilla. Debe combinar flexibilidad política y manu militari para con los enemigos e indolentes, entre ellos, el propio obispo de Salta, a quien se le interceptó correspondencia con Goyeneche: Belgrano, draconiano, dispuso su expulsión de la ciudad en veinticuatro horas. También debía enfrentarse la reiterada acusación de los realistas sobre la irreligiosidad de los patriotas, un arma utilizada para restarles base social, particularmente en el Alto Perú.

Chiclana, Paso y Sarratea: un poder ejecutivo

Influenciados por la derrota de Huaqui, en Buenos Aires, entretanto, la “Junta Grande”, integrada con diputados de las provincias, tras una conjura de bonaerenses, crea, en septiembre de 1811, un triunvirato ejecutivo integrado por Feliciano Chiclana, Juan José Paso y Manuel de Sarratea; el organismo designa a Bernardino Rivadavia como secretario de Guerra. La “máscara de Fernando VII” seguía vigente: el 14 de octubre el gobierno de Buenos Aires ordena celebrar el aniversario del nacimiento del rey Fernando VII. Finalmente, el 7 de noviembre se dispuso la disolución de la Junta, la cual llevaba ya tiempo sin funcionar. “Así terminó la Revolución de Mayo”, apunta Raúl Molina. La primera fase de la revolución devoraba a dos de sus mejores hijos, como Moreno y Castelli y abría un nuevo curso. El Triunvirato acentuará la política librecambista y, de ese modo, la amplia coalición que había tomado el poder en Mayo y -aunque con disputas-, gobernado hasta entonces, quedaba definitivamente rota. En efecto, una primera etapa se cerraba así y una nueva generación se hacía cargo de las riendas del gobierno.