Piropo es una cosa; vulgaridad, otra
El ruido de los tacos de Silvia se fusionan con los distintos sonidos que alberga la ciudad. Con ritmo constante, todas las mañanas se dirige a su trabajo y disfruta cada paso del recorrido; una sonrisa se esboza en su rostro cuando el vendedor de flores de la esquina pronuncia, a viva voz: “Olvidaron cerrar la juguetería ¡se fugó una muñeca!”.
Paula, en cambio, días atrás, alteró su itinerario para evitar pasar por la obra en construcción cercana a su casa desde el momento en que se le pusieron rojas las mejillas cuando su cuerpo fue el destinatario de una vulgaridad propinada al unísono.
Los piropos, sin dudas, alteran el paso de una mujer. ¿Se requiere de talento y creatividad para decir un piropo? ¿Las mujeres disfrutan de tales dichos? ¿Los hombres están dispuestos a ser destinatarios?
El piropo, cual concierto de halagos, se construye a través de metáforas, analogías y semejanzas, procede del griego pyropus, que significa “rojo fuego”. Los romanos tomaron esta palabra de procedencia griega y la emplearon para designar piedras preciosas de color carmesí como el granate o el rubí. Algunos historiadores afirman que los hombres enamorados obsequiaban a las mujeres dichas piedras cuando se lanzaban a la conquista y quienes no accedían a esas joyas debían reemplazarlas “regalando bellas palabras”. Y fue así que nació el piropo.
Desde trovadores a poetas callejeros enhebraron una a una las palabras hasta convertirlas casi en una alabanza. Para lamento de las mujeres románticas el piropo deja de circular --peor aún-- se desvirtúa, y puesto que de la palabra que halaga a la que denigra hay un solo paso surgen los “antipiropos”: tales construcciones se caracterizan por lo grosero, vulgar, ofensivo y de mal gusto, situando a la mujer en un objeto y generando en ella un rechazo.
Sociedades machistas y patriarcales naturalizan y hasta inmortalizan piropos que implican la evaluación pública del cuerpo cuando una mujer no lo solicita, tornándola en un objeto y, en la mayoría de los casos con connotación sexual. De esta manera, los “antipiropos” más allá de la grosería y la ofensa, perpetúan un estereotipo de mujer, quedando circunscripta a un ser con un rol en inferioridad de condiciones, poniendo en evidencia el retraso de la sociedad.
Según los semiólogos, los piropos, como herramienta de conquista, van perdiendo vigencia debido a que la comunicación entre el hombre y la mujer se va modificando y ya no es una proeza abordar a una dama; dicha simetría en los vínculos genera que mujeres se atrevan a desplegar su poesía cotidiana: “¿Creés en el amor a primera vista o tengo que volver a pasar?” en boca de una mujer ocasiona halago y sorpresa en un hombre, solo que, a diferencia del varón, la mujer utiliza los piropos o frases especiales en ámbitos íntimos o con un hombre al que desea ponderar.
Lejos de izar la bandera de la represión, el piropo solo emerge con talento, creatividad y esencialmente respeto; expresar sentimientos, gustos, sensaciones; implica una dosis de inteligencia para saber detectar el escenario propicio en el que esas palabras puedan ser pronunciadas.
Realzar virtudes y características en los otros, más allá de si el autor es un hombre o una mujer, pone en evidencia la evolución de vínculos equivalentes.
Los dichos vulgares lejos de inspirar, alejan; y solo para los poetas quedan reservados ciertos vocablos que engarzan con arte como lo supo hacer Julio Cortázar: “Lo que me gusta de tu boca es la lengua, lo que me gusta de tu lengua es la palabra."