Maternidad crítica y roles desdibujados



“La maternidad me está matando", suelta con un dejo de culpa la intensa Roxi, la madre progre, urbana y de clase media que nació de la inventiva de Julieta Otero y Azul Lombardía como un blog y consolidó su popularidad en una serie online que cosechó más de un millón de visitas y sentó las bases para su desembarco en el mercado editorial.
Según Roxi. Autobiografía de una madre incorrecta (Grijalbo) registra las pequeñas tragedias domésticas de una mujer que intenta conciliar el rol maternal con un pasado revolucionario e inconformista, describiendo con minucia las desventuras de ser madre en una comunidad "que no te da nada pero ama enseñarles a las madres cómo tienen que criar a sus hijos".
"Roxi tiene un trabajo que le gusta, una hija que adora, un marido al que ama y una conciencia política del mundo. No habla tanto de cómo conseguir todo eso, sino de cómo sostenerlo, de cómo vivir el día a día con lo que siempre soñó tener. Si se resignara a ser solo madre no habría conflicto", admite Otero.
Esa perspectiva, que a diferencia de generaciones anteriores renuncia a reducir la identidad femenina al ámbito doméstico y maternal, prevalece en más de una docena de obras que a lo largo del año pusieron al descubierto las grietas que tallan el rol materno y las contradicciones derivadas de la exigencia de asimilar --en tiempo récord-- la metamorfosis personal disparada por la llegada de un hijo.
Hay ansiedad, hay alegría, pero también el estreno del rol materno conlleva amplias dosis de soledad, cansancio y sobreexigencia, un cóctel que se puede volver insoportable en una sociedad que por un lado bombardea con información sobre la maternidad, pero al mismo tiempo no alienta políticas públicas destinadas a ofrecer contención a la madre extraviada en las profundidades del rol recién estrenado.
Sobre estas tensiones trabaja la filósofa española Carolina Del Olmo en su libro ¿Dónde está mi tribu? (Capital Intelectual), que testimonia en primera persona la solitaria experiencia de la crianza actual, bajo un paisaje desolador bosquejado por licencias escasas, abuelos ausentes y jornadas laborales que no terminan nunca.
"Ser mamá, además de maravilloso, es una tarea tediosa, difícil, agotadora, trabajosa y eterna. ¿Por qué nadie dice eso? Que se lo diga no convierte en negativa la experiencia… solo se expresa la verdad", apunta la ensayista Flavia Tomaello, autora de Mala madre (Urano), donde plantea que el instinto materno se ha puesto en debate y que no todas las mujeres lo sienten.
No hay dogmas inalterables a la hora de establecer un modelo de crianza: ser buenos padres implica aprovechar los recursos propios de cada familia y apostar a la creatividad fundante que irrumpe en instancias cotidianas como el momento del baño o un trayecto en auto con los hijos, sostiene por su parte la educadora Magdalena Fleitas en su texto Crianza y arte (Grijalbo).
La autora invita a revisar los antiguos patrones de crianza para desarrollar una base de sustentación flexible respecto de los límites y posiciona a la creatividad como una herramienta espontánea que aflora inesperadamente en la escena doméstica para aportar un plan alternativo allí donde el imprevisto dibuja un escollo de incierta resolución.
Una mirada similar despliegan la psicóloga Marisa Russomando en Rutina desde los pañales (Urano) y la mencionada Tomaello, que además de Mala madre publicó Rutinas felices (Paidós), donde sostiene que la mejor manera de afrontar los nuevos desafíos que se imponen a los padres es establecer secuencias repetitivas que funcionen como patrones de organización.
En Cómo ser buenos padres (Planeta), el psicoanalista Fernando Osorio plantea la necesidad de regular los reclamos infantiles y no ceder a ellos en forma inmediata: la satisfacción urgente de una demanda anula la capacidad creativa de los chicos, sostiene, a la vez que la frustración es una instancia necesaria para la construcción del deseo.
Inmersos en una sociedad que debilita el valor de la intuición y la experiencia, padres y docentes se confrontan hoy con un escenario que desdibuja sus responsabilidades y magnifica el accionar de la medicina y la psiquiatría, explica el autor.
“Cuando un chico se aburre en el aula --indica Osorio--, el docente no tiene que preguntarse qué le ocurre al chico, sino también por qué se aburre en su clase. Cuando un hijo no le hace caso a su padre, éste debería interrogarse no solo qué le está pasando a su hijo, sino también a él mismo que no logra posicionarse en un lugar de respeto y amor”.