Bahía Blanca | Miércoles, 24 de abril

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Cuando Benamo llevó a Bahía más allá

El automovilismo bahiense siempre se apoyó sobre antecedentes directamente relacionados al entusiasmo, incluso más que a la vocación --aun cuando tal simbiosis sea difícil de aceptar. No ajena a las dificultades que en su momento trabaron proyecciones hacia categorías de supremas vidrieras --desde lo nacional hasta niveles limitados por lo económico--, los fierros en nuestra ciudad sellaron su potencial absolutamente a pulmón.

Roberto Silvani
Especial para "La Nueva Provincia"







 El automovilismo bahiense siempre se apoyó sobre antecedentes directamente relacionados al entusiasmo, incluso más que a la vocación --aun cuando tal simbiosis sea difícil de aceptar.


 No ajena a las dificultades que en su momento trabaron proyecciones hacia categorías de supremas vidrieras --desde lo nacional hasta niveles limitados por lo económico--, los fierros en nuestra ciudad sellaron su potencial absolutamente a pulmón.


 Con el protagonismo de correr en el ámbito propio, se fue puliendo la diferencia general, hasta convencernos que en casa podíamos intentarlo.


 Así fue que entramos al mundo delirante de las carreras bifurcadas en el abanico desde el epicentro bahiense y el tremendo programa nacional nutrido de numerosas categorías. Entonces asumimos la convicción de que "Bahía puede".


 Pero tuvimos que responder a los llamados europeos para los autos con diseños de fórmula, que identificaban a la ansiedad superlativa y al desafío que los proyectos nacionales intentaban para correr en el Viejo Mundo, y que en su medida generaban grandes almacenes de ilusiones.


 Y uno de esos embajadores de la juventud y el talento que se hamacaron juntos para probar suerte fue Enrique Benamo, poseedor de un apellido bahiense tallado a fierros, actualmente, por tres generaciones.


 La intermedia fue la cuna de sueños para el piloto que hoy pretende evitar los accesos de humedad en sus retinas al recordar, poco más de 31 años después, aquella carrera. ¿Qué carrera? La que ratificó la afirmación de que "se puede".


 


 El impulso, la conquista. Benamo retrocedió hasta el punto de partida de la odisea.


 "La epopeya comenzó cuando desbordando coraje nos animamos a viajar con Sergio Rinland a Europa. Corría el año 1981. Compramos un Argos Toyota y participamos en seis carreras de la Fórmula 3 británica. Fuimos aguantando la aventura durante el año 1982 con el Ralt del equipo de Gary Anderson (NdR: conocido diseñador que preparó el Jordan para el debut de Michael Schumacher en la F-1 en Bélgica), corriendo tres pruebas para ellos", recordó.


 "Terminé ese compromiso y en 1983 ya veníamos sufriendo", agregó, en referencia a la delgadez de los presupuestos y ausencia de resultados.


 Entonces vino el tiempo de Zolder y la incorporación al equipo de Neil Trundle para quien Enrique guarda un reconocimiento especial.


 "Con Neil fuimos a España y en Jarama (España) debimos abandonar por rotura de la caja cuando veníamos quintos. Después llegó la respuesta que el destino propuso para nuestra campaña: el podio en Kassel", valoró.


 


 La mezcla de recuerdos. El podio del que habla Enrique ocurrió en octubre de 1982. Se corría en Alemania, por el campeonato de la Fórmula 3 europea en el circuito de Kassel Calden. En ese tiempo, allí cerca, Bélgica todavía lloraba el adiós de Gilles Villeneuve tras su accidente de Zolder en el mes de mayo, y los argentinos vivíamos angustiados por el conflicto de Malvinas.


 La evocación despierta el empuje emocional que podría lograr algo de "tracción al vuelo" para ganar. Nuestro piloto rezaba a bordo del Ralt RT3 del equipo de Mario Crugneola.


 "Pirro con March llegaba al triunfo escoltado por el suizo Jo Zell con Ralt y yo terminé tercero. Obtuve entonces el mayor trofeo de mi carrera deportiva".


 Hoy, en la evocación de aquel entusiasmo complementado con el desenfreno impulsivo de la juventud e incipiente talento de otrora, Benamo observa el trofeo... Su trofeo, el trofeo emblema de su entrega.


 "El podio en Alemania; el mejor resultado de un bahiense en autos de fórmula internacional", se jactó.


 Enrique recuerda la soledad y las lágrimas de aquella mañana en Kassel y no puede evitar el quiebre emocional cuando pronuncia dos nombres en abrazo: Manuel y Lucas.