Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

Bahía Blanca | Domingo, 28 de abril

De Galicia, San Antonio Oeste, Punta Alta y Beverly Hills

Hoy recordamos una historia familiar con retazos de inmigración, de intensa actividad comercial y de añoranzas. Como las de cualquier familia moradora en esta porción de tierra bajo la Cruz del Sur. En esta ensalada, los ingredientes sobresalientes --con perdón de la aliteración-- son un vehículo de alquiler, uno de los más importantes políticos de la historia argentina, una disquería y un afamado publicista.




 Hoy recordamos una historia familiar con retazos de inmigración, de intensa actividad comercial y de añoranzas. Como las de cualquier familia moradora en esta porción de tierra bajo la Cruz del Sur.


 En esta ensalada, los ingredientes sobresalientes --con perdón de la aliteración-- son un vehículo de alquiler, uno de los más importantes políticos de la historia argentina, una disquería y un afamado publicista.


 Todo comenzó a principios del siglo XX problemático y febril cuando el joven de 18 años Juan María Carrodéguas, dejaba su Galicia natal. No emigraba como la mayoría de sus paisanos compatriotas, huyéndole al hambre y la desolación.


 Venía a pasear a la chubutense Gaiman, invitado por un tío hacendado de la zona. El valle patagónico (Dolavon, Trelew, Puerto Madryn, Rawson) lo enamoró tanto que ni siquiera le vinieron ganas de volverse. Se quedó a trabajar en el campo. Como corolario de esa decisión su pasaporte perdió un acento y una vocal, seguramente por error de algún bienintencionado funcionario. Pasó a llamarse Carrodegoas.


 La prosperidad se amistó de sus esfuerzos y con el tiempo, se radicó en Comodoro Rivadavia ocupado en diversos emprendimientos. Como accionista de la empresa Transportes Patagónicos, adquirió un automóvil de gran porte, un Hudson modelo 32, con capacidad para 8 pasajeros, con la intención de trasladar a vecinos hasta la Capital Federal.


 En varias oportunidades viajó con un militar dicharachero, de refinada verba, quien, mientras recorría la inmensidad patagónica y la llanura pampeana, le describía cómo iba a recrear al país.


 El joven Carrodegoas le auguraba un gran porvenir. "Señor teniente, usted va a a ser un gran estadista", le decía. Se trataba de Juan Domingo Perón.


 El emprendedor gallego dejó este mundo en el hermoso enclave rionegrino de Las Grutas, a temprana edad, cuando duplicaba apenas la edad con la que había dejado a sus montañas galaicas. Tuvo tiempo empero para fundar una familia con una bahiense, Juana Natali, descendiente de italianos que habían huido de los horrores de la Primera Guerra Mundial.


 La joven viuda y los dos hijos, María y Norberto, se trasladaron a San Antonio Oeste, adonde, tras la venta de repuestos y neumáticos de automotor, instalaron una librería. Los adolescentes partieron hacia Buenos Aires en carácter de pupilos y volvieron con la mayoría de edad para colaborar y, eventualmente, tomar las riendas del negocio.


 Una vieja aspiración materna de volver a Bahía Blanca influyó para que finalmente armaran sus petates, vendieran los libros y vinieran a la capital de la futura y aún no concretada nueva provincia.


 Ciertos vericuetos administrativos hicieron que el negocio no fuera tal y surgió, a cambio, la posibilidad de radicarse en Punta Alta. Con su llegada nació, a fines de los 50, una de las más recordadas casas de música, Discomanías Toty's, así denominada en alusión al alias del primogénito y ubicada en Irigoyen 175. Posteriormente se trasladó a 25 de Mayo al 300, al lado de otro centro comercial muy recordado, la proveeduría de CAMPA.


 Los discos de pasta y de vinilo, de esos que ya no existen aunque su figura permanece grabada a fuego en la memoria popular, se guardaban en cientos de bateas, a las que los clientes revolvíamos para comprar el hit del momento, tanto en formato single como en long playing.


 Debíamos además, según el equipo reproductor que tuviéramos y en función de sus revoluciones por minuto, verificar que el producto fuera de 33 y 1/2, 45 ó 78 RPM. Algunos aparatos tenían de 16. Los había de todas las marcas, pero el que devino icono del imaginario popular fue el "Winco", apócope de "Wincofon", que contaba con un eje central que sostenía al disco por su orificio, sobre el que un brazo se apoyaba automáticamente y lo bajaba hasta la bandeja giratoria. Otro brazo, en tanto, con la púa, se apoyaba delicadamente sobre las estrechísimas estrías e iniciaba la reproducción.


 No sólo los discos eran los ítems buscados en Discomanías Toty's. Muchos compraban pianos, órganos, guitarras, baterías, partituras. Solían visitarlo artistas de renombre, como aconteció aquella vez que Jorge Cafrune ingresó para comprar unas bordonas y terminó ofreciendo su canto en la calle rodeado de una muchedumbre atónita.


 El local supo de las largas colas de los melómanos antes de la salida de seguros éxitos convenientemente fogoneados por la televisión, tanto aquí, como en la sucursal bahiense que funcionaba en la Galería Plaza.


 Al frente de esta última estaba Norberto, quien gustaba de la publicidad y de la cual ganó menta en estos pagos, en el resto del país y en el exterior: Beverly Hills, Los Angeles, nada menos.


 Adoptó el seudónimo Norber de Goas y supo hacer de las suyas en la radio y en la televisión local y nacional. Muchos recuerdan su breve aunque inolvidable paso por "La Noticia Rebelde", emitida en los 80 por ATC. También hizo lo propio en Radio Continental y en emisoras marplatenses.


 Acompañaba a grandes de la pantalla, como Nicolás Repetto, Jorge Guinzburg, Carlos Abrevaya, Adolfo Castello y Raúl Becerra. El inefable Norber siempre sacaba una as debajo de la manga para hacer reír a los televidentes y hasta se podría decir que fue un adelantado en el arte de explotar con altura a la ridiculez, algo en lo que muchos chambones actuales falla consuetudinariamente.


 El tiempo pasó, las recurrentes crisis económicas asolaron al país y dejaron víctimas por el camino, y los Carrodegoas no fueron la excepción a la regla.


 De este paño evocativo emparchado con distintos retazos, queda ante todo el hermoso recuerdo de una época cuando, sin tanta parafernalia tecnológica, solíamos sentarnos al lado de un Winco, a escuchar entre diez y doce canciones. Nada más. Nada menos.