Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Un final desalentador

Escribe Alejandro Olmedo Zumarán

Arribando al final del ciclo más negativo de la historia argentina, aún no sabemos cuál será el desenlace de la tragedia en la que nos ha sumergido este gobierno.

La demencia por acrecentar el poder ha llegado a límites nunca vistos en 200 años de historia, y menos en un gobierno democrático. El peronismo, a pesar de sostener que posee las herramientas para la gobernabilidad, ha demostrado lo contrario a lo largo de los años.

Si bien el gobierno de los años 90 fue el aperitivo en cuanto a instalar la corrupción, el actual ha perfeccionado las formas de corromper y mantenerse en ese nivel de corrupción que nos ha llevado a estar entre los peores países más corruptos del planeta, hecho casi imposible décadas atrás.

El ataque constante y sistemático contra los valores tales como la honestidad, la decencia, el deber de todo funcionario público de ejercer una tarea en la que hay que servir a los demás y no favorecer los bolsillos propios, los del jefe de turno y los de su familia se ha vuelto impune y constante.

Se ha instalado la creencia de que trabajar es una exigencia injusta del capitalismo, que desea explotar a los pobres.

Antaño el trabajo dignificaba al ser humano, trabajar era una bendición, y no hablamos de ser gerente de una multinacional sino trabajar en cualquier puesto. Hoy escuchamos a supuestos referentes sociales denostar el trabajo de albañil afirmando que si a él le tocara trabajar como albañil, no dudaría en robar…

Lo aceptado es recibir ayuda de un Estado hiperintervencionista que da placebos sin solucionar el problema, a fin de convertir al receptor de esos planes en un cliente cautivo a fin de sumar votos.

Si trabajar ya no es algo que dignifique al ser humano, educarse tampoco lo es. La tasa de analfabetismo, el increíblemente bajo nivel de la educación tanto de los educandos como de los educadores, ha descendido a niveles alarmantes.

Se ha hablado de la inclusión y de la restitución de derechos, y en realidad lo que se ha hecho fue todo lo contrario. Nadie discute ni cuestiona que a quien se le niega un derecho hay que atenderlo y otorgarle la oportunidad para restituirle el derecho conculcado, pero cuando se dan derechos a unos y se les quitan a otros, esto no es inclusión sino discriminación.

Por ejemplo, si quien trabajó toda la vida y aportó para tener una jubilación digna se muere de hambre y su obra social es un desastre, la indignidad frente a esto es presentar un proyecto de ley para indemnizar a un grupo minoritario o a un grupo de delincuentes que por su trabajo ganarán mucho más que quien no delinquió y trabajó toda su vida.

Asimismo, casi una tercera parte de los habitantes vive en la pobreza, tiene hambre de agua y alimentos y lo único que se ha hecho en once años es darles una limosna sin enseñarles a cazar corderos patagónicos, esos mismos que quienes detentan el poder comen a diario al tiempo que agrandan sus bolsillos.

Frente a quienes sostienen que este gobierno no ha hecho todo mal y por el contrario hay cosas muy buenas para rescatar, sostenemos lo siguiente. Al efecto mencionare algunas acciones, modelos o proyectos oficialistas:

¿Cuál fue el fin de la ley de Medios y la ley Argentina Digital? ¿Cuál el de la ley para democratizar la justicia? ¿Cuál el de la ley de nacionalización de las AFJP? ¿Cuál el fin de la ley de asignación universal por hijo (creación de la diputada Elisa Carrió)? ¿Cuál el de la ley de modificación de los códigos Civil, Penal y Procesal?

Todos estos proyectos se presentaron como objetivos loables, puros, aduciendo que las leyes imperantes necesitaban una mejora: el fin resultante fue siempre espurio. El fin fue siempre obtener más poder, más dinero, más manejo de los otros poderes, acallar las voces disidentes y establecer un sistema de poder único al que hemos llegado en la practica.

En estos días, el Partido Demócrata Progresista (PDP) cumplió cien años. Su fundador, Lisandro de la Torre, un argentino de bien, llamado “el Fiscal de la Patria”, fue un incansable luchador contra la corrupción, el comunismo y todo lo que se opusiera a las libertades y garantías constitucionales. Como ejemplar progresista fue un defensor acérrimo e incondicional de la república y la democracia. Sus ideas progresistas, modernas, miraban al futuro y no al pasado. Su pasta de estadista y maestro demócrata nos mostraba que su objetivo estaba muy lejos de esa ideología y que nos quería enseñar a debatir las ideas, sin descalificar ni discriminar.

Un último comentario merece el nuevo plan presidencial “Argentina Sonríe”, un plan dental “para que los pobres sonrían”. En nuestra modesta opinión, creemos que antes de esto habría que solucionar los problemas que genera el hambre a millones de argentinos que comen una sola vez día por medio.

La nueva modalidad de cadenas nacionales que serán difundidas en los horarios centrales de los noticieros para que se conozcan los anuncios del gobierno, además de autoritaria deja entrever que, a pesar de tener el oficialismo en su poder el 80% de los medios periodísticos, que la mayoría abrumadora no ve, tiene que llegar a este papelón para que la escuchen y vean cuando nos llenan de anuncios que no se condicen con la realidad.

Triste y desalentador final para un gobierno que se propuso como democrático y hoy recurre a estos dislates injustificables, y que tratando de paliar la tormenta realiza un enroque cambiando el jefe de Inteligencia por Oscar Parrilli, que deja la Secretaría de la Presidencia en Aníbal Fernández, que abandona su banca en el Senado hasta nuevo aviso: dos viejos conocidos que no presagian nada novedoso sino más de lo mismo.