Bahía Blanca | Martes, 19 de marzo

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Batalla en el Amazonas

Escribe Paula Ramon

Aisladas en las orillas de los ríos, a horas de cualquier centro poblado, pequeñas comunidades organizadas protegen parte de la Amazonia brasileña de la explotación indiscriminada, en un batalla que enfrentan casi solas y que parece perdida.

“Aquí vamos sobreviviendo”, dice Clayton de Oliveira, y no exagera. Con apenas formación básica en malaria, la enfermedad más recurrente en la zona, Clayton es el único personal de salud en su Ituxi natal, donde viven casi 600 personas.

Estas familias están esparcidas a lo largo de kilómetros, en comunidades solo accesibles a través del río Ituxi.

No hay farmacias o ambulancia fluvial y el sistema de comunicaciones es precario.

“La salud no está al 100 por ciento, pero por lo menos ahora hay algo”, dice el dirigente comunitario Silverio Maciel haciendo referencia a los cambios que han ocurrido en este parche de selva de casi 8.000 kilómetros cuadrados desde 2008, cuando fue decretado “reserva extractiva”.

Idealizadas hace tres décadas por el sindicalista Francisco “Chico” Mendes, las reservas extractivas, o áreas de conservación ambiental, tienen como objetivo garantizar a sus habitantes la propiedad y explotación controlada de la tierra.

Mendes, hijo de los llamados “soldados del caucho” que sin perspectivas y con pésimas condiciones trabajaban una tierra que no les pertenecía, extrapoló la lucha por las plantaciones en las que sobrevivían en Acre, al noroeste de Brasil, a la de la Amazonia entera.

Fue asesinado por ganaderos en 1988, pero su legado es visible hoy en 90 reservas que protegen cerca de 250.000 kilómetros cuadrados del territorio brasileño.

“Luchamos años para esto, recibimos muchas amenazas”, dice Maciel.

“Cuando yo nací los trabajadores pertenecían al barón del caucho (...) ahora somos libres”, dice Jose Maria de Oliveira, de cuarenta y cuatro años, dirigente de Médio Purus, la otra reserva de la región.

Ambas reservas comparten geografías similares, pero Médio Purus, con menos de siete mil kilómetros cuadrados, alberga a casi seis mil personas en comunidades todavía más remotas que las de Ituxi.

Horas y hasta días de navegación a través de los ríos se necesitan para llegar a las comunidades más alejadas de Lábrea, el extenso municipio al cual pertenecen las reservas.

Descendientes de la “fiebre del caucho” que se propagó por la Amazonia el siglo XX, los “extractivistas”, al igual que Mendes en el pasado, ven en su pelea por la tierra la defensa de una región entera.

Para De Oliveira, los cambios a los que Maciel hace referencia pasan por el protagonismo en la toma de decisiones y una sólida organización comunal que les ha rendido algunos avances en conservación e independencia económica.

La principal fuente de ingresos es la venta de castañas y la agricultura familiar, en parte desarrollada en la ribera del río durante la estación seca.

Comercializar a escala la pesca o el acai, especie de berry amazónico, abundante en la región, es cuesta arriba por la ausencia de una estructura adecuada.

La recuperación de especies como el arapaima, uno de los mayores peces de agua dulce del mundo, también es mérito de la creación de las reservas, opina De Oliveira.

Pero las amenazas, sin embargo, persisten.

“Hay un mosaico de unidades de conservación aquí y ni así disminuye la deforestación porque hay gente interesada en permitirlo”, lamenta el líder comunitario.

Lábrea lidera los índices de deforestación de Brasil, según cifras oficiales, y el Instituto Chico Mendes para la Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) sólo tiene cuatro funcionarios para ambas reservas, equivalentes a un Puerto Rico y medio.

“Nos preocupamos por mantener esta selva en pie”, dice Joedson Quintino, gestor del ICMBio en Ituxi, “pero no vemos que la conservación de la Amazonia sea una prioridad del gobierno brasileño”.

En la región, todo el transporte es fluvial.

Durante la época de lluvias, los atajos en la selva reducen el viaje a la mitad y a un tercio del combustible.

“La vida a la orilla del río es difícil”, dice Sicleudo Batista, profesor rural que con 29 años ya tuvo malaria seis veces.

La escasa presencia del Estado se nota, sobre todo, en las dificultades que enfrentan la salud y la educación.

En Ituxi sólo hay educación básica. Allí el profesor Francisco da Silva vive en la precaria escuela. Diseñó y financió un sistema de energía solar para encender su televisor, impresora y reproductor utilizados en las clases, algo llamativo en un lugar donde los bombillos son contados.

Médio Purus tiene una decena de escuelas para formación secundaria vía satélite, pero a falta de programas superiores los jóvenes continúan migrando.

El alcalde de Lábrea, Gean Barros, que una década atrás se opuso a la creación de las reservas y que defiende otro modelo para la región, dice que presupuestos que no se condicen con la realidad dificultan la atención a las comunidades ribereñas.

“Son tantos obstáculos que a veces nos cansamos, pero si abandonamos esto todo empeora”, dice Francini dos Santos, líder de Ituxi.

Para Silverio Maciel “los políticos no luchan por nosotros que somos los que defendemos la Amazonia. Sin apoyo, ¿qué vamos a hacer?”