Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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En la piel para siempre

Aquel martes de 2004, Rodrigo Torres no quería ir al colegio. Pero fue, y “Junior” le dedicó 2 de los balazos que repartió entre sus compañeros. “Me gustaría saber qué le pasó por la cabeza”, dice.
En la piel para siempre. Domingo. La Nueva. Bahía Blanca

Rodrigo Torres tiene 16 años y un tiro en el pecho y otro en el estómago. Vomita sangre. Pero lo que le preocupa es no manchar el tapizado blanco tipo oso de peluche del auto que lo lleva al hospital Pedro Ecay de Carmen de Patagones.

Hace un ratito, a eso de las 7:30 de este martes 28 de septiembre de 2004, su compañero de colegio Rafael “Junior” Solich sacó en el aula una pistola 9 milímetros, apuntó y vació el cargador.

Tres chicos murieron: Sandra Núñez, Evangelina Miranda y Federico Ponce.

Y hay 5 heridos: Pablo Saldías Kloster, Natalia Salomón, Nicolás Leonardi, Cintia Casasola y Rodrigo, que ahora trata de cuidar el coche de “Bocha”, el quiosquero de la Escuela “Islas Malvinas”.

El resto de los 29 alumnos del 1º B Sociales escapó como pudo de la masacre que decidió cometer “Junior” con el arma reglamentaria de su papá, un suboficial de la Prefectura Naval Argentina.

Sus compañeros veían que “Junior” era callado, retraído y un poco dark; sólo se juntaba con Dante Penna, que parecía su único amigo.

Los peritos calcularon que hizo 13 disparos, a mansalva, de derecha a izquierda, cuando no estaban la preceptora ni el profesor de turno. Y dijeron que puso otro cargador, pero se le trabó la pistola.

***

Cuando escuchó los balazos, Rodrigo se rió. Pensó que eran cebitas. Luego vio las vainas que caían; se tiró al piso y se cubrió la cabeza. “Junior” le disparó igual y Rodrigo se desmayó. Al volver en sí sintió la panza estrujada, el gusto a sangre, la falta de aire. Se paró como pudo. Y vio un horror.

Pablito no pestañeaba ni se quejaba. Intenté levantarlo, pero el dolor no me dejaba agachar. Sandra, Fede y Evangelina tampoco se movían. Sentía que yo también me moría.

Nico me sacó del aula y afuera nos topamos con 2 preceptores. Les pedí ayuda, pero eran estatuas: estaban paralizados. Después entró uno y vio que Pablito tenía algo de pulso.

En el pasillo, “Junior” estaba tirado y se agarraba la cara como arrepentido. Dante lo abrazaba. Vino otro chico y se llevó el arma que estaba en el suelo.

Me ayudó “Bocha”, el quiosquero, un señor grande con parálisis facial. Le faltaban algunos dedos de la mano y tenía el corazón débil; no podía sufrir emociones muy grossas. Pero él me llevó al hospital.

—¡Un herido! ¡Un herido de bala! -grita “Bocha”, ahora, en la guardia.

Rodrigo se desvanece. Ya casi ni ve. Lo ponen en una silla de ruedas y se lo llevan.

***

Nina Rivas, la mamá de Rodrigo, trabajaba en el área de rehabilitación del hospital, a 10 cuadras de la escuela.

Esta mañana el chico estaba cansado y quiso faltar, pero Nina no lo dejó. Salieron de casa juntos. Era temprano, así que Rodrigo hizo tiempo en la sala de espera mirando televisión hasta que lo pasaron a buscar 2 compañeras y se fueron caminando.

Al rato Nina escuchó sirenas de ambulancias y de bomberos.

—Pobre gente —le dijo a un médico—, a alguien se le está quemando la casa.

—No, Nina. ¿No te enteraste? Entró un loco a la escuela Malvinas y empezó a los tiros.

La mujer salió desesperada. Ni se acordó de que había ido en auto: corrió hasta la entrada del colegio.

Todo era una locura y nadie sabía nada. La policía, los bomberos, las ambulancias, papás que salían llorando con sus chicos, los vecinos, los maestros y el presentimiento de que a Rodrigo le había pasado algo. No lo encontraba y ni quise pasar por el aula. Tomé un taxi hasta el hospital.

En la guardia otro médico la paró y la abrazó. "Ya está –pensó-. No me digan nada". Y gritó: quería ver a su hijo.

***

Rodrigo está mal. La sábana que lo tapa se ve empapada de sangre. "¿Está muerto?", se pregunta Nina. Pero él abre los ojos y le pide que no llore.

Entonces se lo llevan al hospital Zatti de Viedma, porque en Patagones cerraron la sala de terapia intensiva por falta de presupuesto. Rodrigo tiene perforados el bazo, los intestinos, el hígado, un riñón y un pulmón. La primera operación dura casi 4 horas. Después vienen más, y días en que repunta y otros en que empeora.

Nina no le suelta la mano, nunca.

El chico pasa 2 días en coma y cuando al fin abre los ojos, su mamá se desmaya.

***

Rodrigo necesita saber qué pasó con Fede, el compañero con el que tiene más afinidad. Pero no le dicen nada: no quieren alterarle el ánimo. Entonces él le pide a Nina que busque un sacerdote para recibir su bendición.

Y ahí aproveché. No podía hablar, pero le di a entender que no podía mentirme porque era un cura, y le prometí que iba a salir adelante. Me contó la verdad: Fede, Sandra y Evangelina habían fallecido, y Pablito y Natalia estaban mal, en el mismo hospital. Después de eso me tuvieron que poner de nuevo el respirador por 2 días.

Afuera, alumnos y algunos docentes de la escuela le dan un abrazo al hospital y rezan.

***

A veces tengo pesadillas. Aparecen esos fantasmas que no te dejan tranquilo. Sueño con armas de fuego, con “Junior”, y me despierto transpirado, tenso, preocupado, buscando una ubicación. No lloro. También por ahí sueño con los chicos.

El dolor es inevitable. Yo vi a mis compañeros muertos, así que lo voy a sentir siempre. Llevo la marca en mi piel, en mi cuerpo. Cada vez que me baño o me saco la remera está conmigo.

Y al dolor de las familias que quedaron sin sus hijos no lo puedo imaginar. Debe ser lo más feo. De vez en cuando me los cruzo y me abrazan como si fuese su hijo. Yo trato de devolverles el mismo afecto. Pero nunca va a ser el mismo.

***

10 años después, Rodrigo vive en Viedma. Tiene 26 años. Trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social de Río Negro. Juega al handbol. Enseña catequesis. Y canta en un coro.

—¿Qué necesitás para cerrar el tema, Rodrigo?

—Armar el rompecabezas. Apenas pude caminar volví a la escuela para terminar el año. Fui al hospital a ver mi historia clínica para saber qué me pasó, qué me hicieron, cuánto estuve. Mi tío fue perito balístico en el caso y me mostró un arma y me contó cómo fue todo. Pero hay piezas que faltan.

—¿Por ejemplo?

—Me gustaría charlar con “Junior” y saber qué le pasó por la cabeza. ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué a mí? Pero ni sé dónde está. Y la Justicia no nos da respuestas.

—Te enoja eso.

—Me indigna, porque no resolvió nada. Aunque creo que “Junior” fue una víctima, siento que se lo protegió demasiado, se silenció todo y nadie jamás nos mantuvo al tanto de si está o no en una cárcel, si pagó o no por lo que hizo. Yo no tendría que estar haciendo una marcha para pedir justicia. Y sentir que "Junior" está pagando sería por lo menos un alivio.

—¿Qué te pasa cada vez que llega septiembre?

—No sé qué hacer. Sé que viene ese momento, pero no quiero saberlo. A veces quiero que pase y otras, darme el tiempo de sufrirlo. No sé cuál es la manera correcta de que duela menos y se pase rápido.

Mirá el especial multimedia sobre los 10 años de la masacre de Patagones.