Los buzones de la Bahía
Apenas nueve buzones funcionan, actualmente, en Bahía Blanca. Protagonistas del correo, fueron, durante décadas, habitantes privilegiados del barrio. Compañeros inseparables del malevo que fumaba su cigarro apoyado en su estructura. Referentes de las esquinas, sobreviven, imperturbables, en los dinámicos tiempos del correo electrónico.
Pocos viven, hoy, el placer y la emoción de recibir una carta con una reconocible letra exterior, la emoción de abrir un sobre con noticias de puño y letra del ser querido, con el rito de la estampilla y el sentido gesto de depositar la carta en un buzón.
Pocos escriben cartas. Es más simple hablar por teléfono o enviar un mail, generando nuevas formas de encuentro.
Sin embargo, hubo tiempos en que el correo fue dueño y señor de las comunicaciones, siendo el buzón la puerta para ese diálogo.
El pilar de hierro
Hablar de buzones en nuestro país es remontarse al 1900, cuando se fabricaron los primeros aparatos de hierro, inspirados en un modelo inglés. Su condición de símil poste les permitió convertirse en habitantes por excelencia de las esquinas.
Llamados, en principio, cajas "boca de carta", su existencia se remonta a la época de los romanos.
Bahía Blanca los tuvo desde principios del siglo XX, no corriendo buena suerte su rol.
"Para hacer el papel de zonzo, no hay como los buzones del correo y, en particular, los pilares rechonchos, parados todo el día en la esquina, abriendo la boca para recibir cuantas majaderías se le ocurra a uno confiar al secreto postal", escribió un cronista, en junio de 1903.
Aquel año, cambiaron su color rojo por el verde, "dejando el color de la vergüenza para adoptar el de la esperanza", según se dijo.
El verde se consideró en consonancia con el oficio de estos "tragapapeles de esquina", teniendo en cuenta qué sentimiento inspiraban "tanto al sastre que pide el saldo de la cuenta como a la esquelita del enamorado".
También hubo quien los definió como una "higuera de intriga y especulación", teniendo en cuenta que "todas las pasiones humanas se depositan entre sus cuatro tablas. En ellos, todo se mezcla y se confunde, para luego dispersarse en mil direcciones, como los fragmentos de una bomba".
Firmes siempre en su lugar, a veces ignorados, otras valorados, cruzaron todo el siglo.
En 1998, el correo privatizado renovó los 8.670 buzones existentes en todo el país, buscando optimizar su uso. Para eso, se removieron las diez capas de pintura que recibieron a lo largo del tiempo, se encaró su reparación y se los pintó de rojo bermellón, su color histórico.
Los que aún "viven" en nuestra ciudad
En nuestra ciudad, quedan, actualmente, nueve buzones.
De ellos, cada día, el correo retira entre veinte y treinta cartas, cantidad que da cuenta del servicio que aún prestan.
El rojo que actualmente lucen se utilizó por primera vez en 1860, en Dinamarca, dos años antes de que llegaran a Buenos Aires.
El modelo más antiguo existente en nuestras calles es el de pared, cuadrado, de los cuales existen dos: uno en la avenida Colón al 2.400 y otro en el exterior de la cárcel de Villa Floresta.
Tres buzones tipo "hongo" pueden admirarse en las esquinas de Undiano y Berutti, Almafuerte y Charlone, y Donado y Chile. Todos fabricados por "Talleres del Fénix", empresa que, con ese diseño, revolucionó el mercado metalúrgico, por ser los primeros en plegar y cilindrar chapas de acero.
Por último, pueden verse los buzones de pie, rectangulares, ubicados en las veredas, sobre el cordón.
El modelo más curioso está frente al correo, en la primera cuadra de calle Moreno, con su boca que sobresale en llamativo diseño, para permitir a los automovilistas depositar sus cartas sin abandonar el vehículo.
Los otros, sin ese detalle, se ubican en la calle 12 de Octubre al 800, esquina Santiago del Estero; en la vereda del Automóvil Club Argentino, de Chiclana y Fitz Roy; en Estomba al 800 y en la acera del hospital Municipal.
En todos los casos, tienen indicado el horario de recolección, la cual se realiza de lunes a viernes, de 12 a 15, y los sábados, de 10 a 12.30.
Los "otros", los que no son
Son muchos quienes aún creen que las decenas de transformadores eléctricos que pueblan las esquinas de la ciudad son buzones.
En rigor, estos elementos, incluidos en el patrimonio de Bahía Blanca, fueron construidos por los ingleses del ferrocarril Pacífico, mientras tuvieron la concesión del servicio eléctrico. Son aparatos metálicos de contextura similar a los buzones-hongos.
En ellos, es posible hallar las siglas BBNO (Bahía Blanca Noroeste) o BAP (Buenos Aires al Pacífico). Muchos, aún, siguen en funcionamiento y, de hecho, conforman un equipamiento naturalmente integrado al paisaje urbano.
De estafetas y unidades
A partir de 1906, comenzaron a surgir, en la ciudad, los barrios periféricos, las "villas" nacidas de remates que ofrecían terrenos "allende" el Napostá, en cómodas cuotas mensuales, quebrando la hegemonía del centro y abriendo nuevas posibilidades a los miles de familias que llegaban a estas tierra.
Este crecimiento hizo que el correo creara las estafetas, habilitadas para recibir correspondencia y evitar al vecino trasladarse al centro.
La primera estafeta de la ciudad fue habilitada en Villa Mitre, en marzo de 1907. Ese mismo año, se habilitaron las de los barrio Noroeste y Bella Vista, la de Zelarrayán y Patagones (hoy Casanova), y las de estación Garro (terminal en Ingeniero White del tren local que partía de la estación Bahía Blanca Noroeste) y la de puerto Galván.
En la actualidad, siguen existiendo, con el nombre de "unidades postales", sumando un total de 32, distribuidas en quioscos, locutorios y farmacias.
Vender un buzón
El lunfardo da al término "buzón" significados diferentes.
En la cárcel, suele llamarse así a una celda aislada, destinada al castigo del detenido.
La expresión "vender un buzón", por otra parte, significa engañar a otro, estafarlo, hacerle un cuento. Esto se originó en la práctica de los cuenteros que han sabido vender a incautos estos elementos.
La cosa funcionaba, más o menos, así: el cuentero, tras apalabrar al incauto, se paraba junto al buzón hipotéticamente en venta y cobraba un canon a cada uno de quienes depositaban cartas en él. Con un pequeño gran detalle: quienes le pagaban eran cómplices previamente instruidos.
Viendo la operatoria, el "gil" no podía menos que hacer cuentas y concluía en que la compra era un negocio redondo. Pagaba al cuentero (el cual se apresuraba a poner pies en polvorosa) y se paraba junto al buzón, dispuesto a comenzar a recuperar la inversión.
El lío se armaba cuando el primer corresponsal trataba de depositar su carta y el presunto dueño se empeñaba en cobrarle por ello.
Tras la pelotera consecuente y la llegada de la policía, todo quedaba aclarado: le habían hecho el cuento del tío o, lo que es igual, le habían "vendido un buzón".
La historia es creíble, teniendo en cuenta que hubo quienes "vendieron" (y quienes compraron) tranvías y hasta el mismo obelisco porteño.
También buzón se llamó a quien pasaba horas en la esquina, sin otra actividad que estar parado, mirando el pasar de las chicas.
Marvil inmortalizó esa actitud en su tango "Buzón": "Buzón.../Comprate "La Prensa"/, buscate trabajo/, ganate tu pan.../¿Qué hacés ahí parado,/como un espantapájaros?.../Pensá en la viejita,/ andá a trabajar".
También Cátulo Castillo dio cuenta de este elemento, destacando su color en "Tinta Roja": "Y aquel buzón carmín/y aquel fondín,/donde lloraba el tano/su rubio amor lejano/que mojaba con bon vin".