Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Un reloj, unas campanas: patrimonio de todos

Luego de siete años de quietud, se puso nuevamente en marcha el mecanismo que mueve las agujas de los cuatro cuadrantes del histórico reloj de la iglesia Catedral, una joya de la relojería y un patrimonio como pocos de los que pueden verse en su tipo en el país.
Siete años se demoró en encontrar los recursos económicos y la colaboración humana para reemplazar la centenaria escalera de madera que permitía (o impedía) acceder al mecanismo del reloj por su mal estado, haciendo riesgoso el ascenso.
Ahora, merced a la participación de la comunidad de la catedral y el apoyo de una empresa metalúrgica, se la reemplazó por una escalera metálica firme, fuerte y segura, que otra vez hace posible acceder al piso superior de la torre, donde se ubica, en una caja de madera y vidrio, el mecanismo que permite el movimiento de las agujas.
El reloj de la catedral fue adquirido en 1903 a la firma Paul Garnier, toda una leyenda en el mundo de los relojes, con sede en París, y pagado merced a un suscripción popular, es decir, gracias al aporte de los habitantes de la ciudad.
La decisión de colocarlo en una de las torres del templo derivó en la elevación de las mismas, de modo de favorecer la visión de las esferas desde cualquier punto. 
En 1904, año en que comenzó a funcionar, un reloj público era de muchísima utilidad, ya que eran muy pocos quienes disponían de uno de bolsillo.
Sería importante y útil que se instrumentara la posibilidad de que el común de la gente pudiese acceder al reloj, en una visita guiada que permitiera admirar su mecanismo de tres mil piezas, una verdadera obra artesanal y de arte que, sin dudas, maravillaría a propios y ajenos.
Podría además entenderse su funcionamiento, ver cómo se le da cuerda, cuál es su operatividad, las tareas de mantenimiento que exige y un conjunto de elementos, como las dos campanas que marcan los cuartos y las horas, que son una singularidad entre los bienes de la ciudad.
Se dice, con razón, que es difícil amar aquello que no se conoce. El reloj de la catedral es un bien que excede su condición de marcar el paso del tiempo. 
Modelos similares tienen su sala de exposición en el museo Louvre de París. Es hora de tomar conciencia de su importancia.