Entre el academicismo y la innovación
En el Pabellón de las Bellas Artes de la Pontificia Universidad Católica, en el Campus de Puerto Madero, se exhibe desde el 30 de marzo una excelente muestra del prestigioso pintor argentino Antonio Alice (1886-1943).
A través de sus temas, de la variedad de técnicas, de la expresividad del cromatismo y de la sutileza de la luz, resulta evidente el valioso legado de un artista tan sensible como versátil.
Lo que más trascendió de Alice fueron sus cuadros monumentales históricos como Los Constituyentes de 1853; Argentina, tierra de promisión o San Martín en Boulogne Sur Mer, en los que supo captar climas, retratar la psicología de los próceres, y exaltar el sentimiento patriótico. Con gran responsabilidad, dedicó muchos meses para documentarse debidamente antes de abordar esas representaciones. Por ello se lo considera uno de los más destacados pintores de temas históricos.
Sin embargo, no son precisamente esas obras destinadas a grandes recintos públicos, las que integran esta exposición. En "Presencia de Antonio Alice" el espectador aprecia la amplitud de posibilidades que conformaron esa ductilidad suya tan característica, perceptible aun dentro del mismo tema.
Si partimos del retrato, junto a los más formales, académicos y hasta solemnes, de considerable tamaño como el del General Julio A. Roca de pie, el de Mitre o el de Mariano Castex, encontramos otros de realización diferente como Juan M. Gutiérrez, Autorretrato con San Martín o el sorprendente Autorretrato perteneciente al Museo Sívori que son sólo algunos ejemplos reveladores. En este último sorprende la vibración de una pincelada descompuesta, la sensibilidad de los toques cromáticos, la ausencia total de dibujo, y el dominio técnico que surge de la comparación entre éste y otros retratos. Ni qué hablar de Mi Tatita de 1935, óleo casi insólito porque está conformado como manchas de color con forma humana. Puede seguirse la dirección de la pincelada, desaparece el dibujo de contorno e impera el color, de lo que resulta una forma abocetada que junto a los brillos, requieren distancia para ser debidamente apreciados.
Pero, además, el espectador sensible logra percibir el tono intimista que supo darle a otros, en especial femeninos tales como Matilde, Visión de mi madre y Mi hermana Santina. Su refinado trazo se expresa también en las Maternidades, en los dibujos y bocetos. Porque hay que mencionar que Alice hacía minuciosos estudios previos a sus óleos al mejor estilo renacentista.
Además pintó también figuras humanas, desnudos, paisajes y objetos, con los más variados recursos plásticos.
Alice no fue sólo un destacado pintor de escenas históricas y retratos, hizo notables paisajes. Particularmente en estos temas su mano maestra supo demostrar un espíritu receptivo, al nutrirse de la técnica, el cromatismo y la luminosidad de los macchiaioli que pudo conocer cuando en 1904 obtuvo el Premio Roma y viajó becado a Italia.
Entre muchos, son ejemplos reveladores La ventana de mi pieza y El brete, de 1934, obra en la que representa una escena típica del campo, con peones trabajando entre animales vacunos. Perceptible a cierta distancia ya que son ante todo luminosas manchas de colores, carentes de detalles naturalistas. También pintó paisajes de La Pampa, Chilecito, Mar del Plata, Tandil, Bariloche y muchos otros lugares. Lo que revela que viajaba acompañado de sus telas y paleta, siempre dispuesto a dejar testimonio de esas íntimas emociones pictóricas que fueron su compañía permanente.
Claramente se aprecia una íntima simbiosis con la vida natural. Dijo que "el Arte jamás se detiene a mirar las modas. Pasa a través de ellas con indiferencia, por eso no muere... Se rejuvenece constantemente bebiendo en la gran fuente inspiradora de la Naturaleza".
Ese espíritu sensible de Alice también se revela en los pequeños y despojados cuadros, en los que una vez más refleja la calidad pictórica que lo acompañó en toda su extensa y variada trayectoria. Cactus gigante, El arado, Canasta o Fuente en el patio de los naranjos, son algunos ejemplos elocuentes de una mirada atenta a las cosas simples, jerarquizadas por su mano de artista, para la que no hay temas desdeñables.
No queremos omitir la sensible representación de la luz, que a veces estalla en la diafanidad del pleno sol, otras apenas acaricia las formas, otras contribuye a modelarlas, en otras crea climas mostrando crepúsculos o la intimidad de interiores. Pero siempre es un elemento significativo, que confiere unidad a las obras.
Además, cuerpos femeninos desnudos en óleo, dibujos en lápiz negro y color, carbonillas, bocetos de pies o manos en diferentes actitudes, constituyen las múltiples técnicas y diversidad de representaciones que enriquecen esta exposición.
El vigor creativo y la calidad pictórica de Antonio Alice está fuera de toda discusión, así como su espíritu sensible y dúctil, que supo equilibrar la tradición académica con las innovaciones de la época. Todo lo hizo con el mismo espíritu abierto del auténtico artista. Primero se nutrió de los conocimientos formativos, después incorporó influencias y finalmente supo hacer esa simbiosis que es la impronta del estilo propio de los grandes artistas, entre oficio y sensibilidad.
La exposición "Presencia de Antonio Alice", realizada con el patrocinio y auspicio de importantes empresas, permite conocer obras muy poco difundidas de este artista, pertenecientes en su mayoría a colecciones particulares facilitadas generosamente para ser exhibidas en la magnífica sala que la Pontificia Universidad Católica posee en avenida Alicia M. de Justo 1.300 de la ciudad de Buenos Aires.
Emilse Mandolesi de Bara, autora de este comentario, es docente, crítica de arte y curadora, especializada en arte contemporáneo y delegada de la Asociación Argentina de Críticos de Arte.
Trayectoria
Célebre pintor argentino nacido en Buenos Aires el 23 de febrero de 1886. Inició sus estudios a los 12 años con Decoroso Bonifanti y continuó luego en la Escuela Estímulo de Bellas Artes. En 1904 se presenta al concurso nacional y obtiene el premio Roma, por el que viajó becado a Italia, para trabajar en la Academia Real Albertina de Turín con la dirección de los maestros Giácomo Grosso, Francesco Gilardi y Andrea Tavenier.
En 1905 la Academia le concedió la Medalla de Oro. Continuó buscando su identidad artística y personal en Italia y después en la Argentina. Encaminado hacia los temas de la historia patria, en 1910 gana la Medalla de Oro en el Salón del Centenario con la gran tela La Muerte de Güemes.
En 1911 obtuvo el reconocimiento máximo en el Primer Salón Nacional, y en 1915 se le otorga la Gran Medalla de Honor en la exposición de San Francisco, California.
Expuso en salones argentinos y efectuó muestras individuales en Buenos Aires, Río de Janeiro, Madrid, Roma, Turín, Génova, Venecia, Munich y París.
Sus obras figuran en museos de Buenos Aires, Rosario, Tucumán y Río de Janeiro, como también en colecciones privadas argentinas y europeas.
Murió en Buenos Aires el 24 de agosto de 1943.
Politeísmo y ateísmo de la belleza
Urticante opinión de Umberto Eco
El escritor italiano Umberto Eco sostiene que la Mona Lisa "pudo haber sido un travesti" y que no le hubiera gustado cenar con ella ni tampoco con la Venus de Milo, en una entrevista que publicó el suplemento de los viernes del diario "Sueddeutsche Zeitung".
"No me hubiera gustado cenar con ninguna de las dos. La Venus es demasiado musculosa y la Mona Lisa pudo haber sido un travesti", responde Eco a una pregunta acerca de cuál de las dos figuras de la historia del arte considera más bella.
"Si hay algún personaje femenino de la historia del arte con el que me gustaría encontrarme, sería con Uta de Naumburg o con la Dama con Hermelin de Leonardo", agrega el autor de El nombre de la rosa.
La entrevista del "Sueddeutsche Zeitung" se hizo a propósito de la publicación en alemán de la Historia de la belleza, de Eco.
En esa obra, el autor procura mostrar cómo los criterios de belleza y fealdad han evolucionado a través de los tiempos, y añade como ejemplo que "si Rubens hubiera visto algún día un cuadro de Picasso, naturalmente lo hubiera encontrado espantoso". Actualmente, según Eco, coexisten diversos ideales de belleza, lo que el escritor propone demostrar "vagando por las calles y entrando a una librería, una discoteca y un museo".
"Otra posibilidad es dar una respuesta teórica y decir que Nietzsche ya había visto el problema: nuestra época lo sabe todo de la historia anterior, casi que se ahoga en ella, y por eso es posible que convivan conceptos de belleza de distintas épocas. Al final del libro hablo del politeísmo de la belleza", dice Eco.
A diferencia de otras épocas, en nuestro tiempo, según el escritor italiano, hay una tolerancia frente a ideales de belleza distintos al propio, lo que en principio Eco considera positivo y "una señal de nuestra consciencia de la historia".
Sin embargo, el autor advierte contra el problema de que para muchos esa tolerancia se ha transformado en indiferencia, y "en ese punto el politeísmo de la belleza se convierte en ateísmo de la belleza".
En cuanto a sus gustos personales, Eco dice que se siente especialmente atraído por el arte de la Edad Media.
No obstante, al ser interrogado acerca de si le hubiera gustado vivir en esa época, Eco, de 72 años, responde que no, porque hubiera muerto ya hace mucho puesto que la expectativa de vida era sólo de cuarenta años.
"El que alguien sea un investigador apasionado sobre los dinosaurios no quiere decir que quiera ser dinosaurio", añade. (EFE)
Autores bahienses
Imágenes y Voces del camino
"Quiera Dios ayudarnos a abrir más nuestros ojos y oídos a las realidades de nuestro tiempo y buscar en ellas y más allá de ellas, los caminos de esperanza y paz que su vida nos ofrece".
Tal el sereno mensaje que Pedro Benítez nos tiende y que nutre el propósito de sus nuevos poemas. Dios, sus caminos, y toda cosa portadora de sensibilidad y espíritu que va encontrando en la senda.
Su estilo sencillo, diáfano, impregnado de ternura y comprensión, va exaltando sutilmente lo mínimo, elevándolo a la trascendencia de mensaje, de portador de una paz y un consuelo ante los avatares de cada vida: "Un niño por la playa corretea,/ brincando sobre el agua con su perro.../ Tal vez como otro Jerjes, castigando/ las olas por entorpecer sus juegos". Y en Exodo: "Ha comenzado el viento, la marea/ borra las huellas últimas del Exodo.../ Sobre la extensa playa abandonada/ la pleamar se hace cargo de sus restos".
Escenas comunes, de playa en verano, donde su alto espíritu percibe señales de humanidad adherida a las cosas, a la sustancia, en una identificación del ser con su hábitat, en este caso, playa y mar sustentadores de frescura y vitalidad, en constante comunicación y renovación.
Su lirismo, animado de clásica formación rimada, le lleva a exclamar: ¡Qué resplandor de cielo esta mañana!/ tan otoñal, tan llena de infinito.../ Qué libertad de vuelos en el aire/ intercala fugaces laberintos.
"Al abrir la ventana, se presenta/ como un guardia celoso de su puesto/ con su erguida figura vigilando/ siempre el mismo horizonte de cemento".
De "Pino" donde la figura metafórica de guardia celoso y vigilante, habla una vez más de una exacta interpretación sensible, con la que otorga cualidad y trascendencia al árbol.
Pedro Benítez busca y es una búsqueda fértil, por sobre la maraña oscura que va delineando este presente, las cosas que generalmente quedan ocultas por el avasallamiento de tanta otra deleznable.
Quien posea el don de esta visión purificadora, está obligado a participar, a comunicarla. El lo hace: "Es el camino, la verdad, la vida/ para aquellos que sienten su llamado/ y responden amando, aunque a veces,/ sean por los demás menos amados,/ gracias, Señor, por estos mensajeros/ que siguiendo las huellas de tus pasos/ con humildad y fe, tan cerca nuestro,/ tu simiente de amor pasan sembrando".
Trascendente, el mensaje perfila al hombre que lo comunica. Perfil de hombre y espíritu enaltecido, que busca en Imágenes y voces del camino, detalles pequeños, entrañables, para decir a cada ser cuánto hay que ver y poseer de incontaminado, de bello o de bueno.
Gloria Nozal