Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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¿Ciudad careta?

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En ocasiones se suele escuchar que “Bahía es careta” y pienso si no sería como una ciudad en un carnaval eterno. Carnaval y máscaras son parte del mismo combo, así que hoy, la columna, intenta “desenmascarar” esta cuestión.

Recordemos que la palabra persona, proviene del griego ‘prosopón’, que a su vez es el término que señala las máscaras que utilizaban los actores de la tragedia y la comedia. En la Grecia clásica, ‘prosopón’ designaba tanto a la persona como a la máscara, de esta manera el mismo actor salía a escena con diferentes máscaras que correspondían a diferentes personajes. 

De forma consciente e inconsciente, en la vida real y también en la virtual, utilizamos una cantidad de máscaras que responden a los diferentes roles que desempeñamos o que intentamos mostrar. Por ejemplo, roles familiares, profesionales entre otros, pero a su vez hay otras máscaras que no siempre corresponden a lo que en realidad somos, sino más bien a la forma como queremos que nos vean.

Una de las tareas de la Psicología es advertir esa careta y trabajar en ella, porque sin dudas enmascara un problema, síntoma, dolor o conflicto; hay un esfuerzo por cubrir algo que no se quiere mostrar.

Según investigaciones, ocultarse es una de las primeras reacciones humanas ante las faltas cometidas y el origen se encuentra en el miedo a ser descubierto, por ende, se usan caretas por miedo a expresarnos, a ser juzgados, a ser reprobados, a que nos conozcan. 

También se recurre a una careta para encontrar o conservar una pareja, amistades, para agradar, atraer y ser aceptado. Se intenta ocultar, encubrir sentimientos, disimular dolores y debilidades o tapar “la realidad” como si los otros no pudieran verla.

Y así, como en un carnaval, en la vida cotidiana se advierte un desfile de personas y personajes con distintas caretas, pero ¿cuáles son las más habituales?

Como si fuera un local en Venecia o Río de Janeiro en el que uno compra una máscara, hay algunas que son “tendencia” y desfilan en la comparsa de la vida cotidiana. 

El justiciero, con su careta de ecuanimidad, cree tener la vara para medir con exactitud y es inflexible. El perfeccionista, disfraza obsesiones y miedos. El fuerte, que todo lo puede, esconde tras su escudo protector, heridas aún abiertas.

El ansioso que respira profundo, cuenta hasta diez, cien, mil y se esconde detrás de una falsa serenidad. El angustiado que oculta su estado con excesivo derroche de optimismo. El exitoso, generalmente altanero, que enmascara los números en rojo de su cuenta bancaria. 

El controlador, que fue traicionado, vigila todo bajo la máscara de la minuciosidad para evitar nuevas traiciones. El superado, disfraza así su inseguridad y no permite que algo nuevo suceda.

El escurridizo, que disfruta la soledad y huye de compañías por temor a ser rechazado. El seductor, con gentilezas y palabras aduladoras, encubre conductas hostiles, manipuladoras, acosadoras y violentas.

El castigado o masoquista, que enmascara humillaciones padecidas en los primeros años de vida, cubre la pena y la vergüenza transitando por la vida buscando dolor. 
El divertido de risa estridente, oculta un vacío y ensordece sus tristezas. El indiferente, ése, al que nada le importa, está hecho trizas por dentro. El independiente, encubre desamparos y libra batallas cotidianas contra el desapego, no puede comprometerse por miedo al abandono.

La víctima, disfrazada para llamar la atención, siente que es blanco de ataques, que el mundo está en su contra y ve conspiradores donde no los hay; sin dudas la careta de “llorona” le reporta grandes beneficios, aunque no siempre duraderos.

No sé si se puede definir a una ciudad “como careta”, antes de etiquetar hay que dedicar un tiempo para definir cuáles son las características que trata de ocultar y destacar los rasgos que la definen.