Bahía Blanca | Jueves, 25 de abril

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La importancia de las copas

Tal como sucede con la mayoría de las historias que rodean al mundo del vino, el origen de la copa no es totalmente preciso en cuanto a fechas y protagonistas. Algunos autores sitúan los primeros ejemplares realmente reconocibles en la época griega, otros en la cristiana, y otros en el siglo XVI, en lo que actualmente es Italia, Grecia, Francia o España. Como fuese, la mayoría de los relatos guardan como inspiración para la creación de la copa algo en común: los pechos femeninos.

Una de las versiones más conocidas afirma que en la Edad Media, Enrique II, rey de Francia, estaba absolutamente enamorado de la duquesa Diana de Poitiers. Y de su figura. A punto tal que ordenó a sus sirvientes encontrar la manera para que pudiese tener en sus manos los pechos de su amante hasta cuando él estuviese comiendo. La solución fue recostar desnuda, boca abajo, a Diana de Poitiers sobre un material moldeable, probablemente arcilla y de sacar los moldes de sus pechos para crear los recipientes de porcelana en los cuales Enrique II bebería de ahí en más en los banquetes.

Esas especies de tazones (las primeras copas) permanecen aún hoy en distintos museos de Francia. La misma historia también se recrea con Elena de Troya y con María Antonieta. Así fue entonces como comenzó la evolución de la copa de vino, hasta tomar las formas y dimensiones que posee hoy en día.

Muchas veces nos preguntamos si realmente importa la copa que usamos para beber un vino y si cada tipo de vino debería llevar un tipo de copa diferente. Los expertos han llegado a la conclusión que tanto los aromas como el paladar que percibimos de un mismo vino cambian en función de la forma de la copa en la que lo bebemos.

Aun así, hay características comunes que deben tener todas las copas: deben ser de cristal liso y transparente, con el borde fino y ligero (no redondeado), tener un tallo alto para poder sostenerla y no calentar el vino al tomar la copa y un cuerpo largo con una boca más pequeña para poder apreciar y retener los aromas.

Copas según el color del vino:

Copas para vino tinto: son normalmente de mayor envergadura, ya que el mayor tamaño permite la oxigenación del líquido para que se volatilicen sus moléculas odorantes. Por otra parte, esta aireación favorece que el vino se vaya "suavizando". La abertura más ancha también facilita que el vino "bañe" toda la boca en su ingreso a la misma, ayudando el reconocimiento de los distintos gustos y sensaciones.

Copas para vino blanco: tienen forma de tulipán. Son de tamaño menor para evitar que el vino se caliente demasiado rápido. También, al ser la abertura de la copa más angosta, obliga a inclinar levemente la cabeza hacia atrás, dirigiendo el líquido a la parte media de la lengua, donde están la mayoría de papilas detectoras de la acidez, principal característica de los vinos blancos.

Copas para espumantes: la característica copa estilo "flauta", alargada y delgada, permite apreciar el tipo y cantidad de burbujas en su largo recorrido a la superficie, a la vez que al poseer una abertura angosta se obtiene una menor área de contacto entre el líquido y el aire, reduciendo así la pérdida del gas y favoreciendo la formación de la "corona" o espuma. Sin embargo, en la opinión de distinguidos enólogos el uso de la copa tipo "flauta" no sería el ideal ya que "desmerece el producto", y aconsejan la copa de vino blanco como la más apta para los espumantes.