Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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El Cappo, un elegido

Fue en un aniversario de Ingeniero White, creo que en 1995. El cierre del festival lo hacía una de las bandas bahienses "del momento", los Sucios Tamangos.

Nos vinieron a buscar en remís, nos ofrecieron lo que hiciera falta y nos llevaron hasta el pie del escenario, donde todavía estaba cantando un chico que había capturado la atención de todos. Ese día, a los 11 años, hacía su presentación ante el gran público Abel Pintos.

De más está decir cuál terminó siendo la trayectoria artística de ambos, los Tamangos y Abel.

Un par de años después entré al diario y me tocó entrevistarlo varias veces. La última, en 2004, Abel venía de ganar el premio al mejor intérprete en el Festival de Viña del Mar. Aquel día hablamos de su evolución como cantante, de su capacidad para explotar la voz como un instrumento más, de sus fraseos en notable sincronía con la base musical.

También le hice el chiste de siempre, el que ya no tiene gracia: "Pend... no te agrandés que vos debutaste de soporte mío".

Hace muchísimo que no lo veo. No creo que se acuerde de mí.

Al Cappo, Matías Carrica, lo conocí en noviembre de 2011, en la prueba de sonido del show de regreso de Serebrios, banda en la que entonces yo iba de músico invitado y él, de soporte.

Por motivos que no vienen al caso, tuvo que abandonar el lugar antes de probar y no pudo volver esa noche al show. La revancha recién llegó en septiembre pasado, cuando finalmente teloneó a Serebrios y después se subió en los bises para rapear el tema de la Guardia Urbana.

Poeta cartonero, hombre de pocas palabras si de fondo no suena el bit, en una entrevista radial de hace un año, aprovechando un alto de su trabajo con la hidrolavadora en la Plaza Rivadavia, me contó que rapeaba porque no sabía cantar.

"Rapear es más fácil", dijo, pese a que sus canciones empezaban a sonar cada vez más arregladas, sin tanta rima consonante ni las acentuaciones tan a tierra. Dicho de otro modo, con mayor elaboración. Musicalidad, dirían algunos.

El Cappo también me genera afinidad porque es amigo y padrino artístico de Los Fears, un cuarteto de pibes que la rompe y, como él, son de Caracol y el Bajo Rondeau. Uno de ellos, Alan, además es el enganche, el fantasista de la 6º categoría de Mundial Fútbol Club.

No sé si me pasa a mí solo o es común. Cuando alguien que conozco se hace famoso me dan ganas de colgarme un poquito de su éxito. De sentirme parte.

El otro día, al repasar en Youtube la actuación del Cappo en el programa Elegidos, me volví a dar cuenta por qué siento tanta empatía con su música, con su lírica, con su realidad suburbana, que no es la mía. En ese momento tuve claro por qué me emocioné.

Lo conozco a Matías. Cuando habla, es sincero.