Bahía Blanca | Martes, 14 de mayo

Bahía Blanca | Martes, 14 de mayo

Bahía Blanca | Martes, 14 de mayo

Murió el pensador y escritor Marcelo Sánchez Sorondo

En la madrugada del sábado 23 de junio, en su casa, frente a la Plaza Vicente López, apenas tres meses antes de cumplir un siglo de vida, murió Marcelo Sánchez Sorondo, rodeado de su familia y amigos. Sánchez Sorondo fue un referente esencial del nacionalismo argentino; sin embargo, su condición de intelectual, docente, pensador, escritor, periodista, editor, excedió en mucho las meras categorías. El mismo rechazaba las etiquetas y demostró una amplitud asombrosa a partir de las voces que incluía en sus vastas publicaciones periodísticas.

 En la madrugada del sábado 23 de junio, en su casa, frente a la Plaza Vicente López, apenas tres meses antes de cumplir un siglo de vida, murió Marcelo Sánchez Sorondo, rodeado de su familia y amigos.


 Sánchez Sorondo fue un referente esencial del nacionalismo argentino; sin embargo, su condición de intelectual, docente, pensador, escritor, periodista, editor, excedió en mucho las meras categorías. El mismo rechazaba las etiquetas y demostró una amplitud asombrosa a partir de las voces que incluía en sus vastas publicaciones periodísticas. Desde "Azul y Blanco", nacida en 1956, que llegó a un tiraje superior a los 160.000 ejemplares: record difícil de empardar en sus tiempos, e incluso en la actualidad. En "Segunda República" (año `60) hasta "Fundación" (1993 a 2001), su mirada profundizó en las señales culturales de la sociedad argentina, con la inteligencia mayéutica de la indagación abierta y no parcial.


 Marcelo, como lo llamaban quienes tenían trato frecuente con él, era un hombre nacional y universal, cuya infrecuente actitud mundana pero a la vez muy criolla, con buen sentido del humor y cierta picardía en el decir, más que en el actuar, disolvía la aparente paradoja de esa fascinante condición tan personal. Pocos saben, por ejemplo, que fue el primero en publicar la "Operación Masacre" del primer Rodolfo Walsh (aún periodista, muy anterior al guerrillero de los `70), como el propio autor suscribe en su prólogo.


 Con el mismo coraje que le inspiraba un genuino sentido de justicia, Marcelo debatiría en duelo abierto a izquierdas y derechas. Fue hombre de afrontar y de enfrentar: no de silenciar ni de silenciarse. Esto le ganó, lógicamente, más reveses que alfombras rojas. O, como él mismo decía (refiriéndose a los cautiverios políticos que le impusieron diversos gobiernos) "las cárceles son mis medallas".


 En una de esas detenciones, según recordaba él mismo en la intimidad, los presos anarquistas lo recibieron con modestos honores que permitían la circunstancia: unas pocas flores en recipientes de latón y un lugar especial en la mesa: reconocían en él a quien "a su muy distinto modo" compartía la autodeterminación y lucha como lenguaje irrenunciable.


 Hijo del conservador Matías, "legislador y funcionario de incisiva oratoria que ocuparía la escena política argentina en el primer tercio del siglo XX", Marcelo eligió un camino distinto; se interesó por los fenómenos populares y nacionales que emergían en su tiempo y quiso acompañarlos, aunque con inteligencia, sin demagogia ni hipocresía. Esto le ganó tantas hostilidades como hondas lealtades.


 Durante su gobierno, el presidente Arturo Illia nombró a Sánchez Sorondo embajador, pero éste renunció en apenas horas por desacuerdos con temas puntuales. Sería una de las tantas declinaciones que lo caracterizaron. Marcelo era la antítesis del político moderno; no buscaba oropeles personales porque ya los tenía en su conciencia, en sus compañeros de lucha, en sus amigos de oro: Máximo Etchecopar, Mario Amadeo, César Pico, Francisco Luis Bernárdez, Leopoldo Marechal, Leonardo Castellani.


 En 1973 fue candidato a senador nacional por la Capital en el Frente Justicialista de Liberación y pese a que las urnas no lo favorecieron, Marcelo siguió siendo fuente de consulta de operadores políticos de un amplísimo espectro: quienes amaban al país querían escucharlo, porque sabían que él superaba con creces lo partidario en función de lo Nacional.

Varios ensayos de su autoría




 Fruto de aquella pasión en la cual se sentía protagonista de su patria --y lo era--, publicó, con pluma refinada, inteligente y hasta poética, los ensayos "La revolución que Anunciamos" (1945), "Tesis Doctoral sobre la Teoría del Federalismo" (1951) y "La Argentina por Dentro" (1987).


 Impulsó y presidió el Círculo del Plata, luego creó y presidió la Fundación Adolfo Alsina en cuya sede se hicieron tradición los almuerzos de los miércoles. Allí, previo al puchero o al locro, se cantaba el himno, se izaba la bandera y se recibía, escuchaba y debatía con personalidades de la política y la cultura.


 En esos mediodías, el gran comedor de la vieja casona en la calle Bolívar, solía estar repleto y luminoso de voces: era una de las expresiones más vitales de aquel Sánchez Sorondo patriota, universal, convocante.


 En lo académico, fue titular de la cátedra de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, subdirector del Instituto de Derecho Político Constitucional y director del Instituto de Ciencias Políticas de la misma casa de Estudios.


 Entre los últimos y más maduros testimonios de Marcelo existen sus Memorias (Sudamericana 2001) fruto de un largo y fructífero ciclo de entrevistas que le realizara el periodista Carlos Payá.


 La despedida de sus restos en el cementerio de la Recoleta fue reflejo en cantidad y calidad humana. Acaso, un correlato de aquella misma "unidad en la diversidad" que evocando a Alsina, solía citar Marcelo.


 A contrapelo, se diría, de los tiempos actuales, su espíritu corajudo y bienintencionado late en quienes lo quisieron bien y lo recordarán con cariño incondicional.