Bahía Blanca | Domingo, 10 de agosto

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La vigencia del "Martín Fierro"

Por Juan María Cafasso.

 Sin desconocer su historia, su personalidad parlamentaria, sus incursiones en el ejército, su gran vocación periodística, su rol como profesor de gramática española y a sabiendas de que fue un ilustre integrante de la generación del 80, claro es que la redacción del Martín Fierro no fue el único legado que José Hernández dejó a nuestra Patria. No obstante ello, es precisamente sobre esto último donde haré especial hincapié.

Este autor argentino, que nació el 10 de noviembre de 1834, en Chacra Pueyrredón (actualmente, Villa Ballester, zona norte del Gran Buenos Aires) y que falleció el 21 de octubre de 1886, a la corta edad de 51 años, marcó una época con su más grande obra, aquella que suele denominarse la "Biblia Argentina", y que no es, ni más ni menos, que el Martín Fierro. Hernández redactó este épico poema popular en dos partes. En 1872, publicó la primera de ellas, bajo el título El Gaucho Martín Fierro, luego complementada por La Vuelta de Martín Fierro, en 1879.

Allí se encarga de narrar la vida de un estereotípico personaje autóctono al que nombra Martín Fierro y que representa al gaucho argentino. En lo que hace al ambiente histórico-social, sucede en un escenario donde se desarrollaba la "edad de oro" del gaucho, la época que tuviera lugar en la pampa sin fronteras, hasta las desaveniencias del gaucho como grupo social en extinción. Epoca dorada del hombre de campo como aquel primer espacio regionalizado en las llanuras rioplatenses, sin alambrado alguno, donde se podía galopar a voluntad, vivir en plena libertad, bolear avestruces y potros, enlazar ganado cimarrón y mudar de pago, debiendo lidiar circunstancialmente con los indios.

El poema no da referencias históricas precisas, aunque sí evidencia el caso de un país en proceso de organización, a la vez que se manifiesta respecto de ciertas determinaciones políticas que sirven de indicio para ubicarse temporalmente (entre otras cosas, alude a la época de Rosas, a expediciones comandadas por el ministro de Guerra de Sarmiento y al Código Rural de la provincia de Buenos Aires, sancionado durante el gobierno de Valentín Alsina).

Cabe destacar que José Hernández fue un vital conocedor de nuestra añeja lengua rústica y no por ello un enardecido técnico en la transcripción de sus rasgos y significado. Se empeñó, por el contrario, en reproducir los sonidos del habla de su personaje de la forma más pura. De esta manera, logró conservar su identidad y redondear una imagen más acabada de esta figura criolla:












 Soy gaucho, y entiendanló como mi lengua lo esplica:
para mí la tierra es chica y pudiera ser mayor;
ni la víbora me pica ni quema mi frente el sol. (I,79-84)






 Mas ande otro criollo pasa
Martín Fierro ha de pasar;
nada lo hace recular ni los fantasmas lo espantan,
y dende que todos cantan yo también quiero cantar. (I,25-30)

No obstante esta breve reseña objetiva, mi fin consiste en ir más allá y destacar la real trascendencia de esta obra. Ello implica mucho más que la historia de un personaje nacional que encaje en el prototipo del denominado "gaucho". El frecuentemente desvalorizado Martín Fierro es, a mi modo de pensar, una bandera argentina y un embajador mundial de primera línea. Es una vía directa para remitirnos a nuestro origen y a nuestra cultura, a todas aquellas cosas que nos identifican como argentinos, que nos dan sentido de pertenencia a este país, y que, en definitiva, nos hacen distintos. El Martín Fierro hace referencia a muchos valores y caracteres propios del criollo, como lo son la picardía, la rebeldía, la guapeza, el orgullo, el honor, el coraje, la dignidad, la amistad, etc. Alude a la fe religiosa (se destacan constantes invocaciones a Dios, Jesús y santos), a las diferencias sociales, a los altibajos en la vida de una persona, a procesos históricos de corte político y económico, a los hábitos, a la jerga, la filosofía, el sufrimiento e, incluso, la muerte.









 También se destaca la presencia expresa de cuestiones y cosas más tangibles y propias de nuestra tradición y cultura, como lo son los naipes, el mate, las pulperías, el vino, la carne asada, la carbonada, el fogón, las payadas, la fauna, el caballo como fiel e indispensable compañero del hombre, la doma y un sinfín de etcéteras.

El Martín Fierro puede proyectar su significación a diferentes épocas y en un aspecto cultural sorprendentemente amplio. En ello se funda su vigencia de más de 140 años desde que se completó la obra, no sólo en el plano nacional, sino que a escala mundial.

Sin embargo, lo que más suele llamarme la atención es el hecho de que cada verso aislado contiene en sí un mensaje singular. Cada estrofa es un poema independiente, es un mundo que excede la historia de Fierro. Cada estrofa tiene valor y vida propia. Da la sensación de que el Martín Fierro nunca acaba, que siempre hay algo nuevo por sustraer de él.
Pareciera que Hernández lo sigue escribiendo cada día. Soy un convencido de que esa fue su intención y me remito a las pruebas, entendiendo que, entre las líneas 4.805 y 4.816 no es el gaucho Martín Fierro quien habla, sino que es Hernández, a través de la voz de su personaje. Allí manifiesta:









 Con mi deber he cumplido y ya he salido del paso:
Pero diré, por si acaso,
pa' que me entiendan los criollos:
Todavía me quedan rollos
Por si se ofrece dar lazo.








 Y con esto me despido
Sin espresar hasta cuándo;
siempre corta por lo blando el que busca lo siguro.
Mas yo corto por lo duro,
y ansí he de seguir cortando.

Aquella persona en memoria de cuyo nacimiento, todos los 10 de noviembre se celebra en nuestro país el Día de la Tradición, nos ha dejado el más nacional de nuestros poemas, aquel que trasciende tiempo y espacio. Esta obra ha logrado lo que pocas: captar un pasado remoto y proyectarlo a la posteridad, a la vez que se instala como una prodigiosa obra poética y como germen del folklore argentino.










 El Martín Fierro ha resistido sucesivos ataques y críticas de quienes no admitieron que su personaje fuera el paradigma representativo de los argentinos. Se han concentrado en perseguir su calidad de iletrado, matrero y vago, dejando de lado todo lo demás. Es así, superando todo este tipo de escollos, cómo el Martín Fierro de Hernández no sólo se mantiene vivo y renovado, sino que saca a relucir su más notable virtud: la inmortalidad.

Juan María Cafasso es vecino de nuestra ciudad.