Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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Ituzaingó: un triunfo de múltiples inspiraciones

Ganar y perder. Fue la batalla más importante entre el Ejército Republicano argentino y los imperiales brasileños, en el conflicto sucedido entre 1825 y 1828. El balance de la victoria y el fin de la guerra dieron lugar a múltiples debates y desataron sucesivas crisis políticas.
Por Ricardo de Titto
Especial para "La Nueva."

Por Ricardo de Titto / Especial para "La Nueva."

La Argentina está en guerra con el Brasil: el 20 de febrero de 1827 los dos ejércitos se encuentran frente a frente. La pelea es, en primer lugar, por dominar las alturas del lugar y a la clave la decidió una táctica que consistió en derrotar a la caballería enemiga –aspecto en el que los criollos argentinos eran muy diestros–, mientras se contenía a la infantería. Los primeros intentos de los dragones orientales de Lavalleja y de los coraceros fueron fallidos y rechazados por el general brasileño Abreu. Un vertiginoso movimiento de Lavalle, que simula una fuga, permite un primer triunfo, y poco después el coronel José María Paz se lanza como una tromba por propia iniciativa y logra batir a la Segunda División Imperial. Puesta en fuga y diezmada la caballería, múltiples acciones destrozaron a la infantería.

Todos los jefes argentinos realizaron movimientos que, mancomunados, permitieron un completo triunfo. El coronel Federico Brandsen resistió la primera embestida brasileña y obedeció una orden de Alvear sabiendo que él y su gente se condenaban a una muerte segura; la columna al mando de Tomás de Iriarte, en una acción temeraria, cruzó el río Santa María (Brasil) con gran parte de la artillería bajo intenso fuego enemigo y provocó su retroceso. Félix de Olazábal resistió un ataque que dirigió el general Barbacena en persona y defendió las alturas y el comandante Olavarría, a la cabeza del regimiento de Lanceros, arrolló cuanto tenía a su frente.

Ante la dispersión de las fuerzas imperiales, cuya derrota fue total, Alvear, a pesar de los pedidos enfáticos de los oficiales, les impidió a los republicanos perseguir a los derrotados, en cuyo caso se hubiera asegurado desarmar por completo a los brasileños. La conducción de Alvear –si es que la hubo– ha dado lugar a una encendida polémica histórica. Sin que se pueda abrir un juicio definitivo, diversos informes coinciden en cuestionar al comandante en jefe. En las “Memorias”, de Tomás de Iriarte, las “Memorias de un soldado”, de Domingo Arrieta, y en un famoso relato de José María Paz hay tales coincidencias que parecen concluyentes, aunque se les puede oponer el propio parte de batalla escrito por Alvear.

Deheza, segundo jefe del Estado Mayor, le refirió a Iriarte: “Yo pasaba por delante de la galera del coronel Alegre después de la batalla y cuando había recibido la orden del general Alvear para conducir al ejército al Paso del Rosario, en el río Santa María, los coroneles Lavalle y Garzón estaban allí hablando con Alegre, y me llamaron al paso. El coronel Lavalle me dijo:

--¿Sabe usted, coronel Deheza, en lo que estamos pensando? En que los enemigos se retiran derrotados sin que nadie los persiga y tenemos el proyecto de marchar sobre ellos con 500 caballos, algunas piezas de artillería y dos batallones montados.

--¿Sin orden del General en Jefe?

– Sí, sin orden de nadie, de nuestra cuenta.

Lavalle y Lavalleja, a derecha e izquierda de los brasileños, queman los campos para dificultar la huida. Arrieta cuenta: “Veíamos caer a cada instante a los soldados enemigos, ardiéndoles la ropa, enteramente asados, saltados los ojos, el pellejo separado de las carnes, dándoles esto unas facciones horrorosas, y a poco rato, expiraban consumidos por el fuego, exhalando el último aliento entre penetrantes ayes y horribles agudos bramidos”. Y el “manco” Paz destaca que Alvear no tomó disposiciones tácticas: “Allí, todos mandamos, todos combatimos y todos vencimos guiados por nuestras propias inspiraciones”.

El parte de batalla de Alvear evita comentarios y consigna: “Ayer 20 se encontró el Ejército Republicano con el Imperial sobre el campo de Ituzaingó. Su fuerza, que ascendía a 8.500 hombres de las tres armas, se batió durante seis horas con habilidad y energía: cedió al fin al esfuerzo de nuestros bravos siendo completamente derrotada y dispersa su caballería, abandonando el campo de batalla y dejando en él más de 1.200 cadáveres, entre ellos el del mariscal Abreu, 10 piezas de artillería y crecido número de heridos y prisioneros”.

Los oficiales de Ituzaingó, descontentos con Alvear, realizaron gestiones para deponerlo y colocar en su lugar a Soler o Lavalleja, que se negaron. De todos modos, Alvear fue sujeto a un Consejo de Guerra, acusado de que “se quedó indeciso en medio del campo de batalla, sin saber qué partido tomar” y el sucesor de Rivadavia, el presidente provisorio Vicente López y Planes, puso al mando de las fuerzas terrestres a Juan Antonio Lavalleja. Las heroicas acciones de Lavalle y Paz merecieron también un reconocimiento: en el mismo campo de batalla recibieron sus despachos de generales, grado que --además de Alvear--, solo detentaban Lavalleja, Lucio Mansilla y Estanislao Soler.

Ituzaingó es el más importante triunfo en la guerra contra el imperio brasileño aunque, contradictoriamente, no significó una derrota decisiva, tal vez debido a que ni Rivadavia ni Alvear querían erguirse en dominadores absolutos del territorio oriental y convertirse así en enemigos mortales del emperador Pedro I, el “rey soldado”.

En Uruguay se la conoce como batalla de “Cutizaingó” y en Brasil es la “batalla del Paso del Rosario”. Así como Ituzaingó configuró --aunque polémico-- un inobjetable triunfo de las armas argentinas, así también enervó los ánimos del ejército cuando, en la mesa de negociaciones, se perdió todo lo que se había ganado en el campo de batalla. Tras unas ofertas humillantes realizadas por el enviado de Rivadavia –que culminan en la caída del gobierno-- en febrero de 1828 se reanudan las negociaciones y los nuevos enviados, Guido y Balcarce, convienen una paz que se asienta sobre la total independencia de Uruguay y la libre navegabilidad de los ríos: el acuerdo terminó por provocar la secesión de Uruguay que nace entonces como nueva república independiente y –desde el 18 de julio de 1830, aprobando su propia constitución-- se separa para siempre de las Provincias Unidas del Río de la Plata.

La diplomacia británica, que añoraba “poner un algodón entre dos cristales”, celebró el hecho: en carta a lord Ponsomby, George Canning lo expresó sin vueltas: “Habría que tomar todas las precauciones, mediante cláusulas precisas, para asegurar al Brasil el goce ininterrumpido a la navegación del Río de la Plata. Su Majestad (Británica), en caso de solicitársela, no se negará a prestar su garantía para la observancia de tal estipulación”.