Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Opiniones que condenan

Carlos atraviesa su peor pesadilla, está condenado a vivir entre rejas, una jaula reducida lo priva de la libertad. ¿Qué delito habrá cometido el hombre para tener ese destino? ¿Inapelable es la sentencia? ¿Los jueces resultan implacables? El hombrecito, cada vez más diminuto, es el único responsable de semejante acto: vivió pendiente “del qué dirán”.

¿Hasta dónde condiciona la mirada ajena la propia vida? ¿Es posible vivir despojado de las opiniones de quienes nos rodean?

Ya sea porque los progenitores lo planifican, por un “error de cálculo”, por sorpresa, por azar, por deseo, cada ser llega al mundo a partir de otros. En los primeros tiempos los otros significativos son los padres o quienes ejercen esa función; pues vale decir que la persona se constituye como tal a partir de la mirada de quienes lo rodean, de quienes decodifican y dan significado a los primeros gestos, los llantos, las risas; poco a poco y de forma imprecisa desde el comienzo, pero siempre junto a los otros, el ser humano, se perfila, se moldea, prefiero decir, se constituye.

Es como la tarea de un escultor que modela su propia obra a partir de “las pistas” que los demás van aportando en ese camino. De esta manera, artesanalmente, se va esculpiendo la autoestima, la confianza, y a medida que los círculos se van ampliando y el ser humano establece nuevas relaciones va construyendo su personalidad, proceso signado por la refutación, la duda pertinente y la afirmación. Los otros se erigen en espejos abriendo el juego a múltiples proyecciones y el desafío está en encontrar el justo equilibrio entre los propios deseos y los deseos de los otros.

Decía Virginia Wolf “los ojos de los demás son nuestras cárceles, sus pensamientos nuestras jaulas”, dicha sensación de esclavitud surge cuando la atención está centrada en las opiniones, cuando la preocupación es excesiva respecto de lo que otros piensan, quieren, ansían, a tal punto que la toma de decisiones gira entorno a lo que los otros pretenden y el anhelo recae en agradar, satisfacer o encajar en sistemas de ideas ajenos.

Vivir pendiente “del qué dirán” en la era del “Gran hermano” no es responsabilidad exclusiva de quien va por el vida tratando de agradar a todos, sino que como en toda relación por más distante y lejana que resulte, se requiere de dos partes. Por un lado está quien es incapaz de conocerse a sí mismo, registrar y priorizar sus necesidades para luego actuar acorde a ello y, por otra parte, se sitúan los que viven pendientes de cuanto los rodean, dedicados a mirar, manipular, condicionar y controlar; ambos tienen en común que no pueden centrarse en sí mismos.

Si bien el ser es social y está condicionado, existen algunos que no pueden deslindarse de la opinión ajena y a su vez hay “opinólogos ad honórem” intentando establecer parámetros. El desafío no reside en establecer un muro infranqueable, contrariamente terapeutas coinciden en la importancia de escuchar a los otros, y no a unos pocos cercanos, pues aportan al autoconocimiento; los especialistas enfatizan en que se debe escuchar lo que no necesariamente implica obedecer.

Vivir pendiente “del qué dirán” es decretar la propia condena, es aniquilar la autoestima; cuando se emprende el arduo trabajo de revisar quién soy, valorar los propios talentos, aceptar los defectos y reconciliarse con ellos, cuando se comprende que la persona no puede devenir en personaje que agrade a otros, se experimenta una sensación de plenitud; no se trata de descartar lo que los otros piensan, dicen o hacen, pues lo que condena es vivir pendiente y preocupado por ello.