Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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El futuro de la política

Escribe Roberto Fermín Bertossi

Vivimos en una situación dramática con múltiples y diversas crisis: crisis familiar, crisis del agua, crisis energética, crisis en el transporte, crisis de la infraestructura, desmadre sindical, crisis democrática, crisis moral, crisis de confianza, crisis ecológica, estragos del narcotráfico, fragilidad institucional y vulnerabilidad del sistema republicano.

Demasiados funcionarios “perseveran” con todo denuedo y fruición en la repetición e innovación de toda clase y jerarquía en las prácticas corruptas.

En este escenario político vernáculo, pareciera que se propondrían continuar privilegiando participaciones espurias en la gestión de los asuntos públicos.

Confirma lo dicho una espantosa insatisfacción de las necesidades físicas básicas de casi un tercio de la población, la ausencia de inversiones internas y externas, los “cepos”, la inseguridad, la escandalosa desocupación/desempleo; la estanflación, la recesión e inflación “holgadas” atrapada en los dos dígitos pero, centralmente, el mal acostumbramiento y la resignación ciudadana.

A propósito, sin menoscabo de la crisis en las economías regionales, a raíz de los últimos y culposos fenómenos hídricos, crecerá la deserción escolar, rural, y universitaria, aminorarán las oportunidades/posibilidades nutricionales, se contaminarán más napas y capas freáticas, muchísimas cosechas no podrán levantarse (o ya se perdieron), muchísimos tambos ya cerraron o redujeron su producción a un 30% aproximadamente; escasearán y se encarecerán productos, bienes y servicios como ya estamos observando y muy lamentablemente, se disparará la desocupación rural, la caída en la venta de maquinarias, automotores, construcción y/o adquisición de viviendas...

Mientras tanto, y por décadas, ingentes recursos públicos para infraestructura primaria, secundaria y terciaria “son sistemáticamente desviados” al dique político feudal de los enriquecimientos ilícitos, públicos y privados.

Los mismos nombres, los mismos apellidos, las mismas personas o sus esposos o sus hijos o sus hermanos o sus sobrinos o sus primos, o sus amigos “han decretado” que la política es solo para ellos… usada, abusada y disfrutada desde el altar de la altanería y de la petulancia, del hedonismo y del consumismo.

Simultánea, sistemática y concomitantemente, se posterga y empobrecen la educación, los salarios de los docentes, profesores y maestros rurales e, inadvertidamente, todavía se discuten porcentajes, cuando lo que hay que hacer de una buena vez, desde de raíz de la vieja e injusta cuestión, es asegurar y consolidar un básico digno suficiente al menos similar al de ineficientes funcionarios públicos para recién después hablar de porcentajes tanto a activos como a pasivos parecientes, todo ello sin perjuicio de recuperar rápidamente la formación ética, la de la educación democrática.

Preconclusivamente, y acaso si todavía coincidimos en que “la lección del ejemplo gana a todas en elocuencia”, como que “la corrupción de lo (supuestamente) mejor, es lo peor”, miserable es la condición de tantos de esos hombres supuestos gestores de la política en los últimos 30 años, que se enriquecieron ilícita, artera y vilmente. Concretamente, nos referimos a todos esos que conocemos cómo ingresaron patrimonialmente a la política y cómo se incrementó ilícitamente hoy, su patrimonial personal, familiar y amical.

Eso repugna y nada tiene que ver con ningún gobierno supuestamente al servicio de la democracia y de la república, que eficaz y verdaderamente persigue el bien común, el interés general y la paz social. Sin más, e invariablemente, deben ser transparentes e idóneos, estando siempre dispuestos a someterse al control público tanto en lo que se refiere a las finanzas como al uso de los recursos estatales/ambientales y en las licitaciones, contratación del personal e información pública.

Así, el fortalecimiento de nuestras instituciones, como la restauración del sistema democrático, debieran ser un acicate/espuela y garantía para que cualquier gobernante o ciudadano pueda estar seguro de que desempeñar un cargo o militar en política no es tirar su honra a los perros.

Finalmente, cuando pululan jaurías de perros atragantados y empachados de honra personal ciudadana, nuestra política, en su decrepitud y extraviada sin novedad, ya debiera “resucitar y resucitarnos”, para recién así poder ver, creer y construir entre todos, todos juntos, un horizonte próximo menos lúgubre, absoluta y definitivamente, diáfano para regenerar la política y restaurar toda ciudadanía.