Tangos, baladas y otros tonos
Llegó Cacho Castaña, trayendo una apreciable porción de temas de su autoría, de los que se emparentan claramente con el tango y los que se alejan bastante, aunque dejando siempre intacto el clima de las calles porteñas que los inspiraron.
Lo del aguerrido cantautor --tal su reconocido estilo-- mezcla de manera muy particular, nostalgia, romanticismo y alegría en letra y música para una entrega tan heterogénea como la de ese público que lo sigue, se hace de sus placas y colma plateas en amplio espectro de edades y, eso sí, con marcado consenso femenino.
La sala del Don Bosco quedó ajustada a esas pautas, con localidades agotadas para viernes y anoche, y el tablero de hoy, a las 20.30, prematuramente habitado por muy pocos papelitos.
Escenario de show, con juego de luces, mucho humo y para recibir al cantor, acordes que anticiparon la presencia de un cuidadoso respaldo musical.
Castaña entregó lo suyo con pareja dedicación al diálogo con una platea proclive al jolgorio y a ingresar al juego de las picardías con que compone su imagen.
Cacho de Buenos Aires apareció rápidamente en la lista de temas, iniciando una serie de los más clásicos de su repertorio y también uno de los que más lo identifican con la concepción tanguera, en la que entra y sale de manera permanente, al combinar el orden de las entregas.
Y así como se hizo silencio para escuchar Café la humedad --el de sus comienzos-- o Garganta con arena, surgieron en medio de reclamos, alaridos y hasta "promesas de amor" de parte de voces femeninas, creaciones como Ojalá que no puedas o Señora si usted supiera. Muy mezcladito, todo. Y, sin duda, para gustos diversos.
En momentos cumbre del buen aporte musical, Cacho la emprendió con Que tango hay que cantar y, evadiéndose de su autoría, con La última curda (Aníbal Troilo y Cátulo Castillo), permitiendo un especial lucimiento del bandoneón de Daniel Martínez Príccolo, un instrumento que nunca perdió protagonismo aunque el perfil de la banda no es precisamente de tango clásico. Marcada influencia tuvo además el bajo de Jorge Vignales.
También le dio manija a la emoción con Voy camino a los cincuenta, Todavía puedo y Septiembre del 88.
El perfil notoriamente tanguero reapareció con La gata Varela, A donde vas, quedate en Buenos Aires y el tema que da nombre al espectáculo, Mi Buenos Aires querida.
Por allí, el bandoneón de Martínez Príccolo se llamó a descanso porque llegó una tanda bailantera que poco tiene que ver con lo suyo y que motivó gente parada acompañando con palmas, porque sonaban temas como Para vivir un gran amor y Hay que matar al ladrón.
Definitivamente, la banda dejó su marca de manera generosa en cantidad de temas y en la entrega con que salieron a relucir, en tono de recital que deparó mezcla de silencio respetuoso y bullicio.
Ni más ni menos que lo de este Cacho Castaña, profesor de música y pianista devenido en cantor para repartir tangos, baladas y otros tonos.