En la cabeza de Mónica
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Escribí el “condenaron a Jonathan Luna” llorando.
Miraba a Mónica. Intuía su cabeza.
Mientras escribía las razones de su condena pensaba en lo que pensaba Mónica. En el día del nacimiento. En su primera mamadera, el día que aprendió a caminar, a decir su primera palabra, su primer día en el jardín de infantes.
El día que se enteró de que estaba embarazada. El primer beso que le dio. Cuando le dijo “mamá” por primera vez. Ese día que lloró porque se había golpeado. El día que le dijo “tengo miedo, vení a dormir conmigo” o cuando le dijo “no me gusta” y tuvo que hacerle otra comida.
Ese primer pedido: “ma, ¿puede venir a casa mi amiga?” y mamá preparó milanesas con papas fritas (un menú que los padres sabemos que no falla). Ese primer 10 en la escuela, ese primer aplazo. El día que jugaron. El día que rieron juntas.
El día que se fue. El día que no volvió. El momento en el que Mónica se asustó. El minuto en el que empezó a llamar sin respuestas. El momento en el que Mónica decidió que ya era hora de ir a la Policía. En los 35 días sin noticias.
EN LA LLAMADA QUE LE DIJO LO MÁS TERRIBLE.
Miraba a Mónica. Intuía su cabeza. Lo que no me imaginé fue que en semejante momento iba a estar tan lúcida para una genialidad llena de amor que cerró uno de los hechos más trágicos de la historia bahiense: “VOLÁ ALTO HIJA, YA TE DESATÉ, VOLÁ ALTO".