Historia de un cañón
El cañón Rodman es bastante conocido para los bahienses, pero su historia no. Su imagen, en distintos escenarios, fue componente de nuestro paisaje urbano. Hoy constituye el eje de una plazoleta ubicada en Zelarrayán y Cuyo. Y forma parte del patrimonio histórico de Bahía Blanca.
Su historia ha quedado reflejada en el Boletín Histórico Nº 30, de la Comisión de Reafirmación Histórica de Bahía Blanca.
La investigación, que reproducimos fragmentariamente, fue realizada por Angel Horacio Vanzolini.
Desde 1860 se desarrolla la guerra civil de los Estados Unidos de América donde se fabricaron una variedad de armas de mano, como piezas de artillería en ambos bandos. El norte usaba el cañón Columbia de un alto costo de fabricación, muy pesado, pero el más difundido en la época.
Por entonces se necesitaba defender los ingresos a los puertos con elementos que fueran ligeros en sus maniobras de largo alcance. El inventor Thomas J. Rodman trabajaba en la fabricación de un cañón de alto poder de tiro, pero más pesado que su competidor, el Columbia.
Rodman desarrolló su cañón con un bajo costo de fundición y con un sistema operativo que aceleraba los plazos de fabricación. Es así como en la ciudad de Boston, residencia del inventor, comenzaron la fabricación en serie de estas piezas que, después, fueron instaladas en las costas, en defensa de las sedes portuarias.
La forma troncocónica de esa pieza de artillería le da un aspecto único e inconfundible en todos sus calibres 8', 10', 15' y 20', siendo este último el de mayor diámetro fabricado para la época.
Este tipo de cañón de avancarga tiene la particularidad de cargar el proyectil por la boca y, lo más notorio, es que su cámara es estriada, para una mayor exactitud en el tiro.
Fueron y están montados en grandes cureñas metálica fijas al suelo en un punto central, permitiendo un movimiento circular por medio de enormes ruedas metálicas que corren por los rieles adheridos al suelo (...)
Durante la presidencia de Domingo Sarmiento, el Estado argentino compró a Estados Unidos varias de estas piezas de artillería, que tendrían como destino defender las costas de la isla Martín García y la entrada del Río de la Plata.
El cañón Rodman durante años compartió junto al monumento a Giuseppe Garibaldi el espacio sobre la calle Dorrego, y así fue como se ganó el mote de "El cañón del Teatro".
Posteriormente fue trasladado a la plaza Batalla Vuelta de Obligado, en Cuyo y Zelarrayán.
Esta pieza de artillería costera, con un peso de 19.700 kilos, lanzaba un proyectil esférico macizo de hierro de unos 194 kilos, a una distancia aproximada de 2.000 metros.
En la ciudad de Nueva York, en el Battery Park, cuentan con dos piezas de artillería históricas. El parque se encuentra en la costa de la isla, donde se situó la defensa de la ciudad y el ingreso al puerto durante la guerra civil nortemericana.
El 24 de febrero de 2010 se reunieron la licenciada Susana Martos, presidenta de la comisión de Reafirmación Histórica, y el MMO Angel H. Vanzolini, del Colegio de Técnicos del Distrito VI, representante de la comisión asesora para la preservación del Patrimonio Arquitectónico Urbanístico e Histórico, con el propósito de sacar el cañón del teatro y recuperar el espacio de esparcimiento como fue concebido en un principio.
Las circunstancias los llevaron a encontrar el cañón gemelo del que tenían que trasladar y que se hallaba en el ingreso 1 de la Base Naval Puerto Belgrano.
El proyecto del nuevo emplazamiento del cañón Rodman en la plaza Batalla Vuelta de Obligado fue elegido por las características del lugar, la cercanía del canal Maldonado, que supuestamente sería tomado como la costa de la isla Martín García y dada la circunstancia histórica de que ese año se cumplían ciento sesenta y cinco años de la recordada batalla donde saliera airosa la flota nacional en el Río de la Plata.
Así se definió la ubicación de la pieza de artillería y la resolución del entorno, los elementos del pedestal, para estar acorde al monumento de Veteranos de Malvinas que lo antecede.
El sábado 21 de mayo de 2011, a las 8.30, llegó a la plazoleta Garibaldi una grúa de 50 tns. para levantar de su vieja cureña metálica, revestida en mampostería, El cañón del Teatro, como se lo conocía. Luego fue depositado en la caja de un camión para alojarlo ese mismo día en su nueva ubicación.
La plazoleta receptora del cañón se va transformando poco a poco en un nuevo centro de atracción.
El 12 de julio de 2011, a las 9.30, con un sol radiante y temperatura bajo cero, en presencia de vecinos y autoridades, estas últimas encabezadas por el subsecretario de Obras Públicas, se procedió a la inauguración del monumento.
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Textos emblemáticos
Antología sobre fútbol y literatura
Por Jorge Boccanera
Agencia Télam
Los pases entre literatura y fútbol, que muchas veces terminan en gol, es retomado con bríos en la antología Un balón envenenado que recoge, entre otros muchos, textos de Eduardo Galeano, Miguel Hernández, Roberto Santoro, Mario Benedetti y Nicanor Parra.
La compilación publicada por la editorial española Visor, con un enjundioso prólogo a cargo del propio editor Jesús García Sánchez y el poeta José Luis Montero, toma como título una frase futbolera que funciona como metáfora de lo impredecible: una pelota de trayectoria azarosa que lleva marcado su destino de red.
Dicha introducción repasa el tema en la historia: desde la presión de Benito Mussolini a los árbitros en el Mundial de 1934, a la denominada "guerra del fútbol", en 1969, entre Honduras y El Salvador con miles de muertos tras la disputa de un partido entre selecciones de ambos países en la fase clasificatoria para el Mundial de México.
Asimismo, repara en un concepto descalificador --"rebaño"-- usado cuando se coloca al fútbol, dicen, "en una misa laica" como la política y la religión, lugares donde "se establece la relación entre el yo y el nosotros"; y aclaran: "poner en duda la palabra `nosotros` significa renunciar a la comunidad, algo peligrosísimo porque lleva a entender la libertad como un valor antisocial".
En el fútbol no hay antagonismo entre equipo e individualidad: "Da gusto aplaudir al yo que niega a disolverse en un todo, pero que necesita dialogar y definir su libertad en la convivencia".
Grandes ídolos
Abundan en el libro textos dedicados a ídolos de distintas épocas --Pirri, Beckham, Zamora, Kubala, Pelé, Di Stéfano--; dos ejemplos: Benedetti escribe en Maradona: "Tu esperanza ya sabe su tamaño", mientras José García Nieto dice del otrora astro de Real Madrid, Jacinto Quincoces, "Tu rostro envolverá los caramelos".
Leonel Messi cruza el campo en varias citas literarias, a modo de relampagueo: "Creo en la carnalidad del aire: Leo Messi", acota Manuel Vilas, mientras que los prologuistas certifican que cuando el astro argentino recibe la pelota: "Se para el tiempo".
El libro rescata una polémica mantenida en 1928 por dos grandes poetas españoles; de un lado Rafael Alberti, quien escribió su oda al arquero Franz Platko, considerándolo artífice del triunfo que llevó a Barcelona a ganar la Copa de la Liga Española en 1928 (un dato no menor es que en la tribuna del citado encuentro estaba Carlos Gardel).
Del otro, Gabriel Celaya, hincha de Real Sociedad, quien replicó con una Contraoda, restándole méritos al arquero húngaro, adjudicando la derrota al "barro, las patadas y un árbitro comprado".
Justamente sobre el rol del referí versa uno de los mejores textos del libro, Fútboladicto, de Eduardo Galeano, quien afirma que el árbitro: "Es arbitrario por definición. Su trabajo consiste en hacerse odiar. La multitud aúlla pidiendo su cabeza. Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él. Durante más de un siglo el árbitro vistió de luto. ¿Por quién? Por él".
Entre los argentinos incluidos en esta compilación figuran Leónidas Lamborghini, Horacio Salas, Baldomero Fernández Moreno, Manuel Mujica Láinez, Osvaldo Picardo y Roberto Santoro.
La inclusión del notable poema "El fútbol", de Santoro (secuestrado por la dictadura militar en 1977), hace justicia a su trabajo en el tema. Fervoroso hincha de Racing, el poeta fue el coordinador en 1971 de la antología Literatura de la pelota, considerada pionera.
Entre otros trabajos de Un balón envenenado se destacan Fútbol, del mexicano Antonio del Toro ("Yo canto a los pies que fatigados de trabajar las sierras/ llegaron al llano e inventaron el fútbol"); Anfield Stadium, de Juan Bonilla ("Llevamos en la nuca la mirada de quienes no pudimos ser con las manos hundidas/ en los bolsillos llenos/ de cosas que no pueden compartirse").
En Inventario de mis días, escribe Salas: "Me angustio, resoplo, dramatizo/ a veces nombro a Sastre, a Dios, a Sanfilippo"; mientras que en Partido, el español Alejandro Duque Amusco dice: "El cronómetro engaña: fuera del tiempo ocurre/ lo mejor de la vida".
Otro texto impagable es El tango de los once, del colombiano Juan M. Roca, con pasajes como el que sigue: "El viejo entrenador dibuja en un cartón la memorable alineación de los fantasmas. Sabe que el portero de su equipo es un secreto que atrapa los frutos del vacío".
La pasión se expresa a través de himnos dedicados tanto a un club modesto --Miguel Hernández, de quien se incluye su Elegía al guardameta, es autor del himno del club La Repartieora, del que fue uno de sus fundadores-- como a una entidad mayor; así Joaquín Sabina participa con su Himno al centenario de Atlético de Madrid.
"Un balón envenenado" se suma a la larga lista de antologías sobre el tema, como las españolas El gol nuestro de cada día y Poesía a patadas, más las compendiadas por Jorge Valdano y Roberto Fontanarrosa bajo el mismo título de Cuentos de fútbol.