18 de agosto de 1848: el fin de Camila y Uladislao
Juan Manuel de Rosas era el Restaurador de las Leyes. Luego de años de disputas internas, se convirtió en el abanderado en la defensa del orden. En 1829 ocupó la gobernación de Buenos Aires y la retomó en 1835, detentando la suma del poder público.
El caos, la anarquía y las actitudes disolventes de los “salvajes unitarios” constituían la base de ese régimen que identificaba como enemigo a quien cuestionara a la autoridad. De hecho, por las limitaciones a la oposición se ha afirmado que su gobierno constituyó una dictadura; pero ese mote puede hacer perder de vista que, si bien primaba un espíritu unanimista, el discurso republicano y de respeto a los pactos y a las diversidades del federalismo de la Confederación, por lo general, se respetaron.
Los valores que animaban a Rosas eran, ante todo, el orden, la moral, el respeto a las jerarquías y la obediencia, aspectos que, de algún modo, otorgaban legitimidad a la censura y los excesos represivos.
Vale aclarar que las diatribas y los ataques de los unitarios no le iban en zaga: la sociedad estaba polarizada y enfrentaba dos mundos irreconciliables.
El poder de Rosas, además, fue posible porque un importante sector compartía esos valores. Cuando esa sociedad vivía una relativa calma, un incidente transgredió todo lo que se estimaba como conquistado: sus protagonistas fueron Camila O’Gorman (de 20 años ) y Uladislao Gutiérrez (de 24). Ella, “hija de familia” de las clases altas y antigua raigambre. El, un sacerdote de Tucumán. Rompiendo con todas las convenciones sociales se enamoran y huyen al interior; cambian sus identidades e intentan construir una nueva vida en pareja.
En pocos días, en Buenos Aires no se habló de otra cosa. El gobierno lo sintió como un desafío a su autoridad. El Restaurador, además, enfureció por la demora en que se le informara del incidente –durante 9 días se intentó encubrir la cuestión–, lo que agravó todos los términos del conflicto.
La Iglesia se había esforzado por sostener relaciones amistosas con el gobierno y sintió que este escándalo la involucraba en primer lugar; las damas de la sociedad exigían explicaciones –a la Iglesia en primer lugar–, garantías y un castigo ejemplar.
El obispo Mariano Medrano sumó su voz para iniciar la búsqueda y lograr la captura “de esos miserables, desgraciados e infelices”.
Todos sintieron que cuanto más fuerte fuera su condena, más a resguardo quedaba su moral, hasta el mismo padre de la muchacha, Adolfo O’Gorman, le escribió a Rosas el 21 de diciembre de 1847: “Quiero elevar a su superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V.E. hallo un consuelo en participarle la desolación en la que está sumida mi familia, pues la herida que este acto ha hecho es mortal para mi desgraciada familia, el clero en general de consiguiente no se creerá seguro en la República Argentina. Así señor, suplico a V.E., dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver a esta infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida se precipite en la infamia”. Y describía al sacerdote prófugo: “El individuo es de regular estatura, delgado de cuerpo, color moreno, ojos grandes, pardos y medio saltones, pelo negro y crespo, barba entera pero corta, de 12 a 15 días; la niña es muy alta, ojos negros y blanca, pelo castaño, delgada de cuerpo, tiene un diente de adelante empezado a picar”. En similar tenor se dirigió también al ministro Arana: (…) el lunes 16 del corriente me fue avisado a La Matanza (donde resido) que había desaparecido mi hija menor; (…) Gutiérrez la había seducido bajo la capa de la religión y la había robado abandonando el curato el 12 del presente, haciendo entender la víspera que debía ir a Quilmes”.
En el círculo del poder había perplejidad: Manuelita Rosas –que no se animaba a pedirle a su “Tatita” que la autorizara a casarse– era amiga íntima de Camila y no alcanzaba a comprender esa decisión descabellada.
La conmoción fue tal que hasta María Josefa Ezcurra, cuñada de Rosas e implacable jefa de la Mazorca, apareció mediando a favor de Camila: “Mi querido hermano Juan Manuel: Esta se dirige a pedirte el favor de Camila. Esta desgraciada, es cierto, ha cometido un crimen gravísimo contra Dios y la sociedad. Pero debes recordar que es mujer y ha sido indicado por quien sabe más que ella el mal camino”, y se propone como mediadora para recluirla en la Santa Casa de Ejercicios donde “entrará en sí y enmendará sus yerros”.
Repartida la filiación de los prófugos y ordenada su captura en toda la Confederación la noticia llegó a Montevideo.
Para los unitarios el caso les cayó servido en bandeja: el escándalo dio pábulo para hablar de raptos, secuestros y violaciones e involucrar al propio Restaurador.
Valentín Alsina en “El Comercio del Plata” del 5 de enero de 1848 decía, por ejemplo, que “el canónigo Palacios está furioso, no con el rapto sino con la fuga; porque días antes había prestado al cura Gutiérrez una onza de oro” o acusaba –sin prueba alguna- a “un sobrino de Rosas” que, “intentó también robarse otra joven hija de familia; pero se pudo impedir a tiempo el crimen”.
La pareja fue arrestada en Corrientes.
El gobernador Benjamín Virasoro toma conocimiento de la captura el 20 de junio de 1848 y el 9 de julio los reos parten de Goya hacia Rosario. Desde San Nicolás, incomunicados y engrillados, se los traslada en sendas carretas hasta la célebre prisión de los Santos Lugares donde quedaron alojados el 15 de agosto de 1848.
La ejecución se cumplió 3 días después, exactamente a la 10 de la mañana. La condenada, “por las dudas si hubiera preñez”, recibió el bautismo por boca.
La declaración de Camila cuando fue interrogada sobre si era consciente de la causa de su prisión, no muestra arrepentimiento. Dice: “Por haberme evadido de la casa de mis padres, en compañía de Uladislao Gutiérrez, con el objeto de contraer matrimonio con él, por cuanto estaba en la presunción de que era presbítero y que no pudiendo dar esta satisfacción a la sociedad de Buenos Aires lo indujo a salir del país, para que se efectuara lo más pronto posible estando el uno y el otro satisfechos a los ojos de la Providencia”. Y reafirma “que ella no lo considera delito por estar su conciencia tranquila”.
El Restaurador era hombre de pocas palabras. El resumen del grave suceso se hizo, sin embargo, en “La Gaceta” del 9 de noviembre de 1848 con un texto que se le ha atribuido a Rosas: “El 16 de diciembre de 1847, el cura de la parroquia del Socorro, Uladislao Gutiérrez, que seguía una vida escandalosa y había convertido la Iglesia del Señor y su sagrado Ministerio en sacrílegas profanaciones, abusando de la religión, fugó de esta ciudad en compañía de Camila O’Gorman, perdida para la sociedad y para su decente y honrada familia”. El texto concluye: “Los crímenes cometidos por el clérigo Gutiérrez y por su cómplice Camila O’Gorman son castigados por las leyes con pena capital. En su caso, ellos llegaron al colmo de la gravedad y del escándalo. El Gobierno que los castigó, claramente tiene la facultad de hacerlo, procedió conforme a los principios de justicia, y ha tenido por objeto evitar con un escarmiento saludable nuevas víctimas y que el desorden e inmoralidad en las familias, en el Sacerdocio y en el Estado, cundan de un modo pernicioso y fatal”.
Poco antes de la ejecución Uladislao pudo enviar una nota a su amada: “Camila mía: Acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra unidos, nos uniremos en el Cielo ante Dios. Te perdona (…) y te abraza, tu Gutiérrez”.
De algún modo, ambos -tanto Rosas como la desafortunada pareja- quedaron en paz: cada uno hizo lo que le dictó su conciencia.