Bahía Blanca | Lunes, 29 de abril

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¡Sí, juro! ¿Juro?

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La Constitución Nacional en el artículo 93 dice que “Al tomar posesión de su cargo el presidente y vicepresidente prestarán juramento, en manos del presidente del Senado y ante el Congreso reunido en Asamblea, respetando sus creencias religiosas de: "desempeñar con lealtad y patriotismo el cargo de presidente (o vicepresidente) de la Nación Argentina".

¡Sí, juro! Es la respuesta que dará el presidente electo.

Sin embargo, si hacemos cálculos hay que sumar los 24 senadores, más los 130 diputados nacionales, más los senadores y diputados que harán lo propio en sus provincias más los concejales en cada ciudad, por ende la frase “si juro”, por estos días, sonará y resonará multiplicada ciento de veces.

Algunos jurarán por Dios, los Santos Evangelios, por la patria, por alguna causa, por algún líder y me atrevo a pensar que en esta especie de “nueva edición”, tal vez juren hasta por un perro.

El juramento es una especie de broche de oro de las promesas de la campaña. Pero: ¿cuáles son las reacciones psicológicas que se producen cuando los políticos no cumplen sus promesas y juramentos?

¡Atenti! ¡En la cancha se ven los pingos!

Tras 40 años de democracia, ya es conducta reiterada que luego de las fotos, anuncios en redes y juramentos, haya que empezar a “laburar”. Las caras sonrientes de candidatos y funcionarios van quedando atrás. La identidad partidaria que se traduce en la ya conocida “grieta” está presente y se manifiesta a través de conductas: por un lado, hay gran expectativa especialmente en aquellos que han votado por quienes resultaron elegidos, en la otra vereda están quienes resultaron vencidos y están “a la pesca” de cualquier movimiento de los adversarios.

Tras la jura, al cabo de un tiempo, que pareciera cada vez es más acotado, de no cumplir con lo prometido y con las necesidades del bolsillo, surgen una serie de emociones y sentimientos que se suceden como si fueran peldaños.

Según la Psicología primero “florece” la desilusión, luego aparece la tristeza y por último el enojo. El enojo es el más preocupante, expertos en conducta humana advierten los dos caminos que suele tomar esta emoción.

Los enojados, para intentar salir del disgusto, piensan en soluciones y las comparten en sus grupos a modo de catarsis. Generalmente quienes experimentan esta emoción son “ciudadanos partícipes y activos” que se mantienen informados respecto de las decisiones que se toman y de las políticas que se implementan; se convierten en evaluadores del desempeño del político. 

Otra forma que toma el enojo tras la decepción es conocida como apatía y se traduce en una especie de indiferencia y hasta desánimo; ejemplo de ello es cuando dicen “todos los políticos son iguales”. El desinterés se acrecienta con cada promesa incumplida a la par por el desaliento a seguir participando en procesos de construcción; aparecen los arrepentidos del voto.

En ocasiones extremas, cuando el enojo se reviste de impotencia, se amalgama con el dolor y se instala la queja que, al no ser escuchada o ignorada, se agranda como bola de nieve y ya se sabe que deriva en estallidos de violencia y furia como ha sucedido en tantos países. 

Comenzó el “juego”. Los “jugadores” tras “jurar” ya están en la cancha. Como en todo “contrato” la responsabilidad es compartida, ellos deberán hacer su parte y nosotros mirar con atención, en definitiva, al cabo de dos años vuelve a rendir examen en las urnas.