El creador de melodías sencillas y pegadizas
BUENOS AIRES (Télam) -- Los restos del popular cantante y compositor de ascendencia italiana Nicola Paone, fallecido el 25 de diciembre pasado en Estados Unidos a los 88 años, fueron velados y sepultados ayer en Nueva York.
Hijo de padres italianos, nacido en Estados Unidos y criado en Sicilia entre los 5 y los 15 años, Paone fue uno de los más exitosos cantautores que trabajaron en la Argentina en las décadas del 40 y el 50, con canciones que no han dejado de celebrarse durante décadas como Ué paisano, La cafetera y Señora maestra.
Víctima de una neumonía, Paone falleció el 25 de diciembre pasado en una clínica de Albuquerque, Nuevo México, Estados Unidos.
La muerte del cantante y compositor se produjo tres meses más tarde del fallecimiento de su único hijo, Joseph, a los 60 años, lo que según sus familiares y allegados, "lo derrumbó emocionalmente".
"Sin dudas Paone fue uno de los grandes de la música popular del siglo pasado, con una capacidad única para pintar las cosas y los sentimientos diarios de la gente del pueblo", comentó el letrista y compositor Ben Molar, quien entabló una profunda relación personal y profesional con Paone desde su primera audición en la Argentina, en el antiguo edificio de Radio Belgrano de Ayacucho y Posadas.
Molar, que traducía y editaba las canciones de Paone, destacó que en su época de apogeo sucedía algo increíble.
"Los temas que él grababa en apenas días se transformaban en sucesos y eran cantados por todo el mundo. Por un lado tenían una melodía fácil y pegadiza que les llegaba a todos y, por otro, una singular maestría para crear personajes existentes que suscitaban identificaciones instantáneas", relató Molar, afligido por la muerte de su amigo.
A partir de la década del 60 Paone fue espaciando su actividad musical, luego de que ya instalado en Estados Unidos abriera en 1958 el restaurante Nicola Paone en la Calle 34 Este de Nueva York, afamado reducto de la gastronomía italiana, frecuentado por el ex alcalde neoyorquino Rudolf Giuliani y el actor Robert Wagner, entre otros.
Picardía y sentimiento
Con su inflamado estilo interpretativo, canciones optimizantes y pícaras y su sencillota pronunciación del italiano, más cercano del cocoliche que de una depurada dicción del idioma del Dante, Nicola Paone logró una clamorosa aprobación del público argentino en la década del 50 y por varias temporadas, y sin que ello fuera el resultado de una intensa o astuta campaña promocional.
Tampoco tales operativos se concebían en aquel entonces: la publicidad no era --al menos por estas tierras-- tan sofisticada como lo es ahora, no existían los videoclips, sólo tenía televisor la gente "rica", y por eso los artistas del canto, para imponerse, precisaban del contacto directo con sus feligreses, actuando en vivo en los teatros o en las radios.
El playback --huelga decirlo-- era impensable por mente sensata alguna.
En esa comunidad posiblemente más ingenua, seguramente más feliz que formaban los argentinos por esos años, Paone consumó ese milagro de repetición admirativa que sólo conseguían con sus canciones y sus frases Pepe Iglesias "El Zorro", Los Cinco Grandes del Buen Hunor, los histriones de La revista dislocada y muy pocos más; que al día siguiente de escucharlas por radio, todos las repitieran, en la escuela, en la oficina, en el almacén.
Y si al otro día de que en Belgrano, Splendid o El Mundo, Pepe Iglesias pidiera "¡Ay, Esmeralda, ráscame la espalda!", medio mundo reiteraba la exclamación y competía por imitarla mejor, Paone generaba un fenómeno semejante con los versos intencionados de Señora maestra, las juguetonas rimas de La cafetera y la nostalgia por la tierra patria de ¡Ue, paisano!
No había en los sonidos de Paone ninguno de los elementos tan frecuentes en la canción de hoy: la intención política, la franqueza sexual, el desencantado cinismo, por citar algunos. Había sí --vertidas con desborde típicamente meridional-- alegrías, ternuras y curiosidades que parecieron calzar a la medida con gustos y anhelos masivos en un determinado tramo de la historia.
Alberto Ojam