Bahía Blanca | Sabado, 11 de mayo

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La vida que llega, la vida que se va

Fue partera del Penna entre 1956 y 1997. También del ex Hospital Ferroviario y de los ex sanatorios Central y Rawson. Además, asistió partos en domicilios.
Hoy, con el tiempo en su pecho y los ojos en la juventud que se eterniza en un cuadro. “Juro que me hubiera gustado tener un hogar e hijos, pero Dios sabrá por qué me lo negó”.

Por Ricardo Aure / haure@lanueva.com

Una madrugada en el Penna.

--Señora, por favor ayúdeme... Mi nuera está por tener familia y buscamos a la partera Clyde.

--¿Clyde? ¿Ud. está segura?

--Claro. ¿Dónde puedo ubicarla?

--Soy yo, pero hace cuatro años que me jubilé.

Clyde, la partera, tal cual lo dice la placa dorada de su casa de Juan Molina 652, pide otro cafecito y se ríe a carcajadas mientras revive aquella noche en el Penna, en la que esperaba que su empleada doméstica-amiga-confidente, la formoseña Ester, fuera asistida del corte en una mano provocado por un accidente casero.

En el umbral de sus 80 años, con más de la mitad de ellos vividos en el hospital donde funciona la maternidad pública más grande del sur del país, Clyde Gasparini abre sus manos con las que tanto ayudó a nacer, y algunas veces a morir, y se compromete a decir toda la verdad y nada más que la verdad o a guardar silencio.

¿Y qué puede contar?

Advierte que por sus venas corre sangre tana y que, según las circunstancias, puede contar la “historia que no siempre se cuenta” con vehemencia o con dulzura.

¿Cuántos partos atendieron esas manos?

Imposible precisarlo.

Clyde tenía 19 años cuando en abril de 1956 comenzó su tarea en el Penna, donde llegó a cubrir dos guardias de 24 horas cada 7 días, más los domingos rotativos.

Clyde, en su inmediato retorno al ayer, cierra sus ojos y de pronto, cuando los abre, ya con su archivo mental vuelto palabras, indica que hubo épocas en las que solo en ese hospital asistió 30 nacimientos a la semana, pero que al mismo tiempo prestó servicios en domicilios y en varios sanatorios privados.

--¿Qué significa el Penna en su vida?

--Mi segunda casa.

--¿A la que siempre vuelve?

--Me fui en 1997 y ya prefiero no volver porque me vienen fuertes ataques de melancolía. Muchas de mis colegas y jefes, como el doctor José Boughen, un amigo, han fallecido.

--¿Cómo llegó?

--En diciembre de 1955 había completado obstetricia en la Escuela Pardo de Buenos Aires, dependiente de la Facultad de Medicina de la UBA. Me había anotado para seguir Medicina, en La Plata, pero se enfermó mi mamá y me convencieron para que siguiera una carrera más corta y así poder volverme más rápido y con un título. De nuevo en Bahía, comencé en el Hospital Español y de allí pasé al Penna. Me recibieron con los brazos abiertos y confiaron en mí pese a mi juventud. Incluso al principio asistíamos los nacimientos sin los médicos. En 1957 fueron llegando las acomodadas políticas y como pensé que iban a echarme decidí irme. Al notificárselo al director, el doctor Luis Larribité, llamó por teléfono al ministro de Salud de la provincia y, en mi presencia, le exigió mi nombramiento.

--¿Cuánto de cierto tienen esas historias que denuncian bebés robados o vendidos?

--La verdadera historia no es la que cuentan. En el Penna no desaparecían los chicos. Además, en mis comienzos, era común que las madres vinieran a parir sin documentos. Eso causaba muchas dificultades y confusiones con los datos del bebé o de su madre y se cambiaban los apellidos. Con el tiempo los controles se hicieron más estrictos, se tomaron las huellas del bebé y los nacimientos se informaron al Tribunal de Menores. Todo mejoró con la tarea de las asistentes sociales.

--¿Recibió acusaciones?

--Sí, pero los médicos siempre me tuvieron mucha confianza. En una época en que éramos 9 parteras me involucraron en la entrega de un bebé. El doctor Antonio De la Torre, jefe general de Maternidad del Penna, fue categórico. Dijo que ponía las manos en el fuego por mí “porque la tana dice las cosas como son”.

--¿Le constan hechos ilegales?

--Hubo parteras que entregaron chicos. Atendíamos a muchas menores que se internaban con sus madres y que al irse de alta, en la misma puerta del hospital entregaban o vendían a sus chicos. También conozco el caso de un matrimonio de médicos que no podía tener hijos biológicos, que iba a radicarse en Alemania y que antes de partir se llevó mellizos del Penna.

--¿Quiénes son?

--Es todo lo que voy a decir sobre eso.

--¿Y sobre otros casos?

--Tras una visita noté que faltaba un chico. Alertamos a los porteros, a la estación de trenes y a la terminal de colectivos. Al bebé, que se lo recuperó, se lo había llevado una de sus abuelas por una cuestión familiar. Hubo otro caso muy especial para mí. Se trató de una joven embarazada que llegó de la zona a mi casa. Parece que su familia la había echado y mi mamá se encariñó tanto que la hospedó, la alimentó y le compró las ropitas para su bebita, la que tuvo en el Penna y a la que vendió por unos pocos pesos al irse de alta. Pasaron los años y una mañana el doctor González Estévez me pidió ayuda con una parturienta que decía que era primeriza y que quería entregar a su recién nacido. Era la misma mujer.

--¿Se arrepiente de alguna decisión?

--Una madre, en la misma camilla, me dijo que mataría a su niño después de que naciera. Le dije que no dudaría en denunciarla y que iba a pasar el resto de su vida presa. El parto fue perfecto. Cuando se fue insistí: "¡Mejor que no se te muera la nena...!". A los pocos días, leyendo “La Nueva Provincia” supe que la había ahogado en un charco. Si al menos hubiera dejado que la vendiera, la criatura viviría.

Una tarde en el centro.

--Señora, está mal estacionada. ¡Documentos!

--Ya sé que estoy en falta, pero para salir con mi auto tuve que andar media cuadra sobre la vereda. ¿Por qué no van a controlar que las salidas de los garajes estén libres en vez de dar vueltas por acá.

-–Señora, no sea insolente. A ver su carnet...

El agente municipal se asombra y se ríe.

--¿Es usted?

--Claro, yo también fui joven.

--Usted es Clyde. No sabe cuántos años le pedí a mi mamá que me llevara a conocerla. Usted me trajo al mundo.

--¿Aún hoy le piden que vuelva a su pasado en busca de recuerdos que ayuden a definir un identidad?

--Me preguntan por partos de hace más de 30 años y no siempre puedo acordarme con precisión. Hace poco vino un hombre de 48/50 años que se enteró de que era adoptado y una tía lo mandó a la casa de la partera de la calle Juan Molina “que podía conocer su historia”. Me llamó todos los días por meses. En fin, puedo decir que ningún parto es una rutina, pero no siempre logro recordar exactitudes. Otra vez, mientras esperaba a una amiga de Buenos Aires en la Estación Sud, se me apareció una mujer. Me miró fijamente y me pidió que la olvidara. Ella había tenido un hijo de muy joven, al que había entregado. Ahora estaba casada y con cuatro niños tratando de que su marido no supiera de su pasado. Le dije que se quedara tranquila, que no la recordaba.

--¿Y es cierto?

--No, si hasta sé quién tiene a su hijo...

--¿Cómo soportó ser testigo directo de todos los extremos de la condición humana?

--Ciertas miserias pasaron a ser moneda corriente en mi profesión, como esas madres que mataron a su bebé en la misma cama. Pero también vi historias grandiosas de luchadores por la vida, como la del pediatra Rubén Alvarez, que nunca se rendía. Lo he visto salvar chicos de cinco meses de gestación.

--¿Hizo abortos?

--Sí.

--¿Los acepta?

--Depende de las circunstancias. Soy católica y sé que los curas se me vendrán encima, pero pienso que es preferible un aborto practicado en condiciones sanitarias que los que se hacen clandestinamente en cualquier parte con sondas o yuyos y que causan muertes por infecciones o hemorragias. Creo que la mujer debe tener derecho a un aborto legal y correctamente asistido, algo que muchas hoy no pueden pagar.

--¿Fue madre?

--No. Juro que me hubiera gustado tener un hogar e hijos, pero Dios sabrá por qué me lo negó. Fui la novia, por casi 8 años, de Eduardo Silva. Estaba todo listo para el casamiento, pero él murió durante una operación en Buenos Aires. A mis 28 años sentí que todo se derrumbaba y que no podría superarlo. Me dediqué a mi trabajo y a cuidar a mis padres.

--¿Volvió a enamorarse?

--Sí, de un médico, pero fiel a la educación recibida, no me crucé en la vida de un hombre con mujer y hogar por más que él estaba dispuesto a dejarlos. No edifico sobre la desgracia. Él se fue del país. Volvió a despedirse de mí sabiendo que tenía poco tiempo de vida.

--¿Sigue enamorada?

--Claro, de la vida. Me encanta vivir. Tengo problemas en mis piernas y soy diabética, pero me cuido bastante. Ojalá que Dios me permita dejar la maleta, como llamo a la muerte, hasta cumplir los 80. El día que me vaya le daré las gracias por todo lo que me dio y por haberme sentido muy bien querida.

--¿Y después?

--Al tema de otras vidas lo discuto desde hace rato. Concluyo que pasamos al otro lado solo convertidos en espíritu y que no volvemos a reencontrarnos como estábamos en la Tierra.

--¿Qué herencia deja?

--Un mensaje de pocas palabras: como la vida nunca entrega la máxima felicidad hay que aprender a disfrutar plenamente la poca que recibimos.

“Ester, otro cafecito por favor...”.