Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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El peso de la herencia

Escribe Nilda Burstein

El debate público de estas horas gira alrededor de dos preguntas principales: ¿podrá el presidente Macri junto a sus ministros del área reordenar la economía? ¿Estará capacitada la sociedad civil para procesar ese reordenamiento sin la impaciencia que nos caracteriza y que se torna en uno de los factores de nuestros fracasos?

En referencia a la primera de las cuestiones, a dos meses de asumido el nuevo gobierno cotidianamente se informa sobre el descalabro de las cuentas públicas, los nombramientos de favor y el despojo cometido sobre bienes de uso público. El antiguo discurso de los “salvadores de la patria y de los pobres” mostró su verdadero objetivo.

Nada de lo dicho arriba es nuevo: durante los últimos años torrentes de información e investigaciones periodísticas nos alertaron acerca del marco esquizofrénico en el que vivíamos: por un lado se declaraba que todas las medidas se tomaban a favor de los más vulnerables y por otro, la realidad irrumpía mostrando el enriquecimiento exponencial y dudoso de políticos y amigos del poder y el crecimiento de la pobreza, el delito, la violencia y la degradación de las instituciones. En el paroxismo de la anomia la muerte del fiscal Alberto Nisman expresó la hondura de todas aquellas dimensiones de nuestra vida social que exigían y exigen una transformación completa.

Los ocho años del gobierno anterior se basaron en una combinación de populismo y autoritarismo cuyo fin era la autoexaltación de la ex presidente como la encarnación de la patria. En ese marco fantasioso emitir dinero sin respaldo provocando una inflación que hoy nos acorrala no avergonzaba a los economistas del “modelo”. Diciendo que pensaban en la argentina del futuro en verdad cimentaron la argentina atrasada.

Luego, frente a las dificultades económicas crecientes (lesiones autoinflingidas, en realidad) sólo se les ocurrió responsabilizar a fantasmas. Y generar impuestos novedosos.

La segunda problemática se contesta con un gasto público racional. Buena parte de la sociedad argentina parece esperarlo todo del gasto público sin exigir a su vez prestaciones de calidad y sin exigir que tal gasto consolide fuentes originales de creación de riqueza. Sólo se podrá distribuir sanamente la riqueza que seamos capaces de producir. Demasiados años el discurso populista ha mentido al respecto. Hora de decir las cosas como son: un gasto público racional no significa ajuste salvaje. Al contrario, edifica las bases de una sociedad más autónoma.

Paralelamente repensar las bases del federalismo se impone como una de las tareas más relevantes. Una ley que garantice una fórmula sensata y sostenible es el cimiento necesario para posibilitar el desarrollo real de cada provincia. A su vez, resulta auspicioso el consenso acerca de un nuevo sistema electoral .Nos espera ser capaces de pensar un modelo de representación política moderno, adecuado a los cambios sociales sobrevenidos.

Instituir una nueva escuela y auspiciar el mejoramiento de las universidades son los pilares de un país que se exige a sí mismo y se desafía a crecer y desarrollarse. Esto lleva tiempo, dedicación, trabajo continuo.

La decisión mayoritaria de votar a un presidente y a un elenco de ministros y secretarios dotados de los títulos habilitantes para cambiar el estado de cosas en nuestro país constituye una manifestación de la comprensión de la complejidad en la que nos hallamos inmersos. Luego, la pregunta es si estamos dispuestos a otorgar el tiempo necesario al nuevo gobierno: tiempo de instaurar las políticas y tiempo de ver sus resultados. En un sentido, hay quienes plantean que es “ahora o nunca”. Bien, es así. Es la circunstancia histórica que nos incita a sentar las bases económicas y culturales de un país próspero alejado de los zigzagueos que enferman la convivencia.

La herencia (de la que en parte debemos hacernos cargo cada uno de nosotros) recibida del cristinismo nos interpela: nos exige revisar cuidadosamente las ideas que nos hemos forjado sobre las instituciones económicas y políticas. En la etapa que finalizó en diciembre de 2015 la transgresión a la ley fue una constante. La arbitrariedad en los comportamientos se trasladó de los parlamentos al ciudadano común inquietando todas nuestras vidas. De manera que hoy nos toca revertir tanto la transgresión como la triste dificultad de cooperación que exhiben nuestras conductas.

Por último, tenemos frente a nosotros la ocasión histórica de construir los ejes que sostengan una sociedad y una economía con potencial de desarrollo. Esta ocasión no se limita a este gobierno. Por el contrario, al corregir ideas y prácticas económicas y políticas que nos han perjudicado se iniciará una senda virtuosa en ambos aspectos. Esta cultura no anula la política sino que le otorga la verdadera dimensión de debate público y toma de decisiones en función de un análisis razonado de los problemas.

La clase política en su conjunto se encuentra frente a la oportunidad de demostrar con el ejemplo que el pacto sobre la transparencia, austeridad y ética pública son hechos tangibles. Si se nos solicitan esfuerzos, templanza y paciencia en estos tiempos de reacomodamiento económico, lo mismo vale para quienes han obtenido cargos de representación política. Un gesto enorme es ver a un presidente subir a un avión de línea.

Palabras y hechos, explicaciones plausibles y gestiones racionales son la contracara de meros discursos altaneros y ególatras. De eso se trata. Pero se asienta en la sociedad civil la posibilidad de que una nueva cultura ciudadana sustente políticas claras y políticos capaces.