Máximas para un hijo de este siglo
“Inspirarle amor a la verdad y odio a la mentira, que hable poco y lo preciso, acostumbrarla a estar formal en la mesa”, fueron algunas de las máximas que en 1825 escribió el general José de San Martín para dirigir la educación de su hija Merceditas. Transcurridos 189 años es momento propicio para preguntarse: ¿los padres están desertando en su tarea de educar? ¿Deben ser amigos de los hijos? ¿Podemos enunciar las máximas para un hijo en el siglo XXI?
El biólogo austríaco Ludwig von Bertalanffy formuló la Teoría General de los Sistemas; definía que un sistema es un conjunto de objetos con atributos y funciones, y dichos componentes se relacionan entre sí.
Años más tarde, los conceptos expuestos son tomados por la Terapia Familiar concluyendo que la familia funciona como un sistema, que está compuesta por distintos integrantes, con roles y funciones diferenciados y que interactúan entre sí. Se puede categorizar a las familias en funcionales y disfuncionales.
Nadie niega que ser padres sea una tarea sencilla. La concepción --palabra que deriva de "concepto"-- o adopción de un hijo, es un acto que obliga a dar un significado, un contenido, una respuesta y trascendencia en cada acción cotidiana.
Padre y madre tienen una función educadora indelegable que implica transmitir valores, formas de vinculación reales por encima de lo virtual y una vida con sentido, traducida en palabras y en acciones, pues los padres son el espejo cotidiano en el que los hijos se miran y tienen una responsabilidad a la que no pueden abdicar.
En una sociedad en la que se les rinde un tributo desmedido a lo joven y a lo nuevo es factible que el envejecer sea un fantasma que acecha espantando todo deseo de crecimiento y maduración; en ocasiones los padres se perpetúan en la fase adolescente dejando a los hijos sin sostén y sin modelos válidos con los cuales referenciarse: ser amigos de los hijos, usar la misma ropa, asistir a los mismos lugares de diversión tornan a la familia en un sistema disfuncional. Adultos inmaduros obstinados en “ser compinches” se desresponsabilizan de un rol que a veces lo termina ejerciendo la escuela, la niñera, el televisor, la play station o en el peor de los casos la calle. Para que una relación sea óptima y funcional debe ser asimétrica, al vínculo lo deben crear y nutrir los padres quienes en ningún momento deben volver sobre sus propios pasos evolutivos para estar a la altura de los hijos, porque los necesitan presentes, sin temores y con límites coherentes.
En tiempos donde las exigencias apremian, los roles se invierten y las emociones se congelan, ser padres es simbólicamente dejar de ser hijos, introducirse de vez en cuando en terrenos desconocidos, pero sin perder de vista que es una las experiencias más maravillosas de la vida.
Quienes asumen esa responsabilidad tal vez deban comprender que las máximas para un hijo de este siglo se resuman en: comunicarse de forma clara, sin censura, en la que escuchar al otro sea tan importante como el decir; cultivar la honestidad en cada acto cotidiano a fin de evitar la corrupción; tomar decisiones con responsabilidad pudiendo anticipar consecuencias; ser solidario y compasivo; tolerante ante lo diferente y para con el mismo: pues no siempre se obtiene todo a la vez y es positivo aprender a esperar; amor: a sí mismo, a los otros, a la patria, el amor implica pertenencia y gratitud; por último libertad para poder elegir, tal como dijo José de San Martín.