El circo, esa pasión inalterable
A Jorge Yovanovich --Servian, para el común de la gente-- se le humedecen los ojos y una sonrisa surca el rostro cuando piensa que su nieta de 6 años acaba de debutar como artista. Con Aylén la familia inauguró la sexta generación en el circo familiar: el Hermanos Servian.
"Hizo su primer número con los aros en el palomastro durante el último fin de semana, aquí, en Bahía Blanca", se enorgullece el hombre, y hace una pausa para rescatar mentalmente la imagen.
"Mi hija Ivana, su mamá, y trapecista, lloraba y yo tampoco podía contener la emoción", apunta.
Sentado en el interior de un interminable trailer, a la mesa que cada mediodía reúne a padres, hijos, e hijos de los hijos, este hombre, canoso, de bigotes, que combina cómodas zapatillas y bermudas con un cinturón de hebilla ancha y varios anillos, asegura no podría ser otra cosa que un empresario circense.
Suma, a la fecha, 51 años, vividos todos y cada uno en el camino y bajo una gran carpa.
Cuenta que dos meses atrás estrenó una casa de material, muy confortable en San Juan, de donde es oriunda su mujer.
"Pero la hice porque pensé en la vejez y en dejarles algo estable a mis hijos. Pero mi vida es ésta: andando con el circo", confirma.
Heredero de una estirpe de saltimbanquis y malabaristas callejeros, yugoslavos emigrados hacia tantos puntos de América como les fue posible, él mismo protagonizó el espectáculo, y entre número y número transitó los momentos más importantes y las mayores penurias de cualquier ser.
"Trabajando para el circo de mi padre, Jorge Omar Yovanovich, llegué a Jachal, donde conocí a mi mujer, que tenía 16 años. Con ella fundé esta familia tras dos meses de noviazgo. Amor a primera vista", explica.
"Por el circo perdí a mi padre, que se enfermó después de que a mi hermano lo mataran unos asaltantes, al cabo de un fin de semana de mucho éxito, cuando iba a buscar la recaudación a la boletería. Mi padre resistió hasta hace un año", reconoce.
Antes y después de esos hitos, Jorge recuerda su infancia, jugando con sus primos a los mismos juegos que hubiera ensayado cualquier otro chico de esos tiempos --"a ser el domador, el mago, el trapecista o el payaso"--, pero en una escenografía más real.
La adolescencia lo encontró en la pista, como profesional de todas esas artes, para continuar el show.
Un trabajo que da satisfacciones
Servian memora que junto con su compañera --a quien lo unen 32 años de matrimonio--, decidieron comenzar un proyecto propio hace diez.
"Nos desprendimos del circo de mi padre hace diez años, con un pequeño material. Mi familia me acompañó en todo y mis hijos hicieron el sacrificio de estudiar de pueblo en pueblo, a la vez que trabajan en el circo, junto con la otra gran familia, las 70 personas que me siguen durante todo el año".
Ivana, su hija mayor, de 29 años, está casada con el domador y trapecista, con quien tiene tres hijos. Cristian, de 26 años, es el mago y Ginette, de 21, la asistente. Gabriela Irina, de 13, también participa, y ahora Aylén, el último eslabón de la cadena que comenzó con el bisabuelo de Jorge.
"El nombre Servian es una derivación de Serbia, de donde provenían el padre de mi abuelo. Ambos emigraron pasando por varios países, donde fueron naciendo mis tíos y tías. Trabajaban en la calle, pasando el sombrero", comenta.
"En la Argentina se asentaron, pero pasó bastante tiempo hasta que lograron hacerse la primera carpa. Mientras tanto anduvieron con los carros y caballos, de pueblo en pueblo", señala.
Recuerda que, a su tiempo, su padre pudo independizarse del suyo y armar el Circo Federal --por el nombre del jabón--. Luego vinieron el Hermanos Yovanovich, el Mágico Las Vegas y el Circo Australiano del Canguro Boxeador --que sigue funcionando en manos de la madre de Servian--, cuando junto con osos, leones y monos, compraron un marsupial a un zoológico alemán.
"Entonces los espectáculos duraban dos horas sin intervalo. El trabajo no tenía descanso. Tampoco la satisfacción", reconoce.
El oficio de vender alegría
"Seguimos la tradición del circo porque es lo que sabemos hacer: vender alegría".
-- ¿Extraña a la pista?
-- La extraño. Hace poco le pedí a mi hijo que me armara el trapecio para entrenar. Pero tuve miedo. Fui payaso, "Periquito" y trapecista, también domador, arrojador de cuchillos, trabajaba con el "Taxi Loco". Conozco cada rincón de la pista.
-- ¿Qué aprendió de esos personajes?
-- Mucho. Del payaso, en especial, porque permite observar a la gente, a los chicos. Frente a mil o dos mil personas, parece mentira, pero uno llega a detectar el rostro de aquél que no se ríe. Cuando sucedía eso me amargaba, y apenas salía de escena empezaba a buscar la manera de hacerlos reír. Siempre hice todo con mucho amor y respeto.
-- ¿Por qué dejó de actuar?
-- Mi contextura (siempre tuve tendencia a excederme de peso) y el cigarrillo. Dije que no me vencerían, pero lo hicieron. Además, estaban las preocupaciones del negocio que no me permitían mantener la concentración cuando estaba sobre una cuerda a cuatro metros de altura.
-- ¿Pudo haber hecho otra cosa?
-- No. Cuando éramos chicos, mi padre nos planteó a mi hermano y a mí qué queríamos hacer. Mi hermano quiso estudiar y lo dejó en la ciudad, con familias amigas, para que llevara a cabo una carrera. Yo, en cambio, me decidí por el circo. Comencé vendiendo caramelos y mantuve siempre el mismo amor.
-- ¿A cuál de los personajes del circo volvería a elegir?
-- Es un "ángel" lo que tengo cuando me pongo un traje y me pinto la cara. Sin dudas, soy un payaso.