Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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“Habemus presidente”

Escribe Carlos R. Baeza

El extenuante periplo electoral del 2015 ha finalizado y ya ha sido electo el presidente que gobernará los cuatro próximos años a partir del próximo 10 de diciembre. De tal forma, Mauricio Macri a sus 56 años se convertirá en el titular del Ejecutivo nacional n° 56, número que en la quiniela representa “la caída”, significación más que elocuente de la derrota kirchnerista, aunque el lenguaraz del atril haya dicho “salimos casi empatados” o el locutor uruguayo sostenga que el oficialismo se siente “moralmente ganador” y que el resultado “es un respiro para el gobierno”.

Lo cierto es que el pueblo argentino se inclinó por el candidato de Cambiemos, quien obtuvo un 51,4% de votos contra el 48,6 de su oponente y sin que las elucubraciones en torno a la escasa diferencia lograda puedan desvirtuar el resultado. En primer lugar, y como ya ocurriera en los anteriores comicios de este año, fueron las consultoras quienes pronosticaron diferencias de entre 6 y 12 puntos, equivocando una vez más los guarismos. Por otra parte y según el sistema electoral vigente, en el balotaje triunfa la fórmula que obtenga el mayor número de votos válidos.

Igualmente, debe tenerse presente la singular diferencia entre una elección general y una segunda vuelta. En el primer supuesto, existen diversidad de candidatos entre los que es posible elegir partiendo de la base que los votos que cada uno de ellos obtenga representa principalmente su caudal electoral propio. En cambio, en un balotaje ya no se trata de elegir sino de optar solamente entre los dos candidatos más votados, lo cual supone que al caudal electoral de la primera vuelta se deberán sumar los votos de quienes, representados en aquella, ahora carecen de candidatos propios debiendo inclinarse -salvo que decidan votar en blanco- sólo por dos opciones.

Recordemos así que en las PASO del 9 de agosto y sobre un total del 74,91% del padrón, Scioli obtuvo el 38,67% de votos mientras que Macri, junto al resto de las fórmulas de Cambiemos logró el 30,12%. Ya en las generales del 25 de octubre y con un total de votantes del 81,07% del padrón, Scioli logró el 36,86% de votos en tanto que Macri alcanzó el 34,33%, esto es una diferencia porcentual de 2,53%; mientras que en la segunda vuelta los guarismos se invirtieron y sobre un padrón del 80,89%, Macri obtuvo el 51,40% y Scioli el 48,60% o sea una diferencia de 2,80%. Ello revela claramente lo señalado ya que el aumento alcanzado por ambos candidatos de una elección a otra, difícilmente puede ser interpretado como una suba electoral propia en forma exclusiva, sino que a ello coadyuvó el voto de los ciudadanos de otros espacios que, sin candidatos propios, optaron por alguno de los dos que competían.

Mención aparte merece el voto en blanco el cual nunca se tuvo en cuenta en nuestro país para la distribución de cargos, los que siempre se efectuaron sobre votos válidos. Así, en las PASO dicho voto fue del 5,06%; en las generales disminuyó al 2,55% para caer nuevamente en el balotaje a un 1,19%. Cabe acotar que la izquierda liderada por del Caño obtuvo en las PASO el 3,25% y en las generales el 3,23, instando dicho referente a votar en blanco en la segunda vuelta, pero aparentemente su prédica no tuvo éxito. En efecto: si tomamos los votos en blanco de las PASO, ello significa que un 5,06% del padrón no se identificaba con ninguno de los candidatos que en cada espacio político competían por la presidencia. Por su parte, ya en las generales ese votante en un porcentaje menor -2,55%- tampoco brindó su adhesión a ninguno de los 6 candidatos a la presidencia. Por tanto, y tomando en cuenta solamente esos votos, es indudable que casi la mitad de los mismos y con un padrón semejante, fueron a parar a alguno de los dos candidatos. Pero lo que resulta más llamativo es que si los votantes de del Caño hubieran seguido sus directivas, en la segunda vuelta al menos debería haberse registrado un 3% o más de votos en blanco, siendo que los mismos sólo llegaron al 1,19% revelando claramente que esos votantes -que jamás elegirían a Macri- fueron a engrosar el caudal de Scioli. De no haberse dado ambas hipótesis, el voto en blanco debió haber alcanzado un record de un 5,78%, sumados quienes así votaron el 25 de octubre junto a los que lo hicieron por del Caño.

Según explica Ignacio Labaqui en un análisis de 152 elecciones en Europa y América Latina, generalmente quien triunfara en primera vuelta repitiera el resultado en el balotaje, revirtiéndose los resultados sólo en un 26,7% de los casos. Agrega que si la ventaja en la primera vuelta es superior a los 10 puntos, sólo un 15,1% puede dar vuelta el resultado en la segunda vuelta; mientras que si dicha ventaja es inferior al 10%, en un 42% de los casos quienes resultaran segundos en la primera vuelta se alzan con el triunfo en la segunda; destacando que en América Latina ningún candidatos que perdiera por más de 10 puntos en la primera vuelta lograra revertir la situación en el balotaje.

Rosendo Fraga analiza 42 elecciones en América Latina señalando que en 19 de ellas se triunfó en primera vuelta, en tanto que en las 23 restantes hubo segunda vuelta y de ellas, en 16 casos quien ganara la primera vuelta igualmente lo hiciera en el balotaje. Asimismo refiere que en 42 elecciones con segunda vuelta en el mismo ámbito territorial, entre 1979 y 2003, en 35 de ellas triunfó quien también ganara en la primera vuelta, produciéndose la reversión de los resultados sólo en las 7 restantes. En el caso argentino, y como se señalara, la diferencia entre Scioli y Macri en la primera vuelta fue de 2,53% cifra que se revirtió en el balotaje pasando a ser del 2,80% a favor de Macri.

No hay empate cuando se gana 51,40% a 48,60%, ni hay “ganadores morales”, ni menos aún, perder por ese margen es ningún “respiro” sino lisa y llanamente una derrota electoral.