Bahía Blanca | Miércoles, 02 de julio

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Francia y la conexión africana

En estos días, muchos se sorprenden al ver en los noticieros a tropas francesas nuevamente en Africa, interviniendo en la guerra civil de Malí e influenciando el destino del Sahel. En realidad, ello no debiera sorprenderlos, porque Francia nunca se fue de Africa. Tenía 11 años cuando, en una radiante mañana de París, me llevaron a ver por primera vez el Gran Desfile del 14 de julio en los Champs Elysées. Corrían los años 50 y el Imperio Mundial Francés se extendía inmenso sobre cinco continentes. Detrás de la flor y nata del ejército galo, encabezado por la Guardia Republicana flanqueando al Presidente René Coty, avanzaba al son de pífanos, tambores y trompetas, y a un ritmo lento y cadencioso, uno de los espectáculos más coloridos y exóticos concebibles. Eran las tropas coloniales de Francia, que representaban a la multitud de tierras y pueblos que en ese entonces compartían los destinos de la metrópoli.




 En estos días, muchos se sorprenden al ver en los noticieros a tropas francesas nuevamente en Africa, interviniendo en la guerra civil de Malí e influenciando el destino del Sahel. En realidad, ello no debiera sorprenderlos, porque Francia nunca se fue de Africa.




 Tenía 11 años cuando, en una radiante mañana de París, me llevaron a ver por primera vez el Gran Desfile del 14 de julio en los Champs Elysées. Corrían los años 50 y el Imperio Mundial Francés se extendía inmenso sobre cinco continentes. Detrás de la flor y nata del ejército galo, encabezado por la Guardia Republicana flanqueando al Presidente René Coty, avanzaba al son de pífanos, tambores y trompetas, y a un ritmo lento y cadencioso, uno de los espectáculos más coloridos y exóticos concebibles. Eran las tropas coloniales de Francia, que representaban a la multitud de tierras y pueblos que en ese entonces compartían los destinos de la metrópoli.




 Enfundados en sus pintorescos uniformes históricos, las cabezas cubiertas por turbantes, kepis, fez y boinas, desfilaban miles de Spahis, Cazadores, Tiradores, Turcos y Zuavos de Argelia, Túnez, Senegal, Sudán, Indochina y la India, enmarcados por los célebres "paras" coloniales y naturalmente por la sempiterna Legión Extranjera. Todo un símbolo del poder de Francia y de su presencia planetaria que se extendía desde sitios como St. Pierre et Miquelon en Norteamérica hasta Nueva Caledonia en el Pacífico Sur, pero que tenía su centro indiscutible en el continente africano, donde controlaba un territorio colosal, superior a los 11 millones y medio de kilómetros cuadrados --más de cuatro Argentinas-- que, abarcando la costa septentrional que va del Atlántico a Libia, avanzaba sobre la inmensidad del Sahara y se hundía en las regiones ecuatoriales para llegar por fin a Madagascar, sobre el Océano Indico. Empresa extraordinaria este imperio colonial, armado pacientemente a lo largo del siglo XIX, y especialmente notable cuando pensamos que se produjo luego del derrumbe de otro anterior construido en el siglo XVIII, que comprendía la India, Canadá y la Luisiana, posesiones que terminaron luego en manos de Inglaterra y Estados Unidos.




 Sorpresivamente, todo ese mundo, que en aquel inolvidable desfile de mi infancia supuse definitivo, para 1960 había desaparecido como resultado del proceso de descolonización que liquidó el control político que los europeos ejercían sobre la mitad del planeta.




 Aquí comienza un capítulo en apariencia muy distinto en las relaciones de Francia con sus excolonias, aunque es preciso advertir que es solo aparente, pues en sustancia retiene el objetivo primordial de la era colonial, o sea, el superior interés estratégico de la exmetrópoli, que al día de hoy sigue jugando un rol preponderante y dictando las políticas a seguir en esos territorios, en vista de la crónica precariedad político-económica en la que se debaten. Porque, si bien la tricolor ya no ondea sobre Bamako, Conakry o Abidjan, no cabe duda que la región sigue siendo una zona de influencia clave para un conjunto de fuerzas decididas a mantener sus posiciones cueste lo que cueste, tanto frente a gobiernos locales poco dóciles como ante la reciente competencia china, o americana, o de otros países europeos deseosos de explotar comercialmente esos mercados y, más aún, de hacerse de los inmensos recursos que encierran esas tierras y que resultarán vitales en la carrera mundial por la supremacía tecnológico-industrial. Por fin, también harán frente, como lo prueba la actual expedición francesa, a un fundamentalismo islámico tanto o más peligroso que los citados rivales, y a pesar de los problemas que ello podría acarrearles en los países musulmanes del Maghreb, o de las posibles reacciones de la numerosa colectividad árabe que reside en Francia y que supera el 7% de su población.




 Pero veamos rápidamente el caso de Malí. El país en sí mismo no reviste gran importancia económica, pues el comercio con Francia no supera los 350 millones de euros y, si bien posee muchos recursos potenciales, el atractivo principal hoy son unos yacimientos de oro de explotación incipiente. En realidad, el significado estratégico de Malí pasa por otro lado, y más bien tiene que ver con una situación geográfica que lo convierte en la verdadera encrucijada de la región del Sahel.




 Miremos un instante el mapa y de inmediato comprenderemos lo que esto significa. Al oeste de sus fronteras se encuentra Mauritania, donde el país galo cuenta con vastos intereses en el sector petrolífero. Al norte, Argelia, socio privilegiado de Francia y su primer cliente comercial en Africa. Finalmente, al este, el Níger, gran productor de uranio y abastecedor de más de un tercio del consumo de las centrales nucleares francesas. Es fácil ver entonces que la rápida y contundente intervención de Francia en Malí se explica por la estricta lógica de sus intereses inmediatos, ya que una debacle en este país podría muy bien conducir a una repentina desestabilización de esos vecinos que son de una importancia crítica.




 Sin embargo, el fenómeno maliense ciertamente no es hoy un caso único en Africa. De hecho, la presencia de esos intereses franceses, sobre todo en la llamada Francafrique, es verdaderamente abrumadora. Fuentes comerciales sitúan la cifra de firmas de ese origen repartidas por el continente en más de 8.000. Empresas de todas las dimensiones, además frecuentemente líderes, que cubren una gama infinita de bienes y servicios, con ventas anuales que superan los 55.000 mil millones de euros.




 De ahí que la situación de Malí y sus vecinos no sea finalmente más que la punta de un iceberg que tiene además su paralelo en el plano militar, puesto que los 2.500 combatientes franceses actualmente en ese país se hallan apoyados por fuerzas propias estimadas en unos 15.000 hombres, repartidos en bases operativas que Francia mantiene en la Reunión sobre el Indico; Djibouti en el Mar Rojo; Senegal en la costa atlántica, y asimismo en Costa de Marfil, Gabón y Tchada a lo largo de la franja ecuatorial. Por último, hay que tener en cuenta a las fuerzas de tareas navales que recorren permanentemente el perímetro africano y a las numerosas tropas auxiliares de ese origen entrenadas por el ejército francés




 Conclusión: el pintoresquismo de la era colonial puede que ya no exista, pero lo que es seguro es que la conexión de los grandes intereses permanentes de Francia con Africa, así como el espacio considerable que allí ocupan, es muy improbable que desaparezcan en un futuro previsible.




 Flaviano Francisco Forte es ministro (R) en el Servicio Exterior de la Nación y licenciado en Ciencia Política.