Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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La política, cenicienta del espíritu

Con el nombre del título, Julio Irazusta, seguramente uno de los hombres de mayor envergadura intelectual de su generación y poseedor de una sólida formación humanística, publicó, a comienzos de los años setenta, un ensayo que ha pasado a ser considerado un verdadero clásico de las ciencias políticas en el país; al menos, en la tradición nacionalista. En este libro, el inteligente y culto pensador entrerriano, un verdadero numen del nacionalismo argentino, cuestiona la modernidad ideológica en su vertiente filosófica más profunda: el racionalismo.




 Con el nombre del título, Julio Irazusta, seguramente uno de los hombres de mayor envergadura intelectual de su generación y poseedor de una sólida formación humanística, publicó, a comienzos de los años setenta, un ensayo que ha pasado a ser considerado un verdadero clásico de las ciencias políticas en el país; al menos, en la tradición nacionalista. En este libro, el inteligente y culto pensador entrerriano, un verdadero numen del nacionalismo argentino, cuestiona la modernidad ideológica en su vertiente filosófica más profunda: el racionalismo.




 José Enrique Miguens, otro pensador de similar talla intelectual, aunque ajeno a esa tradición, acaba de publicar, pasadas cuatro décadas, otro ensayo, en el que vuelve sobre la misma cuestión. Miguens es considerado, también hoy, con justos títulos, uno de los intelectuales argentinos más lúcidos del último siglo. Su labor académica, abundante, sólida y desplegada con fluidez durante más de seis décadas, y ya suficientemente consolidada, como el buen vino que, con el tiempo, alcanza su punto de sazón, ha corrido paralela a la de su compromiso con las exigencias reales y concretas de la convivencia ciudadana.




 Su rasgo quizás más interesante, entre muchos otros no menores en una rica personalidad, ha sido, a lo largo de su fructuosa vida, y sigue siendo hoy, su actitud permanente de escucha atenta e inteligente de los pasos y los sones de la realidad, para contribuir, a través de la reflexión científica, a una mejor comprensión de los problemas más significativos de la vida social. Se advierte aquí con claridad un espíritu de fina sensibilidad, que reconoce su identidad más profunda en el reconocimiento del otro, en un ethos que expresa una conciencia inspirada en un anclaje formulado a partir de la matriz cristiana.




 Una serie de sus publicaciones ha estado dedicada a estudiar el pensamiento mágico en la praxis pública, otro tramo de su producción intelectual ha sido dirigido a las relaciones entre el poder económico y el poder político, y una tercera parte se ha encaminado a tratar de superar los vicios de nuestro comportamiento societario (como, por ejemplo, el autoritarismo y otras disfunciones de la convivencia), pero, desde siempre, y como telón de fondo, aunque especialmente en los últimos años, su interés se ha centrado en desentrañar los resortes que permitan a los argentinos articular una vida buena.




 La construcción de ciudadanía constituye uno de los puntos clave de la tragedia argentina, inexplicable para el mundo y para los mismos argentinos. Miguens vislumbró estas intuiciones que dieron lugar a esperanzadoras certezas y apuntó su artillería con maestría para ayudar a una magna tarea pendiente que constituye un proceso de sucesivas generaciones.




 No es este, desde luego, el fruto de un oficio solamente profesional: a Miguens (como a los hijos fieles de las patrias que les dieron vida) le duele la Argentina. Ese dolor encarna un sentir colectivo que él no ha recogido de los archivos estadísticos ni de los ensayos científicos, sino de la misma entraña del pueblo, y lo ha hecho suyo. Cuando Félix Luna preguntó a Arturo Frondizi cómo le gustaría ser definido y recordado, el estadista respondió: "amó a su patria". Miguens podría también haber sido acreedor de esa leyenda.




 En la obra que ahora aparece, el autor amplía su mirada hacia el plano global, aunque el lector avisado no puede dejar de advertir una doble lectura, que (de acuerdo con la apuntada sensibilidad argentina del sociólogo) incluye una perspectiva local. En su incisiva mirada, van siendo sometidas a su crítica brillante las llamadas (en el lenguaje teológico) "estructuras de pecado", que, como representaciones del mal, constituyen auténticos núcleos del dominio de un ser personal, el maligno. Piénsese, sin ir más lejos, en el aparato institucional perverso del narcotráfico, por no citar sino un ejemplo que hoy tenemos a la vista en nuestros propios ambientes, de alcance internacional, y cuya trama involucra no sólo a la economía y al mundo de los negocios sino, también, a la política (incluyendo los cuerpos policiales y la misma justicia).




 En una obra anterior, este lúcido ensayista había centrado su interés en el liberalismo mecanicista. Ahora, se dirige al romanticismo hegeliano en lo político. En ambos casos, el autor traza una profunda crítica de raíz filosófica política tanto a los elitismos tradicionales y modernos como a los nuevos populismos, que, en cierto modo, constituyen, usando una frase inspirada en el célebre dicho del léxico político revolucionario, la enfermedad infantil de la democracia.




 En este, su último y quizás más completo ensayo, Miguens ha considerado el modernismo con su corazón racionalista como un subproducto fallido de la modernidad. Al trasluz de él, el autor se interna en una profunda disección de la cultura contemporánea. La trasposición de los absolutos morales al plano de la política, en virtud del modernismo, ha conformado un oppositum perverso que divide en dos la humanidad, apartando al fuego del infierno a quienes no se integren en el proyecto racionalista en sus diversas vertientes.




 En la matriz de este modernismo, late el pensamiento hegeliano, vertido a la derecha y a la izquierda, pero igualmente deletéreo, y aún presente en nuestros días en la praxis política. Un doble ejemplo permite al autor mostrar la fuerza social a diestra y a siniestra del proyecto modernista. El primero es "chi non é con noi, e contro di noi" (quien no está con nosotros, está contra nosotros); es la frase del Duce citada por Miguens que permite considerar plenamente una secularización o temporalización de la fe cristiana, con sus secuencias. Mussolini resumió su doctrina en este concepto: todo en el Estado, todo para el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado. La segunda frase la recoge el autor del punto inverso del arco político; concretamente, de Fidel Castro, quien afirma: "dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución, nada". Es la misma mentalidad totalitaria diversamente expresada.




 Miguens ha sabido cultivar, una vez más, en esta obra, tan personal (que no hace falta llegar a leer la firma para saber a quién adjudicarla, y lo hace con un nuevo modo y un depurado estilo), el análisis de la realidad política. Como ha observado Víctor Massuh, el autor trata a los filósofos como contemporáneos de encendida inmediatez, discutiendo sus ideas desde la actualidad viva.




 El método de Miguens, singularmente atractivo, es (según Massuh) el de la similitud convergente, en tanto recorre épocas, países, escuelas, todas distantes entre sí, pero en las que el autor sabe percibir la vigencia de una misma idea o un mismo fenómeno. Partiendo de la faz cambiante de la historia, lo que a Miguens le interesa (concluye el filósofo) es no perder de vista el horizonte inamovible de lo universal humano. En este libro, lo universal y lo local están en diálogo permanente, aun implícito. No es un aporte menor a la sensibilidad propia del espíritu posmoderno.

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Roberto Bosca es autor de La iglesia nacional peronista. Factor religioso y poder político (Editorial Sudamericana, 1977).