Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

Bahía Blanca | Lunes, 11 de agosto

Ni la guerra los pudo separar

El destino los unió en Marruecos. Ella hablaba español y él, alemán. Después, él se fue a Alemania; ella lo esperó con sus dos hijos en tierra vasca. El destino los reunió en la Navidad de 1945, los llevó a Madrid y los trajo a la Argentina. Hace pocos días celebraron en Bahía Blanca 70 años de casados. El le regaló rosas rojas; ella, la luz de sus ojos.

El destino los unió en Marruecos. Ella hablaba español y él, alemán. Después, él se fue a Alemania; ella lo esperó con sus dos hijos en tierra vasca. El destino los reunió en la Navidad de 1945, los llevó a Madrid y los trajo a la Argentina. Hace pocos días celebraron en Bahía Blanca 70 años de casados. El le regaló rosas rojas; ella, la luz de sus ojos.






 --¡Conchi! ¿Dónde estás, mi Conchi?


 --Aquí, mi Otto, responde y le acaricia la mano derecha.


 Otto, que ya no puede mirarla, le jura que la acaba de ver bailando mejilla a mejilla, en un salón de Tánger, en Marruecos. Y le describe su vestido hasta el más mínimo detalle.


 Otto ha cumplido 92 años. Concepción, 88: por más que se empeñe en decir "ciento y la madre".


 Tienen tanto para recordar en esta tarde de invierno, en un sexto piso de Alem al 700.

* * *






 Concepción Navarro, "Conchi", una malagueña salerosa, brillaba mucho más que el sol marroquí cuando caminaba espléndida por las calles de Tánger, abriéndose paso entre suspiros y miradas.


 --A esta nadie me la quita. Será sólo para mí --se dijo en alemán Otto Steiner, con la confianza de ser joven, rubio y vigoroso.


 Concepción había dejado España de muy chica para vivir en Marruecos, donde su padre se ganaba la vida pintando filetes.


 Otto era hijo de un sobreviviente de la Primera Guerra y había nacido en Salesel, un pueblito a orillas del Elba, en la Bohemia que por entonces, 24 de julio de 1914, todavía pertenecía al imperio austro-húngaro. A los 14 años eligió las travesías: fue empleado de Bat'a, una fábrica checa de zapatos, pasó por Bélgica y Casablanca, hasta que empezó a trabajar en un elegante restorán de Tánger.


 Ni Concepción hablaba una palabra de alemán ni Otto, de español-andaluz, pero los dos se dieron cuenta de que el amor maneja su propio idioma cuando Lolita, una amiga de ella, los presentó en su casa.


 Tres meses después Otto se animó a enfrentar a su suegro, don Rafael. Lo citó en una confitería.


 --Me quiero casar con su hija --le dijo en un castellano apenas comprensible.


 Se casaron el 17 de agosto de 1936, sólo por la iglesia. El tenía 21 años y ella, 18.


 Pasaron el único día libre que el patrón le dio a Otto en las Grutas de Hércules, una punta del norte de Africa. Paella, un par de brindis y muchos besos. De un lado el Atlántico y del otro el Mediterráneo. Pequeña luna de miel en el sitio donde la mitología cuenta que Hércules empujó la costa hasta formar el estrecho de Gibraltar.


 Se mudaron a una casita alquilada. Poco después nació María Teresa.


 En 1939 Otto se llevó a Conchi, otra vez embarazada, y a María Teresa a España. Los recibieron las heridas que la Guerra Civil había abierto: destrucción, miseria y hambre. Sobre todo hambre. Los alimentos estaban racionados y la niña se puso muy delgadita.


 Un amigo de Otto le recomendó que probara suerte en San Sebastián y se fueron hacia la majestuosa playa vasca. El se dedicó a pescar hasta que encontró trabajo en el "María Cristina", un hotel pintoresco elegido por mucha gente poderosa.


 La guerra no había pasado por ahí.


 En Pasaje Ancho, muy cerca de San Sebastián, nació Ottito.

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 En 1941, después de que Adolf Hitler anexara la región donde había nacido Otto, llegó una carta del ejército germano: debía ir al frente. La familia juntó sus cosas y tomó el tren para Alemania.


 De la guerra terminada a la guerra empezada.


 Concepción y los chicos se quedaron en la casa de los padres de Otto y él tuvo que presentarse a una unidad de transporte, cerca de Berlín. Cuando sus superiores comprobaron que hablaba castellano, lo derivaron a Comunicaciones e Intérpretes. Tenía compañeros de Barcelona y de Palma de Mallorca. Entonces creían que Hitler también iba a ocupar España.


 Recién dos años más tarde Otto se las ingenió para conseguir una visa que le permitiera a su familia escapar de la guerra y volver a San Sebastián. Cambió el permiso por un kilo de café.


 Se despidieron el 3 de diciembre de 1943. Otto abrazó a Conchi y se quedó en el andén, con sus pensamientos y sus miedos, hasta que el humo de la locomotora se mezcló con las nubes en el horizonte.


 Así Conchi y sus hijos cruzaron la Francia ocupada y volvieron a la España aliviada, donde los esperaba una beca del consulado germano. Los chicos empezaron a ir al Colegio Alemán mientras su padre aprendía sobre el dolor las 24 horas.


 En 1943 los aviones norteamericanos atacaban de día y los ingleses de noche. Una tarde Otto viajaba a Francia con su compañía. El mayor lo invitó al vagón de los oficiales, pero no aceptó. Cuando arrancó el bombardeo, terrible, atinó a ponerse el casco, saltar del convoy y correr. Después se enteró de que hubo decenas de muertos y heridos muy graves. El mayor que dirigía el grupo quedó ciego.


 Otto comenzó a creer que tenía un Dios aparte.




 Los rusos, implacables, avanzaban hacia Alemania; la guerra se definía; en Halle, desesperado, Otto se la veía venir. Le rogó a su jefe un salvoconducto que lo mandara a Italia con sus amigos españoles: los hermanos Tobek, Pepe Smith y el loco Juan Bukholtz.


 Tomaron el último tren que salió de ahí antes de la capitulación. Se escaparon de los rusos, pero no de las bombas de los aliados. Todos vieron cómo arrasaban pueblos enteros.


 Otto caminó por la tierra lastimada hasta el sur del país, cruzó las montañas y llegó a la frontera. La policía militar lo detuvo. Y lo iba a regresar a una fuerza de choque, pero él sacó el papel que le había dado su jefe. Decía que lo destinaban a Roma por orden del alto mando. Vía libre.


 Seis días antes de que se rindiera Hitler, Otto entró en Italia. Pasó varios días en un caserío, hasta que en octubre de 1945 lo descubrieron y lo mandaron detenido a Nápoles, en barco. Todo lo que quería Otto Steiner, el prisionero 81-G412248 del campo 326 de Aversa, era pasar la Navidad con su familia.


 Lo llevaron a Roma, donde el cónsul español preparaba un traslado: el Dios aparte otra vez. Pero cuando el funcionario vio que Otto era alemán, le quitó la ayuda.


 Más solo que nunca regresó a Nápoles. Se le ocurrió decir que había nacido en Tánger y así logró un documento a nombre de Carlos Ortega Sánchez. Los británicos lo consideraron un refugiado civil.


 Atravesó los Alpes en un camioncito destartalado, entre campos minados. Al ingresar en Francia los gendarmes le ordenaron que debía volver a Italia. Otto aprovechó el primer descuido para escaparse.


 En Francia se abrió paso como Joao Da Cunha Alves, gracias al pasaporte portugués que le había dado un gallego en Italia.


 El 23 de diciembre de 1945 llegó a Toulouse. Un tren lo dejó en Hendaya. España estaba al alcance de sus manos.


 Necesitaba un salvoconducto especial que no tenía. Vio a la policía en la punta del andén. Sospechó que hasta ahí había llegado, que eso era todo. Pero una mujer le indicó una salida: un agujero en el alambrado de la estación. Otto no se dio tiempo ni para dudar. Salió a una calle, cerca del helado río Bidasoa que separa a los dos países. Podía ver las casas de Fuenterrabía e Irún. Su familia estaba a sólo 17 kilómetros. Se acercó al agua y pensó en aquellos días de la infancia cuando rompía el hielo del Elba para bañarse. Eran las tres de la tarde. Detrás de unos pastizales se sacó los botines y se tiró: el frío no puede con tamaños deseos. Sí podrían haberlo hecho los guardias franceses, que lo vieron. Pero lo dejaron.


 Cuando Otto ya no podía nadar más, unos pescadores españoles lo subieron a un bote y lo acercaron hasta la Guardia Civil. Le dieron un café con coñac que le devolvió el alma. Dijo su nombre, contó que venía de pelear para el ejército alemán e imploró: su mujer y sus dos hijos lo esperaban en San Sebastián, en la calle San Francisco 45, tercero "C".


 --Conchi, estoy aquí. Necesito un traje seco.


 Ella no podía creer lo que acababa de escuchar en el teléfono de una vecina. Hacía nueve meses que nada sabía de Otto y ahora su voz le pedía ropa.


 Pasaron juntos la mejor Navidad de sus vidas.

* * *






 Otto recuerda ahora, 60 años después y en el no tan crudo invierno bahiense, que le costó reponerse física y psicológicamente. Lo ayudaron su familia y un trabajo bien pagado en el aristocrático Club Náutico de San Sebastián. Después se fue a Bilbao y de ahí a un sofisticado restorán de Madrid, como segundo mêtre.


 --El dueño me destinó a la sucursal de Lisboa, pero como no conseguí el permiso laboral me mandó a Buenos Aires en 1950. Siete meses después vinieron Conchi y los chicos. La ciudad no nos gustaba y gracias a un cliente belga, al que le hice un plato especial que sólo sabe hacer un mêtre como yo, al año siguiente pude ir a un flamante hotel de Bariloche.


 En 1958 la familia Steiner llegó a Bahía Blanca y se instaló en una casa de O'Higgins al 800.


 Otto empezó a trabajar en el recién construido Hotel Austral, pero no tardó en emprender un largo trayecto como propietario de los restoranes y confiterías Chez.


 Durante el verano europeo lo convocaban de Ibiza o Marbella. Y pasaba las vacaciones del hemisferio sur en Monte Hermoso, donde atendió varios locales gastronómicos.


 A los 77 años lo contrataron como administrador del Hogar Funke, cerca de Tornquist.


 --¡¿Les dijiste tu edad!? --recrimina Conchi.


 --Claro. Pero lo que vale es la experiencia. Trabajé hasta los 80. Disfruté de mi familia, tuve mucho dinero, los mejores autos y practiqué windsurf a los 70 años.


 Otto perdió la vista. Cada día, al levantarse, se ducha y antes de cada comida toma un vaso de agua. También camina 10 o 14 cuadras.


 --Me acuerdo de lo flaco que estaba aquella mañana cuando nos reencontramos en San Sebastián --dice Conchi--. Aunque nos hemos peleado bastante, porque los dos tenemos caracteres fuertes, yo hago cualquier cosa por mi marido.


 Ella le vuelve a aferrar la mano. Otto sonríe. Desde el 17 de agosto, cuando cumplieron siete décadas juntos, han comenzado otro noviazgo. Ese día, él le regaló un ramo de rosas rojísimas y una tarjeta manuscrita:


 "El amor nunca muere. En estos 70 años que pasaron te quiero más que nunca. Hoy sos la luz de mis ojos".

Ricardo Aure


Reencuentros.
Después de la Segunda Guerra Mundial, Otto pudo reunirse con varios de los españoles con quienes estuvo en el ejército alemán. Tras el primer reencuentro, se vieron al menos una vez por año según el lugar de residencia de cada cual: Brasil, Alemania, Francia o España.

La familia












 Otto y Conchi tienen dos hijos, María Teresa y Otto Carlos, ambos radicados en Bahía Blanca; cuatro nietos, Pablo, Carolina, María Noe y María Lorena; y seis bisnietos, Consuelo, Valentín, Máximo, Carmela, Baltasar y Santos.


 Para ellos, Otto ha escrito tres libros que nunca publicó: Memorias del abuelo en dos tomos, La fuga y Las 45 cartas a mi hija.