El batallón Numancia y la decisión de Pringles
Por Ricardo De Titto / Especial para “La Nueva”
El nombre Numancia remite a un episodio heroico de la historia militar mundial: con ese nombre se identifica a una desaparecida población celta en la antigua Iberia ubicada cerca de la actual ciudad española de Soria.
Los numantinos resistieron a diversos ejércitos del antiguo Imperio Romano que intentó doblegarlos por animarse a dar cobijo al pueblo de los bellos, fugitivos del dominio imperial.
En el 153 A.de C. Numancia logró batir a 30.000 romanos bien pertrechados. Los orgullosos –y poderosos—romanos no olvidaron la afrenta.
En el 133, el Senado de Roma envió a Publio Cornelio Escipión (“El africano menor”) con el objetivo de destruir a los rebeldes ibéricos.
El Africano montó un sitio feroz, con un cerco de nueve kilómetros, torres y empalizadas y doblegó a los numantinos tras 13 meses de bloqueo.
Muchos habitantes celtas y “bellos” (provenientes de Zaragoza), sin víveres ni agua, murieron de hambre y pestes. Unos pocos se entregaron a los romanos como esclavos, pero la gran mayoría decidió suicidarse antes que entregarse a un enemigo despótico.
¿Y qué relación tiene con nuestra historia este episodio de la antigüedad?
Que aquel ejemplo de estoicismo de los numantinos y aquella consigna de “vencer o morir” fue recogida por un batallón del ejército monárquico español que, con armas y bagajes se pasó al ejército sanmartiniano y que esa decisión estuvo a punto de “saberse” antes de tiempo si no fuera por la “locura” de un oficial argentino.
Campaña de la Sierra
En la mañana del 8 de septiembre de 1820 la primera división del Ejército Libertador del Perú mandada por Gregorio Las Heras desembarcó en las arenosas playas de la bahía de Paracas. El 13 completaron el descenso todas las fuerzas terrestres que acamparon en el valle de Chincha, 250 kilómetros al sur de Lima. En el fuerte de la villa de Pisco se estableció el cuartel general. Allí el virrey Pezuela dispuso la presencia de una división de 500 infantes y 100 jinetes con dos piezas de artillería: el sólo amago del desembarco los puso en fuga.
San Martín orientó la acción política de sus soldados: “Ya hemos llegado al lugar de nuestro destino y solo falta que el valor consume la obra de la constancia. Acordaos que vuestro gran deber es consolar a la América, y que no venís a hacer conquistas sino a libertar pueblos. Los peruanos son nuestros hermanos: abrazadlos y respetad sus derechos como respetasteis los de los chilenos después de Chacabuco”.
La actitud de Pezuela al notificarse del desembarco, se cuenta, fue despreciativa: “A cada puerco le llega su San Martín”, exclamó jactancioso. Y eso, a pesar de que acababa de notificarse de que no recibiría los esperados refuerzos de España.
Con el objetivo de ganar tiempo –aspecto que también interesaba a San Martín– el Virrey envió parlamentarios con los que se firmó un armisticio. Así, el 26 de septiembre de 1820, se concretó el acuerdo de Miraflores.
Al mes siguiente San Martín se sintió confiado para iniciar una ofensiva. Álvarez de Arenales tomó el camino de la Sierra, por la cordillera mientras él ascendió por la costa. En noviembre desembarcó con las tropas en Huacho y desde allí comenzó una intensa campaña política para sublevar a los pueblos peruanos.
Un capitán de granaderos se convirtió en una pieza vital para el avance por las sierra de las tropas de Arenales. Se trató del muy porteño Juan Galo Lavalle --“la espada sin cabeza”, como fue bautizado alguna vez por su arrojo carente de equilibrio--, que logró dos importantes triunfos en Nazca y la Cuesta de Jauja, el 9 de noviembre. Abierto el camino, las fuerzas de Arenales el 6 de diciembre se enfrentaron en Pasco con una fuerte división realista a las órdenes del general O’Reylli.
A pesar del mortífero fuego de artillería española, los recios ataques del batallón de chilenos, del Regimiento 11 de los Andes y las intrépidas cargas de Lavalle con los Granaderos y los Cazadores a Caballo permitieron a los americanos un triunfo completo. Los derrotados sufrieron 41 muertos, 15 heridos y 320 prisioneros, entre los que estuvo el propio general O’Reylli; los vencedores perdieron a cinco hombres, tuvieron 12 heridos, conquistaron dos piezas de artillería y 360 fusiles, el parque y la caja militar.
Conquistado Pasco, el ejército de Arenales estaba, en paralelo, a la misma latitud que el de San Martín. Por eso, luego de su exitosa campaña, la división de la Sierra se reunió con el ejército principal el 8 de enero de 1821.
Valiente entre valientes
Entretanto, el 25 de noviembre en la costa una pequeña avanzada de americanos enfrentó a los realistas en la batalla de Chancay o “de los Pescadores”.
El contingente al mando del teniente puntano Juan Pascual Pringles —un “valiente entre los valientes”— se encontró con un batallón de españoles cara a cara. En ese mismo instante, uno de sus hombres, haciendo de correo, estaba dirigiéndose hacia el Numancia con una carta de San Martín por la que les daba plena acogida y absolutas garantías, algo imprescindible para un cuerpo desertor.
La acción de Pringles fue casi suicida pero logró un éxito de enorme repercusión.
Acorralado por fuerzas enemigas, el puntano decidió desobedecer las órdenes de San Martín y presentar batalla: eran 20 hombres contra 100. Arremetió y logró quebrar las filas realistas pero, detrás, aparecieron otros 200. Pringles tenía dos posibilidades: buscar respaldo en el batallón de Numancia -dando a conocer que estaba en rebeldía lo que desarticulaba los planes secretos-, o meterse en el mar. Dio la orden a los soldados, tomó las banderas, se dirigió hacia el acantilado y, ante el asombro de propios y enemigos, se tiró al mar.
Los españoles, consternados y admirados, le pidieron que regresara con la promesa de respetar su grado y, finalmente, lo dejaron preso en El Callao. Pero su actitud valerosa los había impactado de tal modo que una de esas noches hubo una fiesta y Pringles fue invitado y se le pidió que vistiera con ropa de gala, junto a los oficiales españoles.
Si bien el combate fue una derrota, Pringles logró mantener a salvo el dato clave de que los del Batallón de Numancia se habían pasado de bando.
Tras ingresar en Lima el 9 de julio de 1821, San Martín reunió una Junta que proclamó la independencia del Perú el día 28 de julio. Entre las medallas que distinguieron a sus oficiales hubo una que decía: “Gloria a los Vencidos Vencedores de Chancay”.