Bahía Blanca | Viernes, 19 de abril

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El adiós a Julio Alessandroni

"No puedo parar, no debo parar, quiero morirme arriba de un caballete o trabajando en una escultura". Y así fue. Un accidente cerebrovascular lo sorprendió en su atelier, mientras le enseñaba a un joven alumno. El jueves, Cerri amaneció triste: el artista más importante había abandonado el pueblo que lo recibiera el 9 de julio de 1938, para trasladarse al Parnaso de los inmortales.

"No puedo parar, no debo parar, quiero morirme arriba de un caballete o trabajando en una escultura". Y así fue. Un accidente cerebrovascular lo sorprendió en su atelier, mientras le enseñaba a un joven alumno.








 El jueves, Cerri amaneció triste: el artista más importante había abandonado el pueblo que lo recibiera el 9 de julio de 1938, para trasladarse al Parnaso de los inmortales.


 Además de su acongojada familia, sus amigos y sus discípulos, le sobreviven sus criaturas: dibujos, pinturas, grabados, esculturas, poemas, más de 3.000. Como un renacentista reencarnado, nada con respecto al arte le fue ajeno. Un solo dolor: que la falta de medios le impidiera concretar otro de sus anhelos, que, en estos últimos tiempos, se inclinaban por obras monumentales, quizás tallar la misma cordillera de los Andes.


 "Esto surgió cuando integré la embajada cultural argentino-chilena y viajé a Chile, hace unos años. Justo a la entrada del pueblo de Cohiayque, en la frontera entre ambos países, la cordillera está como partida en dos por la carretera y allí, en esa montaña, me gustaría esculpir una obra que simbolizara la unión entre los dos pueblos. Tengo montones de bocetos, pero el inconveniente es siempre el mismo, y pasa por lo económico.


 "Una obra de esa envergadura llevaría varios años y dedicación exclusiva y, mientras tanto, hay que pagar el gas, la luz, hay que comer, aunque sea de vez en cuando...", dijo Julio Alessandroni en una de sus últimas notas.


 Esta era su preocupación constante, ya que siempre fue pobre y trabajó en múltiples oficios para subsistir.


 Como todos los grandes, Julio presintió su fin: "Negro, guardá esa carpeta con dibujos que una vez te regalé; cuando yo me muera, valdrá mucha plata", le dijo, hace pocos días, a su amigo Oscar Pavón.


  Su talento se hizo visible desde niño, a través de sus dibujos, por entonces hechos casi sin querer y espontáneamente. A los 15 años, llegó a sus manos un libro que hablaba de arte, que le mostró pinturas y formas, estilos y épocas y algunos nombres. Fue entonces cuando comenzó a dibujar, pero ya sabiendo que esa era su verdadera vocación.


 Su padre, Pacífico Alessandroni, lo llevó a Buenos Aires, donde estudió en la escuela de Bellas Artes "Manuel Belgrano" y, luego, en la escuela "Ernesto Della Cárcova". Prosiguió sus estudios en los talleres de los maestros Antonio Berni, Oscar Bellante, Alfredo Garmendia (importante muralista argentino, de quien se constituyó en un destacado discípulo).


  Ultimamente, se sostenía dando clases y su mayor aspiración era que sus alumnos siguieran en la autenticidad. "Hablo mucho con ellos y no sólo de la técnica del arte, sino de la vida. Hay una técnica para sobrevivir y es no entrar en la hipocresía, sino en el amor, saber despojarse de las cosas y, sobre todo, desprenderse de lo material y eso cuesta".


 Fue reconocido en el exterior gracias a su generosidad, ya que le regaló a un amigo residente en Stuttgart, Alemania, 15 o 20 logotipos de obras realizadas por los años 70, cuando el apocalipsis nuclear era una de las hipótesis futuras. Su amigo las envió por su cuenta a un concurso que se realizaba en Caracas para la escenografía de la ópera El árbol de Chernobyl y resultó seleccionada. Por supuesto, dificultades de índole económica le impidieron viajar a recibir el premio.


 "No le temo a la muerte, porque he vivido. El arte me ha hecho vivir con mayor intensidad", afirmó Julio. El jueves se encontró con el misterio más importante de su vida: Dios, que, sin dudas, fue misericordioso con él, porque su vida fue un acto de amor: "Es lo sublime, lo que salvará al mundo. No hay ser más desdichado que el que no tiene amor. Es dar lo mejor de uno todos los días de nuestra vida". Fueron sus palabras y él las vivió hasta el fin.
Elba Cufré.


Reconocimiento.
Por iniciativa de la entonces senadora Alicia Fernández de Gabiola, su obra había sido declarada de interés provincial y cultural, por el gobierno de la provincia de Buenos Aires. Una de sus últimas exposiciones las había realizado en el hotel Bauen de Buenos Aires, con el apoyo de otro gran amigo, el periodista Víctor Hugo Morales.


"Hay una técnica para sobrevivir y es no entrar en la hipocresía, sino en el amor, saber despojarse de las cosas y, sobre todo, desprenderse de lo material y eso cuesta".