Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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La definición de Facundo

Por Oscar J. C. Denovi.


 Ciento setenta y un años después de su muerte, y como una especie de homenaje al significado de este hombre trascendente para la comunidad histórica argentina, un hallazgo sobre lo que con alta probabilidad sea un sarcófago que contiene sus restos conmovió el país entero.




 Si bien el hallazgo se obtuvo en diciembre de 2004, la revelación se produjo en febrero de 2005. La búsqueda se inició como consecuencia de que el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas comenzó, en 2003, un expediente ante la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, dependencia de la secretaría de Cultura de la Nación, al igual que dicho Instituto, destinado a declarar Sepulcro Histórico Nacional a la bóveda que se encuentra a nombre del general Juan Facundo Quiroga en el cementerio de La Recoleta.




 El hallazgo en sí no representa más que el hecho físico de ubicar el contenedor probable de los huesos o cenizas del Tigre de los Llanos --y probablemente de su mujer, María Dolores Fernández, fallecida 44 años después, quien en una admirable demostración de amor, que sólo puede sentirse por los grandes y amantes hombres, manifestó su voluntad de ser enterrada junto a él--, pero la revelación de tal hecho fue recordada más como la del gran líder político y militar de su época que como el inspirador de la obra --genial como ensayo literario, pero absolutamente tergiversante en lo histórico--como lo fue el Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. A cambio, volvió del pasado la imagen de esa Argentina criolla, denostada y "bárbara", que aparece cada vez más nítida, como nuestra civilización de entonces, y no como un modo de vida que había que desterrar, o ahogar, según el pensamiento manifestado por el sanjuanino y por Alberdi.




 Ninguno de los dos, grandes talentos en muchos aspectos, comprendió que lo que Facundo representaba --como lo representaba la gran mayoría de los caudillos del federalismo sólo interpretados cabalmente por Juan Manuel de Rosas-- era la mentalidad del pueblo argentino, es decir el genio nacional, por el cual cualquier país progresa o se detiene, pero sin el cual es imposible arquitecturar progreso real alguno. O mejor, y más ajustadamente, el alma del pueblo gaucho, que comprendieron, la despreciaron al punto de intentar una política inmigratoria de raíz anglosajona para "ahogar en los pliegues de la industria esa chusma incivil y ruda".




 Este error de apreciación de la realidad lo pagaría la Argentina, después del engañoso progreso de fines del siglo XIX y principios del XX, porque, obtenidos los beneficios de la demanda excepcional del mundo industrializado por los bienes primarios, quienes imaginaron y condujeron el milagro del cuarto país del mundo no supieron reencaminar el proceso hacia otras orientaciones: su mentalidad mercantilista -- formada en la especulación del Buenos Aires del siglo XVIII y el unitarismo político triunfante en Caseros, acomplejada de su herencia criolla-- aceptó de buena gana la receta del libre comercio y las "ventajas comparativas" del "genio" anglosajón, que convencieron a aquella dirigencia y hasta a las cátedras universitarias de que la Argentina debía ser la granja del "taller inglés".




 Hacia mediados de siglo, con una población cambiada por el aporte inmigratorio de aquellos años brillantes de fines del XIX y principios del XX, más el aporte adicional de la posguerra del 14, pero en buena parte aculturada a lo criollo, a lo gaucho, una transformación inimaginable una década antes se produce en pocos años, transformando un país casi exclusivamente agroganadero en un país con cierto desarrollo industrial: el genio criollo había sorteado las enormes dificultades de la carencia de tecnología, de la formación de técnicos para proveer a la atención de ella y hasta para innovar donde la disponible no se adaptaba a los requerimientos locales, o no era conveniente a ellos.




 Desarrolló las líneas de comercialización destinadas a sortear los "cuellos de botella" del sector externo comercial, buscó los caminos para burlar la falta de apoyo de las grandes potencias para su transformación y los medios para suplir la falta de combustibles y de instalaciones generadoras de energía, y otros obstáculos menores. El diagnóstico sarmientino-alberdiano quedaba enterrado. Antes, sus sostenedores debieron conformarse con admitir la inmigración predominantemente española que había originado el criollo y una pariente tan indeseable como aquélla, la itálica (denostadas por Alberdi y Sarmiento). Ambas se habían acriollado, aun aquellas industriosas nordicoitalianas que habían conformado la pampa gringa; peor aún, los alemanes y los judíos también se habían hecho gauchos, adquiriendo los rasgos típicos de la mentalidad criolla, mezclándola, como es lógico, con el genio propio traído de allende el océano.




 En estos momentos de crisis argentina, superada en algunos aspectos, sobre todo en lo económico, que augura para lo inmediato una cierta recomposición de alcances aún inciertos en su magnitud, pero con un lastre enorme en lo económico, en lo social y aun en lo político --¿hacia dónde vamos los argentinos? podemos preguntarnos--, con más preocupación que la que se planteó con agudeza Saúl Taborda en Meditación de Barranca Yaco, primer número de "Facundo" (16/2/1935), revista dirigida por dicho pensador, que, entre otras afirmaciones y preguntas de aquel trabajo, inquiere: "¿Qué significación tiene, hoy, al cabo de un siglo, la tragedia de Barranca Yaco? ¿Envuelve un imperativo de examen de conciencia en miras a una rectificación de los rumbos ideales de nuestra vida o es una mera casualidad el que su centenario se cumpla en una hora, preñada de incertidumbres, en las que las instituciones fundamentales vacilan y ceden como heridas de irremediable falencia?"; podríamos inquirir en el mismo sentido, cambiando la referencia centenaria por estos 171 años.




 En el segundo número de "Facundo", junio de 1935, Taborda escribe "Esquema de nuestro comunalismo". En ese trabajo, se manifiesta, como nosotros lo hemos hecho al principio: Juan Facundo Quiroga encarnó el espíritu y la mentalidad del argentino.




 Dejemos a Taborda la palabra: "La cultura pragmática y utilitaria que presidió nuestra unidad nacional, a favor del ímprobo e inútil afán de negar nuestra idiosincracia facúndica (*), está mostrando su endeblez y su ineficacia para llevar adelante su cometido. Todo su aparato constitucional se resiente y se rompe por causa de sus vicios redhibitorios. Su dislocamiento es un hecho. De aquí que, en la hora de su inevitable derrumbe, las reservas vitales destinadas a trasmutar valores y a reemplazar los resortes políticos perimidos apelen a nuestra sustancia genésica y nos fuercen a retomar el hilo de nuestra expresión para recomenzar la tarea infinita. ¿Qué hilo? El del secreto y de la clave. El de la sustancia eterna, nutricia de nuestro heroísmo.




 Otra vez lo facúndico se hace presente. Sí; otra vez lo facúndico, porque, cualquiera sea la forma destinada a sustituir la estructura en falencia, necesitará pedir a lo facúndico su secreto y su clave. El propio marxismo, si ha de traernos las nuevas formas políticas de que está grávida la historia contemporánea y que su doctrina anuncia a todos los que esperan justicia, no escapará a su ley. Será por ella o no será. Cuajará en figuraciones auténticamente nuestras, ayudará a partear instituciones originales, en la medida que guarde fidelidad a la fuente nutricia de la idiosincracia nativa. De lo contrario, no significará otra cosa que una nueva desilusión para el obstinado idealismo que mueve nuestra alma en la búsqueda incesante de derroteros humanos."


 


 De ahí la incomprensión genérica de los politólogos de universidades extranjeras y aun de nuestras universidades --y de los argentinos que se "perfeccionan" en claustros europeos y norteamericanos en estudios políticos o sociológicos sobre nuestro país--, que no termina de conformarse por la contumacia de persistir en modelos ajenos a nuestra idiosincracia, que son los modelos impuestos por el concepto de civilización sarmientina, basado en Europa. Por eso es que no se comprenden fenómenos políticos como el peronismo, cuyas características no encajan en el molde doctrinario europeo.




 Por eso es que la mentalidad de militantes políticos se expresa en un lenguaje propio de categorías centroeuropeas, al calificar determinados reclamos como izquierdistas --si las reclamaciones son sociales o provienen de los sectores asalariados-- o derechistas si, en cambio, el reclamo se acentúa en aspectos que hacen a la dignidad de la Nación o la preservación de los valores encarnados en las instituciones que han conservado algunos aspectos de la argentinidad que Facundo enblematizaba.




 Nada más cerca de la sentencia de Taborda expresada en "Esquema de nuestro comunalismo", de la misma publicación, que el acontecer social argentino de los últimos 50 años.
¿Qué ha funcionado bien en la Argentina en ese lapso 1955-2005? La decadencia ha ido envolviendo en una vorágine divergente que, año a año, fue abarcando más y más sectores sociales, instituciones, organizaciones económicas, normativas, Universidades, Fuerzas Armadas, de seguridad, organismos del Estado Nacional, provincial y municipal.





 Nada funciona correctamente. Parece la Nación el ejemplo de lo que no debe ser, de lo que no debe hacerse para no caer en la anarquía o la anomia. Un campo de ensayo para las ideas más extravagantes. Un breve repaso por lo acontecido desde 1955 hasta 2005 --en el que el gobierno actual tiene que lidiar en todos los terrenos para enderezar este barco con el agua lamiendo la cubierta-- arroja un enorme listado de desaciertos en todos los terrenos.




 Educación, economía, infraestructura comunicacional, energética, fabril, educativa, sanitaria, en fin, todo representa un enorme retroceso relativo, alimentado por una política de falta de idoneidad administrativa increíble, que ha dejado al país inerme en defensa, descalabrado económicamente, semianalfabeto, empobrecido y al borde de la disolución, con la amenaza pendiente de la enajenación de sus fuentes de riqueza por parte de intereses externos privados y oficiales.




 Algunos indicios señalan que algo de lo que aquí se afirma ha penetrado en la conciencia dirigente. Pero aún hay demasiadas rémoras de la influencia de lo exógeno; aún hay demasiada mitología de izquierda o derecha, que poco o nada tiene que ver con nuestra realidad; aún hay una "pedagogía de la dependencia" que nos impide que dicha penetración sea total y forme un verdadero pensamiento nacional operante, que marque acertadamente la intención directriz de la comunidad argentina.

(*) Para Saúl Taborda, lo facúndico es el espíritu de la tierra, la mentalidad de lo argentino, la idiosincrasia del pueblo, generalmente ignorada por nuestra dirigencia.






 El Dr. Oscar J. C. Denovi es politólogo, profesor de Historia Política Argentina en la Universidad Católica de La Plata, subsede San Martín, y académico de número del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas.