Bahía Blanca | Viernes, 04 de julio

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La bandera argentina flamea en California

Ricardo De Titto / Especial para "La Nueva."

Cuando se la enuncia sin demasiadas explicaciones suena a historia poco creíble. Sin embargo, es absolutamente cierto que el 22 de noviembre de 1818 Hipólito Bouchard atacó el fuerte español de Monterrey, en California –después, territorio de Estados Unidos-, derrotó a los defensores, izó la bandera celeste y blanca en el mástil y mantuvo durante seis días el control sobre la ciudad. ¿Por qué semejante audacia? Sencillo: porque la Guerra de la Independencia americana contra la monarquía española se libró en todos los frentes y, así como San Martín, Bolívar y Sucre comandaron las principales campañas terrestres, también hubo una dura lucha en los mares que se extendió a los puntos más remotos del planeta. Aquellos corsarios que pelearon bajo bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata, como otros que lo hicieron a título de la República Oriental dirigida por Artigas, desplegaron sus velas por el Caribe, las costas del Brasil, el Pacífico, el Indico, atacando allí donde pudieran al enemigo español o portugués, según el caso. Veamos esta historia.

Una fragata, cuyo nombre original había sido “Consecuencia”, era parte del botín que le correspondió a Hipólito Bouchard tras la toma de Guayaquil, operativo que había realizado junto con Guillermo Brown en febrero de 1816. En el puerto de Buenos Aires fue rebautizada como “La Argentina” y, llevando su capitán varias copias de la Declaración de la Independencia acordada en Tucumán el 9 de julio de 1816, partió en corso exactamente un año después. El espíritu bravío de su indómito capitán y las hazañas realizadas por su tripulación convirtieron a la nave en una verdadera leyenda de los mares y solo agitar su nombre causaba terror en los buques mercantiles españoles.

Su rumbo, establecido por la patente expedida y firmada por el director Juan Martín de Pueyrredón era hacia el este, o sea, de Buenos Aires debía, en principio, cruzar el Atlántico y dirigirse hacia las costas africanas. El ideario que llevaba el marino de origen francés –nacido en Saint Tropez- era republicano y democrático, enemigo del esclavismo y, desde esa óptica, el capitán Bouchard se permitía algunas licencias, como atacar a navíos negreros de otras banderas –franceses e ingleses, entre ellos- para liberar los esclavos en nombre de la legislación vigente en las Provincias Unidas del Río de la Plata.

Para su época la nave era de porte importante: podía desplegar 42 cañones y llevaba 250 tripulantes. La tripulación, además, era férreamente disciplinada por su jefe cuyo estilo de mando era muy autoritario, lo que solía generar conflictos que Bouchard reprimía sin miramientos imponiendo fuertes castigos a cualquier rebeldía o transgresión de sus reglas.

En su rumbo hacia el oriente, hizo escala en Madagascar y tras cruzar el Indico alcanzó los mares circundantes de las islas Filipinas, un dominio español. Allí replicaron un ataque de piratas malayos y los “argentinos” –entre los que había muchos americanos de diversos orígenes- lograron derrotarlos. Llegaron a Manila en enero de 1818. En dos meses de intensa actividad corsaria, Bouchard logró hundir 16 barcos mercantes enemigos y tomó otros cuantos, varios de los cuales perdió a causa de las tormentas.

En agosto arribó a las islas Hawaii y sucedió algo realmente imprevisto. Trabó relación con el rey local, Kameha Meha y Bouchard, como representante oficial del Estado llamado Provincias Unidas del Río de la Plata, celebró el primer tratado internacional de lo que después fue la Argentina. El rey de las islas del Pacífico reconoció así la independencia del nuevo país, celebrada dos años antes en Tucumán. La buena relación entre ambos permitió a Bouchard sofocar el amotinamiento de otra tripulación de un buque de las Provincias Unidas, la fragata “Santa Rosa”, con la curiosa ayuda del rey hawaiano. Al culminar el cruce del Pacífico, la flotilla dirigida por Bouchard bordeó la costa americana y se dirigió a Monterrey, que por entonces pertenecía al Virreinato de Nueva España (México) en tiempos de su último virrey, Juan Ruiz de Apodaca: tomaron el fuerte, pusieron en alto la bandera celeste y blanca, saquearon la ciudad y destruyeron su artillería. Bajando hacia el sur con el objeto de retornar al Río de la Plata, los corsarios atacaron varias ciudades y puertos de la costa americana del Pacífico. Aunque no está probado, se dice que su influencia fue tal en Centroamérica que los colores azul y blanco terminaron por imponerse como emblemas de la independencia y que de allí derivan la mayoría de las banderas del los países centroamericanos, como Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala que en 1823 constituyeron las Provincias Unidas del Centro de América cuya enseña, en sus colores y distribución, es idéntica a la creada por Belgrano 10 años antes.

Las naves de Bouchard llegaron a Valparaíso (Chile) en julio de 1819. Sumó entonces sus fuerzas a la Armada que acompañó al Ejército sanmartiniano, pero, lo mismo que el Gran Capitán, Bouchard tuvo varios y serios desencuentros con el jefe de la Marina, Thomas Cochrane, “El lobo de los mares”. A pesar de ello, “La Argentina”, finalmente, se sumó a la expedición libertadora al Perú y Bouchard acompañó a San Martín hasta Lima.

Consolidada la independencia del Perú, Bouchard, convertido en industrial azucarero, según parece, continuó con su trato descomedido y arbitrario hacia el personal a su cargo hasta que uno de sus empleados lo asesinó en enero de 1837 en su hacienda de San Javier, Perú.