Bahía Blanca | Sabado, 27 de abril

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Cachi, allá en lo alto

Poco menos de 160 kilómetros es la distancia que separa a Cachi de la ciudad de Salta, a través de un sinuoso camino. Al final de nuestro recorrido nos habremos encontrado con un lugar cargado de casas y calles de adobe, lleno de tradiciones.

El nombre de Cachi, en quechua “sal”, deviene de la confusión en que incurrieron los primitivos habitantes de este lugar de los Valles Calchaquíes, que creyeron ver una salina en las cumbres blancas de un imponente nevado. Tal vez ansiaban hallar ese vital elemento que en esos tiempos era también valiosa moneda de trueque.

Los ocho picos del Nevado de Cachi dominan el paisaje de este pueblo cercano a la ciudad de Salta, apenas 157 kilómetros por un sinuoso camino, en cuyas laderas los pimientos de un intenso color rojo rubí se secan al sol.

A este pueblo de casas de adobe y calles empedradas llegan científicos que vienen a observar, porque “mirar hacia atrás es tomar conciencia del presente”.

En cambio, los baqueanos que guían a los turistas hasta los yacimientos arqueológicos de Las Pailas y La Paya, donde hay ruinas precolombinas, se preguntan esto: “qué pensarán, en el futuro, aquellos que salgan a explorar nuestra civilización, a saber cómo vivíamos”.

Actualmente hay unos 4 mil objetos recuperados que se exhiben en el Museo Arqueológico Pío Pablo Díaz, que también protege los hallazgos de unos 100 yacimientos de Salta y de provincias vecinas.

Mientras los arqueólogos bucean en los misterios del pasado, cerca de la laguna Brealito hay solo unas diez viviendas, cuyos habitantes aseguran que allí ocurren cosas extrañas. Dicen que en ella vive lo que parece ser un reptil gigantesco, o un pejerrey descomunal, que surge precedido de una enorme tromba de agua.

Muchos descreen de estos relatos, pero nadie niega que de noche, en los quince kilómetros de la recta de Tin Tin, que fue parte del viejo Camino del Inca entre 1480 y 1535, se ven luces y objetos luminosos surcando el cielo.

Esta recta, que atraviesa el Parque Nacional Los Cardones, en una pampa plana rodeada de montañas y a casi 3 mil metros de altura, fue marcada por los nativos con rudimentarias fogatas, y asombra por su perfección. La misma que le otorgaría la tecnología actual.

A su vez, la Cuesta del Obispo conecta el Valle de Lerma con el alto Valle Calchaquí, y poco antes de llegar hasta su parte más elevada hay un mirador desde el que se ve, casi completamente, su vertiginoso trazado.

En 1622 se la denominó “Cuesta de la dormida del obispo”, porque el obispo tucumano Julián de Cortázar, por razones desconocidas, se vio obligado a pasar la noche a mitad de camino, cuando iba desde la actual capital de Salta hasta Cachi. Con el tiempo el nombre se acortó, y aquel misterioso pernocte quedó en el olvido.

Es difícil imaginar que en tiempos de la colonia, y hasta comienzos del siglo XX, el viaje desde la ciudad de Salta hasta Molinos, unos 210 kilómetros, demandaba 3 días.

Hasta el pie de la cuesta, donde los viajeros pasaban la noche, llegaban en coches tirados por caballos, para seguir al día siguiente a caballo o lomo de mula, transitando por el llamado “camino tropero”. Y al llegar a la posta “La Cochera” el viaje se reanudaba en coche.

Así llegaban también los finos muebles que las familias ricas traían de Europa.