Morirse
Querer vivir es siempre respetable. Lo es también, en ocasiones, querer morir. Por ejemplo, cuando el dueño de la vida en cuestión ya sólo lo es de su propio extenuamiento, y nada más puede hacer la tecnología médica que prolongar esa agonía y la postración.
Nuestro Congreso acaba de hacer suya esta respetable tesis mediante una ley que habilita, frente a lo irreversible, a suspender terapias paliativas. Quede para otra vez --porque respetable no es sinónimo de indiscutible-- la pregunta de si es de verdad tan cierto eso de que la muerte sea digna por el solo hecho de permitir que ocurra. Valga, pues, como inapelable el parecer del propio paciente.
Ahora bien, si este parecer no puede solicitarse ni media tampoco su anterior y expresa voluntad al respecto, ¿quedará el juicio de lo que es morir dignamente a cargo de quién? ¿De los médicos, de los familiares? Porque una cosa es querer morir en paz, y otra que alguien abrevie nuestra vida porque le pareció buena idea.