Bahía Blanca | Jueves, 09 de mayo

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Gestos que reafirman la idea del doble comando

La columna dominical de Eugenio Paillet, corresponsal de La Nueva. en Casa Rosada.

Archivo La Nueva.

   Los principales funcionarios del gobierno con responsabilidades directas de gestión han aprendido casi como consecuencia de un curso acelerado a pasar del optimismo a los ceños fruncidos en estos dos largos primeros meses de gestión del Frente de Todos. Sin que al parecer nadie por ahora parezca encontrarle la vuelta, las paladas de cal y arena dentro del oficialismo y más todavía en las pujas siempre larvadas entre aquel peronismo más racional que hoy encarna el llamado albertismo y la dureza de todo tipo que expresaban y expresan los habitantes del cristinismo, se reparten por partes iguales.

   Analistas y observadores se han preguntado con mucha razón en las últimas horas si efectivamente existe un “doble comando” en la conducción del Estado, con los riesgos que ello implica, uno de perfil administrativo encarnado por Alberto Fernández, y otro de tono decididamente ejecutivo que queda en manos de Cristina Kirchner. La gran pregunta, para simplificar, es si Alberto es un presidente con independencia de pensamiento y de acción, o si entre marchas y contramarchas siempre termina por hacer lo que le ordena la vicepresidente y líder del espacio. Dato este último, vale no menospreciar, que ningún peronista del “ismo” que provenga pone en duda.

   Un economista de los equipos que comenzaron a pergeñar allá por junio del año pasado las líneas iniciales de lo que sería un eventual gobierno de Alberto apenas había sido colocado a dedo por Cristina como candidato presidencial, conocidos como “el Grupo Callao”, reflexionaba en las últimas horas sobre la evidencia indesmentible de ese escenario que se va planteando. “La pregunta es si se trata de un gobierno bifronte, pero el que decide es Alberto, un dato que los mercados o las calificadoras de riesgo están poniendo en abierta duda".

   Lo más cercano en el tiempo de esa impresión sobre quien gestiona y quien se reserva la última palabra en el gobierno vino por el lado de las declaraciones del Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, un purista del albertismo de la primera hora, sobre el fin del congelamiento de tarifas y servicios para mayo o junio, con el consiguiente aumento de los servicios a los usuarios. A la par, el ministro de Transporte, Mario Meoni, que llegó al cargo de la mano de Sergio Massa, anuncio que para la misma fecha se volvería a los aumentos en el sensible precio del transporte de pasajeros, que ubicó en alrededor de un diez por ciento.

   Menos de 24 horas después, el presidente salió a desmentirlos públicamente en un reportaje radial. Para los puristas de la comunicación, el dato impresiona y deja una larga tela para cortar: Alberto salió a negar la palara de su brazo derecho, de su hombre más cercano. “Hoy no está en carpeta”, lo corrigió. El mismo repliegue sirvió para Meoni.

   Cuesta creer sin herir la inteligencia ciudadana que Cafiero “se haya mandado por las suyas” al hacer semejante anuncio que le pone otra vez una pesada carga al ya castigado bolsillo del ciudadano de a pie. Mucho más probable es que el presidente estuvo al tanto de lo que anunciaría su Jefe de Gabinete. Pero que algo ocurrió en esas escasas 24 horas que mediaron entre el anuncio y la desmentida. La pregunta que gobernaba a consultores y analistas, a miembros de la oposición y a algunos peronistas que miran desde la tribuna, es si hubo una orden de Cristina para retrotraer los anuncios. Lo que habilita a la siguiente especulación: que Alberto no haya consultado al Instituto Patria, o al piso de Recoleta, en un gesto destinado a mostrar autoridad y autonomía. Y que así le fue.

   El Gobierno venía de celebrar, cómo no, el volantazo del Fondo Monetario Internacional a favor de la posición argentina en el tema de la deuda. “Teníamos razón, decíamos la verdad”, se ufanó enseguida el presidente al evaluar que el organismo con sede en Washington le tendió una mano frente a la reticencia de los bonistas privados. La algarada equivalió a darle razón a aquella filípica de Cristina en Cuba contra el Fondo, pese a que en privado el presidente y sus colaboradores no habían tomado en aquel momento de buen grado la intromisión de la vicepresidente desde Cuba y mientras Martín Guzmán se aprestaba a conseguir el apoyo más preciado, el que no debe faltar en este proceso, que es el de los Estados Unidos.

   El presidente quedó atrapado en ese laberinto que le propone a cada rato Cristina y del que no parece encontrar la salida. Los tenedores de bonos de la deuda desconfían de la presidente y de sus ulteriores intenciones, aunque a primera vista parecieran resignado a que tendrán que conceder una quita de sus acreencias si es que alguna vez quieren cobrar.

   Al presidente le llovió sobre mojado: un kirchnerista de pura cepa como el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, salió a decir, nada menos, que el default es una posibilidad, poco probable pero posibilidad al fin, para el caso de que los acreedores rechacen la dureza de la postura argentina. Nadie, de Alberto para abajo, y menos Guzmán, el santo al que ahora todos le prenden una vela, se animó a contradecirlo. Nadie atina a responder si es una estrategia “para cantar falta envido con un cuatro”, como especuló un funcionario, o si otra vez la vicepresidente estuvo detrás del titular de la autoridad monetaria. Manejando los hilos.

   Alberto se enoja sin remedio cada vez que sale el tema y asegura que no lograrán hacerlo pelear “nunca más” con Cristina. Es probable que así sea. La impresión que dejan los últimos andares es que para ello no deberá contradecirla…