Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

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Leloir, un Nobel desde una silla atada con alambre

Por Marcelo Tedesco.


 El pasado 6 de septiembre se cumplieron 100 años del nacimiento de un paradigma de la ciencia argentina: Luis Federico Leloir, Nobel en 1970 y doctor honoris causa de la Universidad Nacional del Sur. Hizo del trabajo disciplinado y constante una rutina y sus admirables logros no lo apartaron de la sencillez, su otra virtud.




 A diferencia de otras postulaciones, que generaron más expectativas, en 1970, los argentinos se sorprendieron con la noticia del otorgamiento de la más famosa distinción internacional en el campo de la ciencia y la cultura, a uno de sus compatriotas. Bernardo A. Houssay, también premio Nobel, fue su maestro y amigo, y su inicio como investigador estuvo fuertemente ligado a él. Aún así, Luis Federico Leloir brilló luego con luz propia y llevó a la ciencia argentina tan alto como su mentor.




 Graduado de Médico en la Universidad de Buenos Aires, Leloir abandonó al poco tiempo la práctica médica para consagrarse a la investigación científica pura en el Instituto de Fisiología que dirigía Houssay. Gran conocedor de sus trabajos e influenciado por éste, realizó su tesis doctoral sobre las glándulas suprarrenales en el metabolismo de los hidratos de carbono.




 Tras obtener su doctorado, partió a Inglaterra, a un laboratorio de la Universidad de Cambridge que dirigía el profesor Frederick Hopkins, ganador del Nobel en 1929. Cuando regresó, en 1937, se reincorporó al Instituto de Fisiología. En un ámbito con marcadas limitaciones materiales investigaba metódica e intensamente y se integraba muy bien a los equipos de trabajo.




 Las convulsiones políticas de principios de la década de 1940 no quedaron fuera de los laboratorios, y tras el golpe de Estado del 4 de junio de 1943, Leloir abandonó --junto a Houssay-- la cátedra, cuando éste fue destituido por haber firmado junto a otros profesores un manifiesto en el que pedían el restablecimiento de la democracia. En esta oportunidad, su destino fueron los Estados Unidos. Cuando regresó a la Argentina volvió a trabajar con Houssay, pero esta vez en el ámbito del Instituto de Biología y Medicina Experimental, una institución creada gracias al apoyo de fundaciones privadas. Al poco tiempo, por iniciativa de Jaime Campomar, propietario de una importante industria textil, se fundó un instituto de investigación especializado en bioquímica, que Leloir dirigiría por 40 años.




 Una pequeña casa de cuatro habitaciones fue la primera sede de este organismo, separada sólo por una pared del Instituto de Biología y Medicina Experimental. Como era antigua y estaba en mal estado, durante los días de lluvia, caía abundante agua en su interior, pero nada de esto desanimaba a Leloir, que realizaba sus tareas sentado en una vieja silla de paja, atada con alambres.




 Afortunadamente, los aportes privados permitieron trasladar las tareas a un edificio un poco más amplio. Así nació el Instituto de Investigaciones Bioquímicas "Fundación Campomar". Con la puesta en marcha de este Instituto se inició el capítulo más importante de la obra científica del doctor Leloir, que culminaría con la obtención del Premio Nobel de Química en 1970.




 Su trabajo se orientó a un científico hasta entonces postergado: el proceso interno por el cual el hígado recibe glucosa --azúcar común-- y produce glucógeno, el material de reserva energética del organismo. A principios de 1948, el equipo de Leloir identificó los azúcar-nucleótidos, compuestos que desempeñan un papel fundamental en el metabolismo (transformación por el cuerpo de los hidratos de carbono).




 Sus descubrimientos tuvieron una notable influencia en la investigación bioquímica y transformaron al laboratorio del Instituto en un centro de investigación mundialmente reconocido. En el vocabulario científico internacional se denomina "el camino de Leloir" al conjunto de descubrimientos que llevó al gran científico a determinar cómo los alimentos se transforman en azúcares y sirven de combustible a la vida humana. Leloir recibió inmediatamente el Premio de la Sociedad Científica Argentina, el primero de una larga lista de reconocimientos nacionales y extranjeros previos y posteriores al Premio Nobel de Química de 1970.




 Sus logros no le quitaron la sencillez que lo caracterizó toda su vida. Su vieja silla de paja --todo un símbolo de las condiciones en que se hace ciencia en la Argentina-- hoy se exhibe en un museo. El trabajo disciplinado y constante fue otra de sus virtudes. Pocos años antes de su muerte Leloir pudo inaugurar, frente al Parque Centenario, un nuevo edificio para el Instituto de Investigaciones Bioquímicas, que se veía desbordado por la gran cantidad de estudiantes, becarios e investigadores que querían trabajar en él.

TEXTUAL: Leloir por Leloir






 "No sé como ocurrió que seguí una carrera científica. No era una tradición familiar ya que mis padres y hermanos estaban principalmente interesados en las actividades rurales".




 "En nuestra casa siempre hubo muchos libros de los más variados temas y tuve la oportunidad de adquirir información sobre los fenómenos naturales. Supongo que el factor más importante en la determinación de mi futuro fue el recibir un grupo de genes que dieron las habilidades negativas y positivas requeridas".




 "Entre las habilidades negativas podría mencionar que mi oído musical era muy pobre y por lo tanto no podía ser compositor ni un músico. En la mayoría de los deportes era mediocre, por lo tanto esa actividad no me atraía demasiado. Mi falta de habilidad para la oratoria me cerró las puertas a la política y al derecho. Creo que no podría ser un buen médico porque nunca estaba seguro del diagnóstico o del tratamiento".




 "Estas condiciones negativas estaban acompañadas presumiblemente de otras no tan negativas: gran curiosidad por entender los fenómenos naturales, capacidad de trabajo normal o ligeramente subnormal, una inteligencia corriente y una excelente capacidad para trabajar en equipo. Lo más importante probablemente fue la oportunidad de pasar mis días en el laboratorio y efectuar muchos experimentos. La mayoría fracasaron, pero algunos tuvieron éxito, debido sólo a la buena suerte o al hecho de haber cometido el error adecuado".




 El licenciado Marcelo Tedesco es jefe de Prensa y Ceremonial de la UNS.