Bahía Blanca | Viernes, 29 de marzo

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Guillermo Suárez: “El miedo es como un potro; hay que tratar de enfrentarlo y luego domarlo”

El psiquiatra invita a enfrentarlo con maniobras a nuestro alcance.
Guillermo Suárez.

Walter Daniel Gullaci / wgullaci@lanueva.com

"Tener miedo es algo normal y hasta diría un reflejo positivo, porque nos protege. Lo grave pasa por vivir con la alarma encendida las 24 horas. Eso no es vida", advierte el psiquiatra Guillermo Suárez, creador del Fobi, un grupo de autoayuda que funciona desde 2000 en Bahía Blanca.

Nacido en Santiago del Estero, Suárez residió ocho años en San Rafael, Mendoza, para luego recibirse de médico en Córdoba.

De 68 años y padre de tres hijos, asegura no tenerle miedo a nada ni haber sufrido nunca un síntoma que derive en un estado de pánico o fobia.

Hace casi dos décadas, Suárez descubrió que muchísima gente había caído en ese pozo ciego, traumático y condicionante para la calidad de vida.

Fue durante una charla que no le dejó grandes enseñanzas, pero despertó en él la idea de poder ayudar.

Era hora de actuar. Y asi nació Fobi.

“Empecé en Punta Alta, con un grupo de apenas cuatro parsonas. Al poco tiempo arranqué en Bahía, y ya eran 14, después 20... Hoy, son alrededor de 80, con picos de hasta 100”.

-Desdramaticemos un poco, doctor. Qué bueno sería que los pibes, y no tan pibes, le tengan un poco de fobia al celular...

-Y, sí. Ellos nacieron con esta etapa tecnológica y se mueven en ella como peces en el agua. El problema lo tenemos los grandes. Hay una propaganda de un antiinflamatorio en la que los protagonistas van hablando con el celular y terminan chocando contra una columna, una pared. ¡Me encanta ver a alguien cuando tropieza por ir hablando con el celular! (se rìe con ganas). Es que se han perdido tantas cosas por ese aparatito. Ver parejas enfrascadas en el celular sin ni siquiera mirarse. A veces pienso que están hablando entre ellos.

-¿Qué les ocurre, básicamente, a las personas que sufren ataques de pánico o fobia?

-Tienen la vida como trastocada. Es como si el miedo se hubiera apoderado de ellas. Entonces el miedo manda. La persona afectada no hace nada ni puede hacer nada sin pedirle “autorización” al miedo. El miedo dice “sí, anda” o “no, no vayas”. La persona acepta esa orden como algo sagrado.

“Uno de los pilares del tratamiento es que la persona recupere, y apelo a una palabra inventada, su `dueñez'. `Voy si quiero, no porque tengo miedo o el miedo no me deja'. Pasa con viajar, por ejemplo. Hay gente que no puede salir de su ciudad”.

-El gran problema es que esas limitaciones empiezan a ser cada vez mayores, ¿no?

-Los límites que imponen los miedos varían según las personas. Están quienes desechan de plano la posibilidad de salir del país. Ahí la prisión es grande, pero otras son muy pequeñas, pasan por no poder ir hasta Ingeniero White, o desde Punta Alta a Bahía.

“Pasó con un hombre de Punta Alta que por allí recorría la mitad del camino hacia Bahía, pero en la medida que se iba alejando del Hospital Naval pensaba: “todavía hay un largo trecho para llegar al Hospital Penna”. Ese pedacito se le tornaba insuperable.

“Una vez un paciente se bajó del micro a mitad de camino. Luchó contra el miedo y lo pudo vencer. Paró al micro que le seguía en la frecuencia y llegó a destino. Pero para lograr eso es necesaria una intervención profesional. Que la persona se de cuenta de que siempre es posible salir de la crisis. Sino, se siente rendida ante lo que le parece imposible”.

-Según usted, los síntomas son los disfraces que el miedo adopta. ¿Pero cuáles son esos síntomas?

-Si yo le tengo miedo a los reptiles, aparece una víbora de verdad o en los dibujitos animados y empiezo a sentir una serie de sìntomas físicos que son casi comunes a todos. Sudoración, palpitaciones, ahogo. Menciono a una víbora como puedo referirme a un payaso, a una pluma.

“Y hay situaciones mucho más complejas, como puede ser la muerte. La corporizan en una empresa fúnebre, en el cementerio, en las florerías. Si se dan cuenta que están pasando por el frente de una casa velatoria, se cruzan de vereda y tratan de alejarse lo más rápido posible, porque eso es sinónimo de muerte. Aceptan una flor comprada en una florería del centro, pero jamás la aceptarían si se las compraran en una cercana al cementerio. Es un drama.

“No hay algo que puedan idenfitificar y les permita alejarse del miedo. El peor de los síntomas es cuando caen en la sensación de que van a morir. ¿Y esa persona adónde huye? A ningun lado, porque los síntomas van con ella”.

-Estas crisis a veces sugieren una serie interminable de estudios clínicos, neurológicos, de laboratorio...

-Claro, y obviamente no dan ningún resultado, al menos relacionado con la fobia. La gente no toma conciencia de que el problema no es orgánico, físico, sino que es psíquico. La psiquis disparó todas esas sensaciones físicas. Los pacientes tampoco saben que esos síntomas desaparecen hagan lo que hagan. Duran lo que dura la crisis. En el grupo Fobi aprendemos a manejar esas situaciones y gradualmente se va recuperando la “dueñez”. En lo sucesivo, las cosas que pasan en mi vida son las que yo quiero que pasen. Yo vuelvo a ser el comandante, el gerente, el dueño de mi persona. Hago según yo creo. Soy autosuficiente.

-¿Y qué ocurre con el desamparo que sufren quienes padecen esta patología?

-El paciente piensa: “Si yo manifiesto que me pasa esto lo primero que van a decir es que estoy loco”. Entonces esconden el problema y lo sufren en silencio. Por fortuna, gracias a los medios, a la difusión de estas patologías, la gente hoy suele abrirse un poco más. Se anima a la consulta, a contar lo que está padeciendo.

“Muchas veces el entorno cree que se trata de una maña, que con el tiempo se arregla, y no es así. Es un trastorno que requiere tratamiento, responsabilidad”.

-En todo este plano, ¿dónde se ubica lo que se denomina agorafobia?

-Es un síntoma que, por lo general, acompaña al trastorno de pánico. Agora, en griego, quiere decir plaza, lugar abierto. Entonces la fobia a los espacios abiertos se ha dado en llamar agorafobia. Hoy por hoy se utiliza ese término para establecer una necesidad de protección. “No puedo salir sin ayuda, sin tener un apoyo”. Hablando en criollo, es un miedo a tener miedo. Tengo miedo a que me pueda ocurrir tal cosa, entonces no salgo de mi casa. Me voy retrayendo, aislando cada día más. Con la necesidad de buscar un reaseguro que me proteja de una eventual crisis.

“Por lo general, mucha gente que sufre agorafobia es propensa a llevar consigo estampitas, botellitas, cadenitas. Recuerdo el caso de un paciente de Darregueira no se iba a dormir hasta tener bien en claro que todos los médicos del lugar estaban en el pueblo, no se habían ido de vacaciones.

“O el caso de un señor que no cerraba nunca el baño. Cada vez que se bañaba había que poner una cinta de seguridad en la puerta. Y entraba con tres celulares y un handy. Todo por si fallaba alguno. El día que se pudo duchar con la cortina desplegada y la puerta cerrada fue como escalar el Aconcagua. Cuando se cuentan este tipo de experiencias en el grupo, nos alegramos y emocionamos todos. Aplaudimos el logro”.

-Uno solía escuchar como algo muy normal el temor a quedarse encerrado en un ascensor, por ejemplo.

-Bueno, ahí tenés. Las personas que le tienen miedo a los ascensores no suben si son herméticos. Ahora si son enrejados como los antiguos, por allí pueden llegar a subir. Eso sÍ, no tienen ningún problema en subir catorce pisos por escalera con tal de no enfrentar lo que tanto les cuesta.

-¿Existe alguna especie de sensor del peligro, de tal modo que éste se active sin que exista una amenaza o riesgo de sufrir algún tipo de daño físico o psicológico?

-Justamente el sensor que tiene nuestro organismo para detectar el peligro es el miedo. Que cuando se trata de un miedo normal, está bueno porque nos protege. En el caso de las fobias, ese sensor se descalibró. En vez de cumplir su función protectora está activado todo el tiempo. Yo lo comparo a las alarmas de las casas. Una cosa es que se active cuando entra un ladrón, pero si vive activada nos pone en un estado enfermizo, de malestar. Eso es lo que les sucede a quienes padecen pánico. Tienen la alarma activada las 24 horas.

-¿Podríamos colocar al estrés como uno de los disparadores para caer en estados de pánico o fobia?

-Bueno, suelen preguntarme por qué hoy existen más casos de pánico y fobia que antes, y de hecho es así. Han aumentado muchísimo. En realidad, siempre hubo personas con características que se podrían vincular a esas patologías. Pero hoy, sobre esas personalidades hay que adosarle un complemento, que es el estrés. Personalidad + estrés = síntoma. Yo puedo estar muy estresado, pero si no tengo aquellas características no voy a caer en un estado de fobia.

“Hace treinta años la abuelita salía a la vereda a tomar mate con la vecina, mientras que hoy debe cuidarse de que no le roben hasta la silla. Los niveles de estrés han aumentado de tal modo que muchas personaliades que antes pasaban desapercibidas ahora hacen síntoma”.

De 5 y hasta de 96 años

El grupo Fobi ya lleva 17 años de trabajo ininterrumpido, con un promedio de casi cien personas por reunión, cada día jueves.

“La mayoría tiene un muy buen recuerdo de su paso por el Fobi. Incluso tengo gente que hace 15 años que asiste, que compara experiencias”.

-¿Existe una edad en la que uno sea más propenso a caer en este laberinto?

-No, aunque la más sensible quizás sea la que va desde los 16 a los 35 años. Pero hemos tenido casos de chicos de 5, 7 años con serias dificultades escolares. Y hasta de un paciente de 96 años, quien nos brindó un testimonio enriquecedor que nos emocionó a todos. De una gran lucidez. Pasó también con un chico de 11 años. “Yo ya estoy haciendo cosas por mi”, contó en la reunión. Maravilloso.

-¿Qué tipo de fobias manifiestan los chicos?

-Tuvimos el caso de una chiquita que entraba en desesperación cada vez que el papá salía de su casa, siendo que el hombre en algunas oportunidades tenía que viajar por su trabajo. Entonces había que reeducarla. Prepararla. Ella también le tenía fobia a las arañas.

“Un día supe que le encantaba el dulce de leche. Entonces le propuse ragalarle un tarro siempre y cuando enfrentara a una araña. “¿Uno solo? No. Yo quiero una caja de tarros de dulce de leche por cada araña”, retrucó. ”¡A la miércoles!”, me dije. “Bueno, aceptado”. Al tiempo me vino con que había aplastado a seis arañas. Tuve que recomponer el arreglo con ella (risas). Le convidó dulce de leche a sus padres, a su abuela, a quienes participaron de su logro. Las arañas pasaron a ser su trofeo”.

-¿Una buena fórmula, entonces, sería enfrentar a los miedos que superan la lógica de lo normal?

-Primer paso tomar conciencia de que se puede, segundo entrenarse y luego, ir al enfrentamiento. Enfrentar al problema con conocimiento y preparación, con probabilidades de éxito. No a lo gaucho, aunque a veces así se haga.

“El miedo es como un potro. Hay que tratar de enfrentarlo y luego domarlo. Me va a revolcar una, dos, tres y más veces. Pero en algún momento lo voy a domar. Un buen día el miedo va a aprender que el amo soy yo y hará lo que yo le diga. El caballo cuando se da cuenta que yo soy el jinete, no molesta ni corcovea más. Pero hasta ese entonces me va a revolcar varias veces”.

Como una prisión

“El miedo es como construir una prisión desde adentro. Voy pegando ladrillo a ladrillo, y cada vez los pego más cerca y cada vez estoy más apretado sin poder salir o apreciar una salida”.

Un tormento

 “Hay personas que no sacan ni la nariz de sus casas. Esperan que llegue alguien a sacarlas a dar una vuelta. Sucede que al principio todos se pelean por sacar a pasear a mamá, pero con el tiempo van quedando menos, hasta que no llega nadie. Y ella se quedó con la correita, como un perrito. Hay personas que no pueden ni ir a la cocina, sólo al dormitorio. Hasta las tienen que llevar alzadas para sentarlas en una silla. Y ahí se quedan todo el día”.

¡100.000!

Alrededor de 100.000 personas pasaron por las reuniones del Fobi que se llevan a cabo cada jueves, a las 19, en Alsina 89. La participación es libre y gratuita. También hay una sede en Punta Alta, que abre los martes. Y los sábados el especialista atiende vía chat en vivirsinmiedofobi.com.

Orgullo

“Un abogado salvadoreño con debilidad por la psicología me llamó desde Fresno, California, para que le explique cómo armar un grupo al estilo Fobi en esa ciudad. Este tipo de situaciones a uno lo enorgullecen, como fue haber encontrado mi libro `Vivir sin miedo' en una librería de Madrid”, sostiene Suárez.