Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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El castillo encantado del parque de Mayo

Demolido a principios de los 60, esta vivienda del parque de Mayo fue durante años un sitio tenebroso.

“Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo, todos los seres han muerto. Golpean la puerta”. Thomas Aldrich, 1912

A principios de la década del 60 los propietarios de uno de los chalets construidos en el barrio Adornado decidieron demolerlo. El lugar ya era parte de un emprendimiento urbanístico fallido, reconvertido poco a poco en el principal paseo de la ciudad, bautizado como parque de Mayo.

Fue Domingo Fernández Beschtedt (1862-1953) uno de los inversores que en 1906 adquirió el denominado bañado de Jiménez con la idea de emplazar el primer barrio parque de Sudamérica, quien hizo construir en 1910 dos atractivos chalets como estrategia para alentar a la conformación del barrio y marcar un modelo de arquitectura. Similares a los que hoy pueden verse en Villa Harding Green, fueron dos las construcciones vendidas al poco tiempo y habitadas.

Uno de esos inmuebles se encontraba rematando la diagonal de acceso al parque por Alem y Córdoba, detrás de donde hoy se ubica el monumento a los Fundadores. El segundo estaba más en el interior, cerca de calle Aguado.

El chalét encantado, cerca del monumento a los Fundadores, solitario y tenebroso

Lamentablemente para sus hacedores, el barrio Adornado no prosperó. Ni el auge del parque, ni la avenida Alem consolidada como paseo fueron suficientes para impulsar su consolidación.

Con el tiempo el municipio fue adquiriendo los lotes, algunos por deudas de impuestos, otros expropiados, hasta quedarse con la totalidad del lugar. Tal fue la disparidad de situaciones con los cientos de terrenos particulares que hasta el día de hoy la comuna no tiene papeles que permitan certificar su propiedad. Reconvertido en paseo, los dos chalets, desocupados, quedaron abandonados y olvidados.

La columna sirio libanesa en 1930. Al fondo, la casa de los fantasmas.

La leyenda

“Al caer la tarde, dos desconocidos se encuentran en los oscuros corredores de una galería. Con un ligero escalofrío, uno de ellos dijo: --este lugar es siniestro. Usted cree en fantasmas?-- --Yo no--, respondió el otro. ..¿Y usted?-- --Yo sí--, dijo el primero y desapareció”. George Frost, 1923

El chalet vecino al monumento a los Fundadores fue poco a poco afectado por el abandono, el clima y eventuales ocupantes. Pero además comenzaron a escucharse comentarios  sobre la presencia de ruidos extraños en su interior, aullidos y el sonido de cadenas que se arrastraban. “Abandonado y ruinoso es el refugio de apariciones y ruidos, al punto que la gente se acostumbró a dar un rodeo para evitar pasar por el lugar”, señaló un memorioso.

Pronto llegaron los calificativos, al más o menos interesante de “La casa encantada” se fueron sumando otros más tenebrosos, como “La vivienda donde nadie se atrevió a vivir”, “La casa maldita” y “La casa condenada”.

Los más racionales aseguraban que los fantasmas y los ruidos no eran más que el producto de unos vivos que buscaban alejar a los curiosos mientras ocupaban la casa para jugar a las cartas. Otros mencionaban que un conocido medium había habitado el lugar y eran habituales las sesiones de espiritismo. Se hablaba de “manifestaciones de ultratumbas y fantasmas que gritaban por sus almas en pena”.

Lo cierto es que a fines de los 50 los propietarios del edificio, cansados de buscar un inquilino y viendo que el lugar tenía semejante fama, decidieron su demolición. Un grupo de obreros tardó unos pocos días para borrarlo del paisaje, dejando a la vista parte de los cimientos. Sin embargo, la intervención no estuvo ni cerca de poner punto final a la historia.

Sombras blancas sobre los cimientos, 1963

En 1963, un grupo de personas que había concurrido al parque aseguró haber visto “dos figuras blancas inmateriales” moverse sobre los cimientos del chalet. Un espiritista se apresuró entonces a explicar que eso era completamente creíble. “No hay razón para creer que la demolición material del chalet encantado haya arrasado presencias espirituales que no obedecen a las mismas leyes que las materiales”, señaló. Y agregó de manera contundente: “Los espíritus no se fueron con los escombros”. “No sólo vimos sombras, sino que escuchamos gritos aullantes y voces”, dijeron algunos.

Durante semanas fueron varios los que aseguraron haber visto “sombras blancas deambulando como tétricos muñones”. Tal era la psicosis lograda que dejaron de estacionar en el lugar, las parejas que lo usaban como una suerte de “Villa Cariño”.

Final

“--¡Qué extraño!—dijo la muchacha, --¡qué puerta tan pesada!--. La tocó y se cerró de pronto, con un golpe. --¡Dios mío! Dijo el hombre –no tiene picaporte del lado de adentro, nos han encerrado a los dos!-- --A los dos no, a uno solo—dijo la muchacha. Pasó a través de la puerta y desapareció”. I.A. Ireland, 1919

Con el tiempo las historias de fantasmas y aullidos fueron desapareciendo. Los más grandes tienen en mente la existencia del castillo, del que unas pocas fotos dan cuenta sorprendiendo a muchos al verlo en el parque.

Una suerte distinta corrió el otro chalet, desocupado pero sin fantasmas. Fue adquirido por la municipalidad en 1978 a los sucesores de Carolina Pergentili de Ercoli en 29 millones de pesos, unos 37 mil dólares de la época. La idea del entonces jefe comunal, Víctor Puente, era trasladar al lugar el monumento a San Martín –de modo de hacerlo más visible—y construir una plaza de armas, emprendimientos ambos que jamás se concretaron.

El segundo chalé del parque, 1911

Los cimientos del castillo encantado siguen estando en un espacio más abierto luego del retiro de decenas de árboles del sector. Nadie ha contado en las últimas décadas sombras blancas ni aullidos ni ruidos de cadenas. Lo cual tampoco es prueba alguna de que los fantasmas, finalmente, se hayan marchado del lugar.

“Ellos caminan alrededor como gente normal. No se ven entre sí. Ellos ven lo que quieren ver. No saben que están muertos. Los veo en todo momento y en todo lugar¨. De la película Sexto Sentido, 1999