Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

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“Decente y docente”

Escribe Alberto Asseff
“Decente y docente”. Notas y comentarios. La Nueva. Bahía Blanca

Tenía 12 años cuando escuché un discurso de Alfredo Palacios, el insigne patriota que adscribió al Partido Socialista. Dijo algo que me quedó grabado en mi chip cerebral: “La política debe ser decente y docente”.

Algunas décadas después, seguimos necesitando lo que recomendaba Palacios. Lo grave es que lo requerimos inmensa e inenarrablemente más que cuando el tribuno lo expresó. Resulta que, contrariamente a lo que se sostiene, el tiempo no cura a la Argentina, sino que la enferma cada vez más, con riesgos de que su vitalidad moral fenezca, más allá de su mera sobrevivencia física. Algo así como una Argentina sin alma.

Asistimos a las vísperas de la inhumación moral de la Argentina, aunque su rostro material siga en pie. No es alarmista mi expresión, sino lastimosamente descriptiva.

Permítaseme consignar un cuadro de la decrepitud espiritual de nuestro país: en la Bombonera, el jueves 14 de este mes, la violencia irracional y las agresiones no venían de los “inadaptados marginales”, sino de los plateístas preferenciales entre quienes estaba el intendente de la capital del primer Estado argentino. Desde ese sector lanzaban improperios, pero también proyectiles en forma de botellas llenas para que el impacto y el daño fuesen mayores.

La salida de los jugadores visitantes, en una especie de túnel de escudos policiales, semejaba a una escena de la guerra de Vietnam. Dimos espectáculo decadente en la más grande competencia “deportiva” del país. Elocuente probanza de lo profundo de nuestra caída.

Los demonios nos merodean y por momentos nos atrapan. El mal empieza por la mala política que padecemos. Es simple de entender: es la política la que puede recuperar al país, pero la política padece hondísimas patologías. Es como estar sufriendo y acudir a un médico moribundo. Este es nuestro laberinto o, peor, el círculo enviciado que nos maniata.

La política –esa que está convocada para proveer nuestra restauración- se ha quedado casi sin partidos, girando en torno de personas. Sus propuestas están elaboradas por los diseñadores de campaña o gurúes y sus fugaces y desteñidos “debates” se dan en el marco del máximo hombre-espectáculo --me niego al anglicismo “showman”-- aspirante a encabezar al principal deporte profesional, el fútbol.

Como la política ha perdido capacidad de encanto, hay que recurrir a “almuerzos” o programas de entretenimiento para poder deslizar algo del proselitismo que otrora se plasmaba en la plaza pública, en una suerte de asamblea, a la añeja usanza griega.

Obviamente, en esos espacios de la televisión priman las formas. No hay demasiado sitio para la exposición programática, ni, muchísimo menos, para mensajes reflexivos.

Hace tiempo presentamos un proyecto de ley para que el debate sea una de las obligaciones de los candidatos y no solo presidenciales, sino también de las cabezas de diputados y senadores. En esa confrontación directa la ciudadanía tendría mejores elementos para sopesar y ponderar bondades y defectos de las ideas y proposiciones de quienes aspirar a obtener su voluntad cívica.

Empero, esa iniciativa no basta. Hay que profundizar, no obstante que el escenario no sea propicio. Por eso, el título de esta nota. Si combináramos decencia, docencia y sentido común podríamos tener un histórico nuevo gobierno el 10 de diciembre próximo.

Con decencia se asignarían todos los recursos --siempre escasos frente a las abundantes necesidades--, sin que se desvíen hacia bolsillos o paraísos fiscales --esos a los que ni mil foros mundiales intentan siquiera ponerles fin--. Con docencia, desde la cumbre institucional se haría la mejor “cadena nacional” de televisión y radiodifusión, la del buen ejemplo, ese que derramaría virtuosa y masivamente un cambio cultural hacia los valores: respeto, ley, compromiso, trabajo, etcétera. Con sentido común, se gobernaría con equilibrio, con diálogo, con comprensión, con la búsqueda constante de la armonía social, evitando la funesta tendencia al conflicto permanente y la situación de crispación y violencia que quiebra las bases de la paz y la convivencia.

¿Qué vamos a hacer con la educación, la seguridad, la inflación, el trabajo, la vivienda, la infraestructura energética, vial y portuaria, la defensa nacional y con cien cuestiones más? Estoy convencido de que con decencia, docencia y sentido común daríamos solución a todo eso, no de la noche a la mañana, sino con empeño, método, equipo y actitud.