Una comedia de acción tan inverosímil como entretenida
En la obligación de encasillar genéricamente esta película, se puede decir que es una comedia de acción, que parodia los filmes de espionaje. Se sostiene sobre un recurso narrativo inventado por Alfred Hitchcock y la eficaz actuación de Tom Cruise y Cameron Díaz.
Cruise es Roy Miller, por lo menos dice llamarse así. Y Cameron es June Havens. El primero, un agente secreto del FBI y, supuestamente, el "malo de la película2, que desde el inicio es perseguido por otros agentes de la misma organización, de la CIA y por los esbirros de un traficante de armas español de nombre Quintana (Jordi Mollá).
June es una restauradora de automóviles de colección, un oficio que aprendió de su padre, propietario --en otros tiempos-- de un famoso taller mecánico en Wichita.
Ambos se conocen "por azar" en el aeropuerto de Kansas, hasta donde June viajó para adquirir algunos repuestos destinados a terminar la reparación de un GTO, con la idea de obsequiarlo a su hermana como regalo de boda.
Sin la aparente obligación de hacerlo, Roy también viaja a Wichita. La verdadera motivación se conocerá luego, aunque tiene alguna relación con los dos "tropiezos" ocurridos previamente en el aeropuerto.
La acción, que no dará tregua a lo largo de todo el filme, comienza a bordo de la aeronave y continúa luego en Wichita, Boston, Nueva York y se internacionaliza cuando los protagonistas, siempre perseguidos por una jauría de agentes y mafiosos de variado pelaje, se trasladan sucesivamente a Jamaica, Salzburgo y Sevilla.
Los motivos de tanto hostigamiento por tierra, aire y mar, con la consiguiente secuela de vehículos convertidos en chatarra, es la posesión --por parte de Roy-- de un elemento identificado como "Céfiro", creado por un científico (Paul Dano) que trabaja para el gobierno de Estados Unidos.
En realidad, el objeto de marras --como ocurría en Ronin-- es simplemente un McGuffin, que en el cine --desde Hitchcock-- tiene la finalidad de desatar persecuciones, luchas e inclusive masacres entre quienes se disputan su tenencia.
Aunque en este caso es más correcto hablar de Weenie, que se diferencia del McGuffin porque es menos abstracto, de existencia real y palpable, que provoca la codicia de los personajes. Aquí las características identificatorias del Weenie se conocen a los cuarenta minutos de iniciado el relato, aunque sin afectar la acción ni la adrenalina de los protagonistas. Todo lo contrario.
El título original es un juego de palabras que tiene relación con la historia. Y lo de "explosivo" no se refiere al romance entre Roy y June, sino a las trepidantes acciones, reales o digitalizadas y siempre coreografiadas, que ellos protagonizan y, en cierta medida, interfieren en la química de nuestros antihéroes.
En todos esos tramos del relato, la lógica brilla por su ausencia. En cambio, abundan las elipsis, que permiten al director ejecutar saltos narrativos, espaciales y temporales, sin necesidad de entrar en detalles, ni en explicaciones que sólo contribuirían a menguar el suspenso.
Roy quiebra manos, brazos y cuellos, y lo hace con la misma destreza que demostraba Jason Bourne en esa saga. Pero aun así mantiene la calma y el buen humor --una constante de esta farsa caricaturesca--, a sabiendas que ninguna bala le hará daño, porque esto es cine, es decir, ficción, con el único propósito de entretener.
Y en verdad que el director logra plenamente este objetivo. Del final se puede deducir que habrá, por lo menos, una segunda parte. Y no sería improbable que en el nuevo periplo, que tiene como destino provisorio el Cabo de Hornos, los protagonistas pasen fugazmente por nuestra ciudad.
Calificación: 7
Agustín Neifert/Especial para "La Nueva Provincia"