Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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26 de agosto de 1810: clamor por Santiago de Liniers

Fue, sin duda, el gran jefe militar de la Reconquista de Buenos Aires al primer intento de invasión inglesa, en 1806. Se convirtió entonces en un respetado caudillo popular y, sostenido en ese prestigio, fue ungido virrey del Río de la Plata por decisión de los vecinos de Buenos Aires. El hecho, inédito, revolucionario, sembró la semilla de la Revolución de Mayo.
26 de agosto de 1810: clamor por Santiago de Liniers. Sociedad. La Nueva. Bahía Blanca

Ricardo De Titto

Especial para “La Nueva.”

En efecto, sin la reconquista del año 1806 y la “Defensa” del año siguiente, posiblemente la revolución del año 10, que de todos modos se incubaría como en el resto de América, habría sido más dificultosa y sangrienta. Pero el conde de Liniers --que conquistó ese título por los méritos en la organización del combate y de las milicias-- se mantuvo fiel a la Corona y, desde Córdoba, se alzó contra la Primera Junta, intentando forzar un curso contrarrevolucionario.

Articulando un frente antigubernamental, desde la provincia mediterránea se carteó con otros posibles defensores del antiguo régimen y entre ellos se registra el intento de Liniers de sublevar a la débil armada del Río de la Plata y a uno de sus jefes, José María de Salazar.

En la provincia de Córdoba, la Intendencia se rebeló. El 20 de junio se negó a enviar diputados a Buenos Aires y juró lealtad al Consejo de Regencia y se propuso organizar un movimiento que ahogara a la incipiente revolución porteña. Gutiérrez de la Concha, el gobernador interino, organizó la resistencia en la que se comprometieron Santiago de Liniers, el obispo Rodrigo de Orellana y el comandante de las milicias locales, Santiago Allende.

En la carta a Salazar invitándolo a luchar contra la Primera Junta, Liniers argumentaba: “Las circunstancias infelices de la insurrección de Buenos Aires deben estimular a cualquier hombre honrado y particularmente al Real Cuerpo de Marina a intentar el último sacrificio para conservar aquella importante plaza bajo el dominio de su Majestad por tercera vez, pues […] a los jefes de Marina se debió la reconquista y defensa de aquella desgraciada plaza. Yo creo a usted penetrado de los mismos sentimientos que me animan, pero si tiene algún reparo de comprometerse en caso desgraciado, como general del Cuerpo de la Armada tomo toda responsabilidad sobre mí, mandándole, como le mando en nombre del Rey la ejecución del plan que voy a exponerle, en la inteligencia de que le hago a usted responsable de su falta de cumplimiento, de cuyo feliz éxito no dudo depende el mayor servicio que podemos hacer a nuestro amado y deseado Fernando VII”.

El levantamiento, sin embargo, tuvo escasa repercusión y Liniers y su pequeño grupo fueron capturados.

Órdenes jacobinas

La decisión del gobierno sobre cómo responder al levantamiento fue contundente y algunos la califican de inspirada en la tradición jacobina: “La Junta manda que sean arcabuceados don Santiago Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba, don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real don Joaquín Moreno. En el momento que todos o cada uno de ellos sean pillados, sean cuales fuesen las circunstancias, se ejecutará esta resolución, sin dar lugar a minutos que proporcionasen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y el honor de V.S. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los jefes del Perú que se abandonan a mil excesos por la esperanza de la impunidad y es al mismo tiempo la prueba fundamental de la utilidad y energía con que llena esa Expedición los importantes objetos a que se destina.”

El decreto, emitido el 28 de julio de 1810, fue redactado, aparentemente, por Moreno --se ha dicho que es “de su puño y letra”-- y fue firmado por toda la Junta, a excepción del clérigo Manuel Alberti. A pesar de esa unanimidad registrada la respuesta fue otro de esos hechos que dividían las aguas entre “saavedristas” y “morenistas”. En el Plan de operaciones −que no es de Moreno pero se considera que refleja sus pareceres−, los “jacobinos” de la revolución afirman: “la moderación fuera de tiempo no es cordura ni es una verdad: al contrario, es una debilidad. […] El menor pensamiento de un hombre que sea contrario a un nuevo sistema es un delito […] su castigo es irremediable.

La expedición punitiva

El 9 de julio la Primera Junta envió a Córdoba una expedición al mando del general en jefe Francisco Ortiz de Ocampo e Hipólito Vieytes como auditor y representante civil de la Junta. La orden fue terminante: poner fin a la sedición y fusilar a sus jefes. Los sublevados huyen hacia el norte pero son apresados el 7 de agosto en Ambargasta, en la zona de Tulumba. Las vacilaciones de Ortiz de Ocampo --que en vez de fusilarlos decidió enviarlos presos a Buenos Aires-- motivaron que se lo releve por el coronel Antonio González Balcarce. La Junta envía a Castelli --“vaya usted, Castelli”, dicen que indicó Moreno-- quien junto a Nicolás Rodríguez Peña fue encargado de cumplir la orden Todos los implicados fueron fusilados el 26 de agosto en Cabeza de Tigre (cerca del límite de Buenos Aires y Santa Fe), a excepción del obispo que fue deportado a las Islas Canarias en atención a su investidura eclesiástica. El hecho era que Liniers, que mantenía en alto su prestigio en la población, de ningún modo podía llegar a Buenos Aires. Juan Martín de Pueyrredón fue designado gobernador de Córdoba.

El “escarmiento” dio buenos resultados en lo inmediato. Logró la adhesión de los cabildos de San Juan y San Luis, hasta el momento, indecisos. También favoreció al núcleo revolucionario mendocino encabezada por Manuel Corvalán. Mientras el Cabildo de Jujuy se inclinó por apoyar a la nueva Junta, la aristocrática Salta mantuvo una actitud ambigua, lo que provocó un vuelco favorable de Santiago del Estero y Tucumán, que aprovecharon la oportunidad para separarse de Salta. En el Litoral, hubo un rápido apoyo a la Primera Junta aunque vivió el acoso de las fuerzas realistas de Montevideo.

Clamor por Liniers

Los ajusticiados por sedición fueron todos notables personajes de Córdoba: Juan Gutiérrez de la Concha, español, y gobernador intendente de la provincia de Tucumán, brigadier de la Real Armada; Santiago de Liniers Bremond, francés, brigadier de la Real Armada, reconquistador de Buenos Aires, ex virrey de las Provincias del Río de la Plata, conde de Buenos Aires, propietario de la estancia de Alta Gracia; Santiago Alejo de Allende, cordobés, coronel de los Reales Ejércitos y del regimiento provincial; Joaquín Moreno, ministro, tesorero principal de la Real Audiencia; el doctor Rodrigo Antonio de Orellana, español, obispo de Córdoba --que no fue ejecutado por su carácter sacerdotal-- y el doctor Victorino Rodríguez, cordobés, gobernador intendente interior de Córdoba en 1806.

Abogado de la Real Audiencia, rector de la Universidad, propietario de la estancia de Alta Gracia.

Tiempo después --se dice-− apareció en Cabeza de Tigre un acróstico anónimo armado con la inicial del apellido de los ajusticiados: Concha, Liniers, Allende, Moreno, Orellana y Rodríguez que formaba la palabra CLAMOR.

El reclamo, aparentemente, se presentó cerca de las tumbas de los ajusticiados. Una réplica se exhibe en el Museo Jesuítico y casa del virrey Liniers, en Alta Gracia, Córdoba.

Palabras de Salazar

Tras la ejecución de Liniers Salazar redactó una elocuente nota: “El general Liniers deja siete [hijos] en la mayor miseria. El alférez don Luis se halla muy enfermo y preso sin comunicación en la capital, y sin duda morirá al saber la desgracia de su padre a quien adoraba”. (No fue así, el hijo de Liniers vivirá muchos años y aún tendrá descendencia.) Y terminaba ese escrito de este modo: “No me mueve a estas reflexiones la estimación del general Liniers, porque jamás lo había tratado, y solo lo amé desde que su conducta en estas turbulencias ha disipado las nubes que por desgracia había sobre ella; tampoco el temor de que un soberano tan piadoso y tan ilustrado como el que la Providencia nos ha dado –se refiere a Fernando VII−, no premie el verdadero patriotismo y heroísmo, y sí sólo el pagar a la virtud y al mérito la deuda que le debe cada ciudadano”.

Como dijimos al principio, Liniers era un verdadero caudillo popular de los porteños, muy querido y respetado por todos los rioplatenses que lo habían alzado a la cima del poder.

Su muerte consolidó a una revolución que recién se gestaba y abrió los caminos de los ejércitos independentistas hacia el Alto Perú. Córdoba, por su ubicación estratégica en los caminos reales, era la llave maestra del interior.