Bahía Blanca | Viernes, 26 de abril

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Tres hermanas y un amor de película

Remigia tiene 80 años y llegó de Italia en la posguerra para ayudar a las personas especiales. Mariella, operada de las caderas, corre maratones. Graciela Armada dirige el Cottolengo.
Fotos y video: Rodrigo García-La Nueva.

Anahí González / agonzalez@lanueva.com

   Las hermanas Graciela, Remigia y Mariella dedican sus vidas al Pequeño Cottolengo Beato José Nascimbeni. Son Pequeñas Misioneras de la Sagrada Familia y, a la vez, son enormes. El corazón del lugar.

   No están solas. Junto a las hermanas Cintia y Cecilia y con la ayuda del personal de la entidad atienden las necesidades de las 64 mujeres y niñas con discapacidades severas que se encuentran allí internadas.

   Algunas de estas “nenas” -así las llaman cariñosamente- reciben visitas de sus familiares; otras no tienen a nadie. Muchas no caminan o lo hacen con dificultad y algunas no comen por sus propios medios, ni hablan.

   En el Cottolengo, todas se ven impecables. Sonríen, regalan abrazos, se cuidan entre ellas, se expresan en manualidades y bailan reggateon.

   Las cosas cambiaron bastante para ellas desde hace un tiempo. Ya no se les corta el pelo "a lo varón" como en algún momento. Ahora lucen sus largas cabelleras sueltas o recogidas en trenzas de peluquería. Y hasta se tiñen y compran ropa para estar lindas. Además, tienen su propio consultorio odontológico y un contacto mucho mayor con la gente.

   Ya no son invisibles, como hace algunos años atrás. Recuperaron el rostro, el nombre, la femineidad.

   El cambio se fue dando gracias al aporte de personas como estas hermanas que trabajan desde hace años en la inserción social.

   Por sus "nenas" se hacen fuertes cada día. Ellas les enseñan que el valor de la vida está en las pequeñas cosas, en levantarse cada mañana, en un gesto, en una sonrisa.

El camino de Remigia

   A los 7 años, luego de su comunión, Remigia le dijo a su mamá que no se iba a casar.

   "Voy a cuidar a esos chicos que no tienen mamá ni papá y que están en filas de camitas”, le aseguró.

   La madre abrió grandes sus ojos verdes, la miró fijo y le preguntó: “¿Dónde escuchaste esas palabras?”. Remigia contestó: “Mamá, es el corazón”.

   Con aquella determinación, en el momento en que Italia, su tierra natal transitaba la Segunda Guerra Mundial, la pequeña Remigia ya empezaba a delinear el camino que la traería años más tarde a la Argentina, a dedicar su vida a las personas con capacidades diferentes.

   La hermana llegó al Cottolengo el 25 de octubre de 1967, luego de 17 horas de viaje en barco. La recibió una hermana con una “tacina” -tacita- de café que aún conserva.

   Le dijo: “Desde hoy soy tu mamá”.

   En ese momento había 15 internadas y solo tres monjas para atenderlas a todas. También de noche. Fueron años muy duros. Las visitas no eran tan frecuentes como ahora.

   "Había que buscar el agua caliente con el balde y lavar a la nenas en fuentones", recordó.

   La primera vez que quiso darle de comer a una de ellas, se sintió decepcionada. La nena devolvía todo al plato. De rodillas, empezó a rezar y ella comió.

   "En ese momento confirmé que esta era mi casa. Cada día siento más fuerte mi vocación. Estas nenas son mi familia”, reafirma.

   Ella misma había pedido en el primer año como novicia, en Italia, venir de misión al Cottolengo o al Hogar del Anciano.

   Su vida antes de ser monja, tampoco había sido fácil. Tuvo que escapar con su familia -de 11 hermanos, uno de ellos discapacitado- de Bassano del Grappa, al norte de Italia, durante la Segunda Guerra Mundial.

   “Éramos pobres. Mi papá era jardinero. Estuvimos prófugos nueve meses. Nos dividimos en cuatro grupos para ir de casa en casa. Cuando volvimos, después de la guerra, no quedaba nada”, recordó la hermana.

   Un día, desde la ventana del tercer piso de su casa vio cómo incineraban a 17 jóvenes de entre 17 y 19 años en una fosa común. Tenía 5 años. Aún no lo olvida.

   Hasta los 23 trabajó duro en una fábrica de cadenas y pulseras de oro y fue acosada por un hombre.

   Entonces decidió que su lugar estaba en el convento.

   La mañana en que se fue de su casa sus hermanas no tomaron el café que ella les preparó. Les dolía demasiado verla partir. Ella atendía a todos los hermanos. Sin embargo, a último momento, la alcanzaron en sus bicicletas, cuando cruzaba el patio y le alcanzaron las valijas.

   A los 29 años llegó a la Argentina con un baúl con pocas pertenencias, entre ellas una muñeca de un metro y medio que una superiora le había regalado en Roma. Nunca antes había tenido una. En su casa apenas había para llenar la olla. No había Reyes, ni Papá Noel. Rifó esa muñeca para comprar alimento para las nenas del Cottolengo. Esa es Remigia.

Mariella: pura energía

   Al ver a la hermana Mariella Zaletti menear el hábito al ritmo del reggaeton con las nenas del Cotto cuesta creer que estuvo postrada un año en Italia donde atravesó cinco cirugías de cadera.

   Nació con artrosis generalizada congénita. Sus articulaciones funcionan como las de una mujer de 90 años, pero tiene 44.

   Sin embargo, es evidente que no la detienen unas prótesis y unos cuantos clavos.

   De hecho, desde hace unos cinco años corre maratones con una de las nenas.

   Empuja la silla de ruedas de Daiana -"la negrita"- por kilómetros aunque al otro día le duelan hasta las uñas.

   Es enfermera. Estuvo dos años en el Cottolengo a partir de 1997 y volvió en 2011.

   Así como debe comer, rezar y dormir, no puede dejar de hacer deportes. Es parte de su tratamiento.

   Por ello empezó a asistir al Uno Bahía Club para practicar natación e ir al gimnasio.

   "Es raro ver a una monja en la pileta, en malla. Yo siempre digo que soy monjita con y sin el hábito", dijo.

   Todo lo que aprendió sobre la importancia de realizar actividad física lo volcó a la entidad.

   "Fue una posibilidad de que ellas salieran de acá de una manera distinta, compartiendo el deporte", dijo.

   Entre otros eventos participó del Circuito de Reyes y de la Carrera por la Inclusión.

   Uno de los momentos más difíciles que pasó en el Cottolengo fue cuando falleció Michelle, una nena con la que se había encariñado mucho.

   Entonces, a principios de 2013, llegó Dulce, una nena -hoy de diez años- que había estado abandonada y comía directamente del plato con la boca porque no sabía usar las manos. Estaba desnutrida y presentaba un trastorno de la coagulación conocido como púrpura.

   "Pesaba 12 kilos. Fue amor a primera vista. Ella me estiró los brazos y estuvimos toda la tarde hasta juntas y hasta a las dos de la mañana a upa", recordó.

   Mariella la llamó Ratatouille -como el ratoncito chef de la película animada- porque era muy chiquita y tenía el pelo desgreñado.

   "Acá aprendes el valor de levantarnos por la mañana, de una sonrisa, de que coman, de bailar entre nosotras", destacó.

   "Esto lo empezaron las hermanas con mucho sacrificio y gracias a la generosidad y a la Providencia de Dios, aquí estamos. Acá hacés el amor concreto, no el de telenovela. El amor real" remató.

Una presencia esencial

   "No sé si voy poder", pensó Graciela Armada cuando le comunicaron que la habían asignado para estar en el Cottolengo. Nunca antes había trabajado con personas especiales.

   "No me costó para nada encariñarme con las nenas, con la institución y con el personal. Me fue muy fácil", contó.

   Estuvo tres años en 2004 y luego volvió en 2009 hasta la actualidad. Es directora de la entidad desde 2012.

   "Estos últimos 10 años ha habido un cambio muy grande en el Cottolengo. Creo que es el reflejo del cambio que hizo la sociedad respecto a las personas especiales", destacó.

   Señaló que hace una década era muy raro ver a los chicos con discapacidades en la calle y que hoy ya no es así.

   "Desde el Cottolengo estamos haciendo un trabajo muy grande de inserción a través de la participación de las personas especiales en distintos eventos que realizamos en la ciudad", dijo.

   Si bien la institución siempre tuvo las puertas abiertas, hoy es mucha más la gente que se acerca a conocer su obra.

   En la entidad trabajan sesenta personas divididas en distintos turnos y -de lunes a viernes- funciona un Centro de Día con profesionales que trabajan en el área de estimulación.

   La entidad se sustenta a través de los fondos que se reciben por parte de las obras sociales en concepto de Hogar Permanente y Centro de Día por cada una de las personas internadas y también con el aporte de la congregación, cuya casa madre está en Italia. Además recibe la ayuda espontánea de la comunidad.

   "Es raro que pase un día en que alguien no golpee la puerta y traiga una bolsa con alimentos, un pack de leche o un bolsón de pañales", contó.

   "El trabajo del personal, de la gente que tiene el trato directo con las nenas, quienes higienizan y alimentan, es excepcional. Es un grupo de casi 40 personas, entre ellas 8 enfermeras que cubren las 24 horas del día", dijo.

   Contó que las mujeres internadas de Bahía Blanca tienen familias muy presentes que las visitan o llevan el fin de semana a la casa.

   "En eso también ha habido una evolución. Hoy las familias pertenecen a esta gran familia que es el Cottolengo", señaló.

   La participación de las "nenas" en las carreras es uno de los aspectos más destacados de la externalización.

   "Ellas van felices. La gente se les acerca, las saluda. Las ven participando en una actividad deportiva", dijo.

   Durante el año también participan de torneos de bocha y realizan paseos en grupos reducidos en vehículos adaptados.

   La vida en colores

   Las paredes del Cottolengo ya no son grises ni celestes. Las hermanas le dieron vida al lugar con verdes y amarillos intensos.

   "Los colores de las habitaciones se los dimos a elegir a ellas", contó la hermana.

   "Eso que para otras personas es insignificante, a ellas les cambia la vida", destacó.

   "Muchas no pueden hablar pero saben expresarse. Entre ellas se entienden mucho. Por ejemplo, una te quiere decir algo y vos le preguntás a la otra: ¿Qué es lo que quiere decir? Y ella, te lo traduce", contó.

   Hace 5 años le festejaron el cumpleaños de 15 a Araceli una nena que no tiene familia y que llegó en muy mal estado de salud a la entidad.

   "El personal le hizo la fiesta como si fuera para alguna de sus hijas. Lo feliz que estaba esa criatura con su vestido de fiesta", dijo.

   "Ellas entienden el lenguaje de los afectos, de un te quiero, de un cariño. Ese lenguaje nosotros muchas veces lo olvidamos", dijo.

   El Pequeño Cottolengo Monseñor José Nascimbeni nació el 29 de abril de 1967 por pedido del obispo Monseñor Esorto que fue escuchado por las Pequeñas Hermanas de la Sagrada Familia, grupo que había llegado desde Verona en 1949.

   Ellas recibieron ayuda económica de personas, comercios y empresas. En 1977 y 1978 se inauguraron nuevas instalaciones.

   Hoy alberga a 64 internadas de entre 10 y 64 años, 5 religiosas, un personal de 60 miembros y un equipo médico formado por: médico clínico, psiquiatra, pediatra, odontóloga, nutricionista y 8 enfermeras.

   También hay una maestra especial, kinesióloga, musicoterapeuta, trabajadora social, psicóloga y profesora de educación física, terapista ocupacional, Psicopedagoga.

   El próximo jueves 20, en el marco de los festejos por el 50 aniversario presentarán un espectáculo de música, danza y teatro en el Teatro Municipal. La entrada es un alimento no perecedero.