Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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Moldavia elige a Europa

Escribe Emilio J. Cárdenas
Moldavia elige a Europa. Notas y comentarios. La Nueva. Bahía Blanca

Las recientes elecciones en Moldavia -una pequeña y empobrecida república centro-europea emplazada entre Rumania y Ucrania- tuvieron un contenido muy especial. Particularmente en su capital, Chisinau, que vivió algunos momentos de clara tensión política.

Fueron una opción, en la que el electorado debió elegir entre los liberales, que postulaban mantener la actual asociación del país con la Unión Europea, o los socialistas que, en cambio, proponían romperla y volver a vivir sumergidos en la órbita de lo que hoy es la Federación Rusa.

La injerencia rusa en el reciente proceso electoral de Moldavia fue descarada, abierta y total.

A punto tal, que Rusia financió y apoyó con publicidad a todos quienes postularon el regreso de Moldavia a su órbita.

No obstante, la justicia local descalificó a quienes recibieron financiamiento externo para sus campañas, circunstancia que, para la ley local, es claramente una asistencia prohibida, o sea teñida de ilegalidad.

El telón de fondo de la elección era, naturalmente, todo lo malo que desgraciadamente viene sucediendo en la vecina Ucrania.

Los partidos pro-europeos, que han gobernado al país desde el 2009, se impusieron. Aunque muy ajustadamente, por cierto. Con apenas el 44% de los votos totales.

Las agrupaciones prorrusas, en cambio, obtuvieron el 39% de los sufragios. Cabe destacar que apenas un 55,86% de los dos millones de ciudadanos que estaban en condiciones de votar lo hicieron efectivamente. Pese a la enorme trascendencia del resultado.

El proceso electoral, como era de suponer, no incluyó a la población de la separatista región de Transnistria, que contiene a unas 500.000 personas y que, desde 1990, está de hecho separada del resto del país, con fuerzas rusas “de paz” (esto es ciertamente un eufemismo desde que, en rigor, esas fuerzas son realmente “de ocupación”) en su territorio. Más allá de la retórica.

Transnistria es uno de los llamados “conflictos congelados” que Rusia mantiene abiertos (siempre con la presencia amenazante de sus tropas) para “proteger” a las respectivas poblaciones de etnia rusa que, de pronto, quedaron sorpresivamente “fuera” de su propio país, al producirse el repentino -pero definitivo- colapso de la Unión Soviética.

Tampoco pudieron votar los casi 700.000 trabajadores expatriados que residen en Rusia.

Moldavia vende principalmente a Rusia sus vinos, corriente de exportación que sufre, de tiempo en tiempo, suspensiones intimidatorias por parte de Rusia, que así presiona -con reiteración- a Moldavia.

A su vez, también depende energéticamente de las importaciones de gas natural ruso, lo que supone convivir con una tensión permanente, puesto que también con esto la nostálgica Rusia presiona a Moldavia a permanecer mansamente en lo que Rusia considera que es “su propio redil”.