Bahía Blanca | Sabado, 28 de junio

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El sueño de la mariposa

Caí en esa trampa existencial no sé cómo y creo que nunca podré salir de ella. Todos pensarán que es una estupidez. Yo también pienso que es una estupidez. Pero saberlo no me sirve de nada. Para escapar de esa oscura presencia debería dar un gran salto no sé hacia dónde ni desde dónde. Lo cierto es que cada acto de mi vida depende de aquel abrumador relato que consta de una sola frase. No recuerdo el nombre del protagonista. Creo que se llama Chuang Tzu. El relato se reduce a las siguientes palabras: "Chuang Tzu soñó que era una mariposa y de inmediato no sabía si realmente era Chuang Tzu que había soñado ser una mariposa o era una mariposa que estaba soñando ser Chuang Tzu".

 Caí en esa trampa existencial no sé cómo y creo que nunca podré salir de ella. Todos pensarán que es una estupidez. Yo también pienso que es una estupidez. Pero saberlo no me sirve de nada. Para escapar de esa oscura presencia debería dar un gran salto no sé hacia dónde ni desde dónde.


 Lo cierto es que cada acto de mi vida depende de aquel abrumador relato que consta de una sola frase. No recuerdo el nombre del protagonista. Creo que se llama Chuang Tzu. El relato se reduce a las siguientes palabras: "Chuang Tzu soñó que era una mariposa y de inmediato no sabía si realmente era Chuang Tzu que había soñado ser una mariposa o era una mariposa que estaba soñando ser Chuang Tzu".


 Parece una imagen poética, pero es el relato existencial más terrible que alguien pueda haber padecido. Es difícil sacárselo de encima. La misma incertidumbre, supongo, pesa inconscientemente sobre una hormiga, sobre un hipopótamo o sobre un hombre. ¿Quién nos elige para que seamos un hombre y no un tábano? Una maldita trampa tendida en la inmensidad. Y no hay referencias exteriores que nos ayuden a orientarnos. Sin necesidad de apelar al telescopio, Walt Whitman pudo afirmar que "hay millones de soles abandonados".


 Somos esto que nos metieron adentro. Y así andamos. ¿A qué fundamentos lógicos puede acudir el pensamiento durante un absurdo sueño, cuando nos sumergimos sin saber cuál fue el orificio de entrada en un tiempo de estáticos almanaques y relojes vertiginosos que intentan asumirse a sí mismos como una borrosa copia de la realidad?


 Lo más absurdo es que al ingresar al extraño escenario de los sueños la lógica se esfuma de inmediato y se esconde vaya a saber en qué rincón inviolable de nosotros mismos. Ahora arréglense con lo que tengan, nos dice, y se va. Y de repente nos sumergimos en el caos de unas invasoras imágenes que nos someten a su realidad ficticia y abstrusa.


 Durante ese acelerado acontecer avanzo de un modo extraño, sin saber quién soy ni para qué vine al mundo si es que el mundo no pertenece también al reino de lo onírico. ¿Quién me garantiza que el mundo existe y que yo fui destinado a deambular temerariamente en su recinto ¿para qué? acelerando ese confuso momento, con una sola meta por delante: la nada?


 Me pasé los últimos cinco años tratando de deslindar las presuntas diferencias entre lo que es el sueño y la realidad. No encontré ninguna. Todo es lo mismo. Creo que me levanto, que desayuno, que voy a trabajar todos los días. Y vuelvo, y me preocupo, y mantengo intactas mis ambiciones de conseguir no sé qué. Así en todo momento.


 Y a la noche, durante el sueño, me absorben otros acontecimientos y otros seres difusos que parecen estar vagamente relacionados conmigo. Como si todo perteneciera a un inexistente orden de causas y efectos liderados por el azar. Y me encuentro con misteriosos seres que se asoman, me acosan y quieren decirme algo. Insisten en no sé qué. Y de pronto desaparecen aceleradamente, espantados, en el borde de mi existencia y de la suya. Intento sujetarlos en la memoria, asirlos de alguna manera. Pero todo, de inmediato, se reduce a una gran mentira. Vuelvo a estar solo conmigo mismo y me pregunto: ¿dónde se metieron? En qué lugar se oculta esa realidad misteriosa para seguir aguardándome.


 Borges comentó que en una tribu aborigen de América del Norte los padres "les enseñaban a sus hijos cómo debían conducirse durante los sueños". ¡Qué bien! Porque uno padece del mismo modo ambas realidades. Y quizás más la de los sueños.


 A veces las deformes imágenes se precipitan desde su apostadero como si supieran por anticipado lo que me va a ocurrir. Como cuando me anunciaron que iba a morir un ser querido. Y fue tal cual. Con lo que perturbaron por completo mi concepción lineal del tiempo. Todo lo que será ya ha sido. En fin, no sé. Pero percibí, nítida, en el sueño, aquella escena perturbadora que iba a suceder luego, detalle por detalle_ Solo podemos comprender esas cosas mediante una concepción muy diferente, no lineal sino caótica, del tiempo y del espacio. Como los aborígenes. Algo que quizás lograremos asumir en el futuro, lo que me sumerge en otra contradicción. ¿Qué futuro? ¡Futuro!, una palabra breve y estremecedora. Musitada como un soplo. Si, ya sé que estoy divagando, como en los sueños...


 Pero así transcurre ese mundo acuciante, sombrío, que me invade con su provocadora vitalidad nocturna. Me acecha desde su penumbra. Un mundo que se sumerge en el inmediato olvido, para seguir aguardándome. Porque, sin duda, sigue ahí, en un escenario paralelo. Alguien dijo que cada sueño es un mensaje que nos enviamos a nosotros mismos. Creo que fue Erich From. Pero ¿desde dónde? Es mucho peor que eso. No es un mensaje. Es una invasión inevitable, demandante. Una reiterada demostración de que estamos poseídos por cierta forma de locura.


 Siempre, al despertar, me pregunto lo mismo: ¿Dónde se ocultaba durante el sueño la razón, mi lúcida razón, para no salir al cruce de tanto disparate y hacerme notar las ridículas incongruencias, como lo hace durante el día? Pero, no. Se oculta como si temiera. ¿Por qué no me auxilia cumpliendo su deber primordial de diferenciar lo verdadero de lo falso, lo existente de lo no existente, lo real de lo imaginado? Si es que hay alguna diferencia. Nos caracterizamos por usar la razón en todo momento y en todos los lugares, ¡somos seres racionales!... Pero dejamos de serlo cuando soñamos. ¿Por qué la razón retrocede y se esconde ante el absurdo y no lo delata como hace siempre para orientarnos debidamente? Al desprotegerme me convierte en un componente más del ridículo escenario, desprovisto de lucidez, y yo me adapto sin reaccionar, sin saber qué me pasa, sin poder seguir siendo un ser humano lúcido y pensante.


 Es así. El sueño me transforma en hojarasca arrastrada por el vendaval de la insensatez. Ni siquiera me pregunto cómo llegué a él; por qué extraño camino fui a caer en ese grotesco territorio. Y me convierto en un pasivo vigía de un tiempo inerte y desconocido; en un vigía que acepta todo lo que perciben sus inmóviles ojos, como si no hubiera nada que objetar. Como si apenas vislumbrara el lejano resplandor de los millones de soles que maravillaron a Whitman.


 Algunos temen a las cosas que ocurren durante el día. Yo les temo a las que, marginando el tiempo, se me presentan sin que las llame durante la noche. Temo a esa simulación lumínica nocturna que momentáneamente me priva de mi identidad y me obliga a comportarme como un protagonista desconocido de una realidad que no existe.


 ¿Y si morir significara despertar de la vida, como quien despierta de un sueño?


 Calderón de la Barca creyó encontrar la respuesta afirmando que "toda la vida es sueño y los sueños sueños son". Una tautología que no aclara nada.


 Si uno se detiene a pensar, la razón es una pobre enferma que vacila a cada paso. Voy para aquí. Voy para allá_ no sé a dónde dirigirme_ Así como ella, tardíamente, descalifica los sueños, quizás nos aguarde otra instancia tras la muerte otro despertar que la descalifique a ella, a la frágil inválida razón. Y en aquel despertar nos digamos: ¡Que absurdo, durante la pesadilla que llamábamos realidad yo dedicaba todo mi tiempo a ganar mucho dinero para que el dinero me protegiera; y al final, sin darme cuenta, terminaba protegiendo yo desesperadamente al dinero, brindándole mi tiempo, mis esfuerzos, mis desvelos en el afán de incrementarlo! ¡Qué locura! ¿Por qué la razón, la lógica, no me permitía detectar un error tan grosero? Los hechos me ocurren a mí, pero son ajenos. Como si me invadieran entidades extrañas. ¿De quién dependen?


 Sí, todos los días de mi vida transcurren de ese modo: siendo poseído por lo que creía poseer. Estando al servicio de lo que pensaba que era lo que más me pertenecía_ Qué triste realidad.


 Una pesadilla peor que la de Chuang Tzu. Al menos él podía ser una mariposa de inmensas y bellas alas que veía transcurrir sus días entre aromadas flores. Pero yo_ de qué me sirve este sueño que en algún momento me sacaré de encima o él me sacará a mí para presentarme ante otra inesperada realidad_


 ¿Cuántos años, cuántos siglos tardamos en inventar esa increíble palabra: "Realidad"? La inventamos porque la necesitábamos con urgencia. Ella me convenció de que puedo existir en un mundo inexistente del que me siento protagonista, a pesar de que todo se reduce a un apresurado y fugitivo abrir y cerrar de ojos_


 Ese es el dilema o la disyuntiva, hermano Hamlet. Ser o no ser. Ser un insecto que no necesita pensar sobre su efímera realidad. O un hombre que no sabe siquiera qué significa ser hombre ni para qué necesita serlo; ignorando que todos los días son el mismo día y todos los sueños, el mismo sueño_ y, sin embargo, cree y espera, confiado.


 Yo, no la mariposa, envío, no sé de qué manera, ni desde dónde ni a quién, ni con qué fin, este oscuro mensaje. Me lo envío a mí mismo desde la agobiante soledad de no saber quién soy. Y, a pesar de todo, de querer seguir siendo. O, lo que es peor, de querer seguir soñándome.